Otros planos de la realidad
A veces parece que cantan; otras, que gritan. En ocasiones no hablan, susurran. Cuento unas 16, 17 personas. Son muchas para estar en un ambiente de poco más de 10 metros cuadrados. Siempre tienen la puerta cerrada, aunque los sonidos se filtran. Como es una suerte de local a la calle, donde a lo sumo podría funcionar un kiosco, se los ve desde la vereda, mas allá de unas tenues cortinas color beige que cubren parte del frente. La imagen se repite periódicamente, pero siempre parecen estar contentos, conformes, calmos. Raro, en tiempos en que la curva es descendente y las palabras recesión, dólar, inflación, sumados, son igual a incertidumbre. Sólo abren la puerta para ingresar o para irse. Siempre por la tarde. En la mañana, no hay actividad. Pero hay especiales excepciones. Por ejemplo cuando celebran algo, que a través de imágenes no subtituladas uno podría interpretar como un cumpleaños o casamiento. Claro, si eso ocurre, los más factible es que sea un sábado o un domingo, a última hora. Entonces, se permiten la licencia de escuchar algo de música, de usar la vereda para desplegar mesas y sillas, y adueñarse de una pequeña porción de calle, pegada al cordón, para improvisar una parrilla y hacer un asado. Como “comer afuera”. Antes o después, todo estará precedido por una ceremonia de agradecimiento. ¿A quién? A Dios, claro.
Ignoro qué diferencia habrá entre ese grupo de evangelistas y los cientos que asisten a esos imponentes templos de la Ciudad, que además cuentan con grandes ceremonias con locuaces pastores. Acá también hay un pastor. Aunque claro, sus fieles son 16 o 17.