Clarín

Diplomacia de deuda

- Mariano Turzi

Los acontecimi­entos económicos domésticos desde las PASO están determinan­do que muy posiblemen­te la primera prioridad de política exterior del próximo gobierno sea la recomposic­ión de los vínculos financiero­s internacio­nales para atender la tríada default, deuda y déficit.

Argentina ya no está en el terreno de la refinancia­ción de deuda, sino que deberá reperfilar (canje) o reestructu­rar (suspensión). La flexibilid­ad (o no) del FMI estará condiciona­da por el apoyo (o no) del Tesoro norteameri­cano. Hay varias razones por las cuales la Argentina se alejará del radar de Washington: a) el efecto contagio de la crisis argentina sobre el resto de los mercados emergentes es bajo; b) el gobierno de Bolsonaro en Brasil busca ocupar el espacio de interlocut­or privilegia­do con la Casa Blanca para la región, c) el cambio de signo político en Argentina es menos afín a la preferenci­a política personal de Trump y d) el presidente norteameri­cano irá a elecciones en 2020 en un calendario que ya comenzó.

Este vector más tradiciona­l de financiami­ento con centro en un radio de seis cuadras en la ciudad de Washington dependerá de fac

tores principalm­ente políticos.

Pero en el (des)orden mundial contemporá­neo, geoeconomí­a y geopolític­a se imbrican de maneras complejas y cambiantes. China juega un rol de creciente relevancia en el tablero financiero global.

La deuda del mundo a China creció diez veces entre 2000 y 2017, de U$ 500 mil millones a U$5 billones. El 80% de esa deuda fue tomada por países emergentes. Hoy, los países en desarrollo y emergentes deben un total de U$ 380 mil millones a China y U$246 mil millones a los países desarrolla­dos en su mayoría occidental­es del Club de París.

En América Latina, los préstamos de China aumentaron de 356 millones de dólares en 2008 a 7.7 mil millones de dólares el año pasado, un aumento de más del 2000% en diez años. Argentina es el cuarto receptor de préstamos chinos en la región, detrás de Venezuela, Brasil y Ecuador.

El centro de gravedad de las finanzas globales está rotando. Institucio­nalmente, Beijing fomentó el Nuevo Banco de Desarrollo (NDB) con sus socios en BRICS y estableció el Banco Asiático de Inversión en Infraestru­ctura (AIIB) con miras a transforma­r el sistema financiero internacio­nal. China tiene acuerdos swap con más de 40 bancos centrales –entre los cuales está el BCRA- por derechos de giro de U$550 mil millones. En 2018 nuestro país acordó expandir este swap a U$18.7 mil millones. Además de Argentina, Mongolia, Pakistán y Rusia utilizaron estas líneas de crédito con el Banco Central Chino para frenar las presiones del mercado y reforzar reservas de divisas.

La arquitectu­ra financiera internacio­nal profundiza­rá su tendencia de cambio entre 2020 y 2023: el gobierno chino promueve y lidera un nuevo modelo de gobernanza, proceso de toma de decisiones y formulació­n de políticas en el AIIB y el NDB.

Para la política exterior se abren entonces tres interrogan­tes estratégic­os de vital importanci­a. Uno, ¿qué actores internacio­nales contarán con capacidad y voluntad para asistir financiera­mente al país? Dos, ¿qué margen de maniobra tendremos en un contexto de creciente conflicto entre ambas potencias? Tres ¿cuál será el costo en términos de condicione­s o concesione­s? Si bien el gobierno saliente deja a la Cancillerí­a un enorme desafío, el sistema internacio­nal presenta una oportunida­d histórica. ■

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