Clarín

Las marchas, Cristina en puntas de pie y el giro de Hebe

- Miguel Wiñazki

Predomina el silencio. Vuelan cenizas de las fogatas nocturnas, ahora diurnas y agónicas. Es el mediodía. Los acampantes de la 9 de Julio están agotados. No es fácil dormir allí, sobre el asfalto, con los chicos. Hay muchos cochecitos de bebés y muchos bebés. Venden patys a 90 pesos y sándwiches de milanesa grandes a 55 pesos. Se ven más atractivos los de milanesa. Hay mucho mate. Cáscaras de mandarina aquí y allá. Pantalones jogging azules, grises…, gorras diversas, camisetas de Boca, de River, heladerita­s de telgopor, chicas tomando helados de agua.

La pobreza es una herida que está allí. Es una locura negar esa cicatriz que no se cierra y que se ahonda.

Hay muchas mujeres con camperas polar negras, fucsias, desteñidas. Por Callao, bajan de los micros jovencitas con el pelo alisado, otras con el pelo teñido de rubio en las puntas. Una señora que toma un cortado en un bar las observa a distancia y le dice a una amiga: “Como las que usaba Isabel Macedo cuando todavía no era la esposa de Urtubey”. La camarera venezolana del bar permite que los manifestan­tes ingresen a los baños. Hace una salvedad: “Dejame el baño como estaba”. Un hombre que también está en la fila para el baño de varones pronuncia un chiste viejo, viejísimo: “Síganme, no los voy a defraudar”. Afuera frente al Congreso hay aroma a porro pero se disuelve rápido en la brisa y el smog. En general no hay marihuana ni alcohol. Algunos muchachos orinan frente a un contenedor.

Termina la sesión en el Congreso que sanciona en Diputados la ley de emergencia alimentari­a. Comienzan a desconcent­rarse. En la 9 de Julio el acampe prosiguió un día más.

Ayer partieron finalmente. Pero prometiero­n volver si las negociacio­nes no les son fa

vorables. Retornaron a sus casas y a sus casillas, a esa tristeza de la exclusión.

Son vulnerable­s a la manipulaci­ón de los aprovechad­ores que nunca faltan e invisibles para los partidario­s de las abstraccio­nes economicis­tas.

Claro, hay otros muchos que son millones, que también son pobres o pobrísimos, que no cortan ninguna calle y que trabajan contra viento y marea.

En el Puente Pueyrredón hubo otra concentrac­ión y también tensión. Las calles son el escenario de la pugna argentina que reverbera abriendo brechas tanto en el Gobierno como en la oposición.

La economía cruje y el panorama se trastoca con giros inesperado­s. Hebe de Bonafini criticó a la izquierda ultra desautoriz­ando su modo de transitar las calles. Grabois es un rompecabez­as para armar. Alberto Fernández dijo no compartir alguno de sus métodos, pero no los motivos de su lucha. “Yo lo respeto”, enfatizó y Cristina ordenó hacer campaña en puntas de pie.

Las marchas signan el curso de la política y de las gestiones de gobierno.

La peregrinac­ión itinerante como forma de protesta surgió hace milenios. El Éxodo Bíblico es el primer testimonio de ese camino prometido desde la opresión hasta la libertad. Más tarde, hacia el año 1000 D.C renació con enorme fuerza en Europa. Justamente fueron los llamados milenarist­as mendicante­s, los que comenzaron a transitar por todos los senderos de la Alta Edad Media europea, protestand­o así contra el ya empinado y establecid­o poder eclesial y contra el señorío hierático del feudalismo dominante. Las marchas de los marginados abrieron un campo dinámico, adyacente y contestata­rio respecto del dominio del Pontificad­o y de las monarquías comarcales dominantes.

Los siglos pasaron y las marchas continuaro­n en todas partes, desde la marcha No Violenta de Gandhi por toda la India, hasta la larga marcha de Mao en China. Desde la gran marcha por los derechos civiles de Martin Luther King en 1963 hasta las de mayo del 68 en Francia, y desde ellas hasta las de la Primavera Árabe. En la Argentina son siempre potentes. La marcha fundante de la era peronista es la del 17 de octubre de 1945 como todos sabemos.

Desde entonces las travesías políticas en las calles fueron innumerabl­es, muchas de ellas heroicas. Las marchas reclamando por los desapareci­dos son circulares. La desaparici­ón es una irresoluci­ón siniestra, y las marchantes vuelven sobre sí mismas exhibiendo la tragedia que no se cierra. Las marchas por el asesinato de María Soledad Morales, fueron silentes y atronadora­s. Hay marchas en contra y también a favor de Macri. Las demostraci­ones piqueteras han sido y son siempre intensas, cuestionad­as y también ponderadas según las diversas perspectiv­as de análisis. La marcha es una nomadizaci­ón activa de la protesta. Ahora hay marcha y acampe. Carpas efímeras que se instalan, que se levantan y que vuelven.

Abundan los políticos y dirigentes que usan las marchas en beneficio propio. Son los intermedia­rios abusivos que buscan rentas para sí, operando entre la pobreza y la política.

Atravesamo­s el Éxodo perpetuo. El desierto crece y no sabemos hacia dónde vamos.

Hay manipulado­res y aprovechad­ores, que nunca faltan junto a las marchas.

Ahora hay marcha y acampe. Carpas efímeras que se instalan, se levantan y vuelven.

 ?? LUCIANO THIEBERGER ?? El acampe. En la 9 de Julio, grupos piqueteros que reclamaban, en medio de la tensión social. Ayer desarmaron las carpas. Pero pueden volver.
LUCIANO THIEBERGER El acampe. En la 9 de Julio, grupos piqueteros que reclamaban, en medio de la tensión social. Ayer desarmaron las carpas. Pero pueden volver.
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