Clarín

Elecciones en Israel y el molesto problema de los planos inclinados

- mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi Marcelo Cantelmi

Un plano inclinado es una superficie donde todo se desliza y la estabilida­d es difícil o imposible. El movimiento se hace inexorable por la inercia. Lo sabía Galileo allá por el 1600. Las maneras de tramitar con tal calamidad son diversas pero en general fallidas. No hay manuales. La más recorrida es la que niega la existencia del escoramien­to y hace como que se puede estar de pie y permanecer en esa incomodida­d. En política es donde más se observan estos fenómenos. Los planos inclinados suelen suceder cuando el sistema presiona por un cambio de la autoridad que se dispara por la fragilidad de la economía, o por la debilidad de los propios liderazgos, o por la pérdida de control y el desgaste que genera el poder. También, aunque no con la frecuencia necesaria, debido a la corrupción.

Los latinoamer­icanos conocemos con exceso de estas contraried­ades. El desequilib­rio le sucede claramente al régimen venezolano y un poco al nicaragüen­se. Un poco más lejos lo está viviendo el insólito jefe de Gobierno británico Boris Johnson y lo acaba de descubrir del peor modo el ultraderec­hista italiano Matteo Salvini. El grado de inclinació­n del plano es siempre directamen­te proporcion­al a las fallas en la gestión o cuando se subestima o se ignora aquello que debería merecer cuidados.

Sobre una superficie semejante se desliza hoy el primer ministro de Israel Benjamín Netanyahu. Lo hace rumbo a unas elecciones generales, el próximo martes 17, que pueden acabar con su extensa carrera en el poder que ha superado en longevidad política al fundador del Estado, Ben Gurión. Esa posibilida­d amenaza, precisamen­te, porque su mundo se ha inclinado. Para buscar recuperar equilibrio, este polémico político, consumado constructo­r de grietas, ha revoleado promesas incendiari­as. La última ha sido la anexión de un 30% de los territorio­s palestinos de Cisjordani­a en el valle del Jordán, si es reelegido. Un caso bélico que espantó a su vecindario árabe, incluso a sus aliados críticos como Jordania y el reino de Arabia Saudita. Hace pocas horas agregó al menú la tesis de que es inevitable otra guerra en la Franja de Gaza.

Hay más. Así como el turco Recep Erdogan prohibió el beso en público para seducir a los votantes musulmanes más conservado­res, Netanyahu dejó hacer a lo más rígido del frente religioso. Uno de los extremos ha sido un aviso producido por la agencia publicitar­ia del gobierno para “hacer más atractiva la percepción de los baños rituales”. Consiste en que las mujeres se sumerjan por completo tres veces consecutiv­as, desnudas y de pie, siete días después de la menstruaci­ón. Según la ley religiosa judía las mujeres son impuras tras el período, cuestión que resuelve este ritual. Eso sí, el agua tiene que ser de lluvia.

Al margen de la opinión que pueda merecer este tipo de prácticas y su significad­o cultural, este episodio se entrelaza con los de toma territoria­l o guerras aquí y allá como estrategia­s para seducir a los ultraortod­oxos, que es el voto desesperad­o y quizá insuficien­te que Netanyahu necesita para no deslizarse al vacío desde su plano inclinado.

Las elecciones del martes son las segundas en lo que va del año, primera vez que ocurre una repetición tan cercana desde la fundación del Estado en 1948. En los comicios de abril pasado, el partido Likud del premier ganó 35 escaños, el mismo número que obutvo la fuerza socialdemó­crata Azul y Blanco creada y dirigida por el ex militar Benny Gantz. Para poder armar gobierno, en el sistema parlamenta­rio israelí, se requiere la mitad más uno de la Cámara de 120 asientos. Netanyahu se alió con las fuerzas ultrarreli­giosas, que lo han sostenido desde sus inicios, pero no alcanzó la marca necesaria.

Para hacerlo necesitaba de las cinco bancas que consiguió el ex canciller y ex ministro de Defensa, Avigdor Lieberman, un moldavo laico que armó en Israel un potente partido nacionalis­ta de inmigrante­s rusos, Israel Nuestra Casa. Así como a comienzos de año este ex aliado de Netanyahu le quitó el apoyo al gobierno condenándo­lo a adelantar las elecciones a abril, nuevamente le negó sus votos, obligando a un nuevo llamado a las urnas para este setiembre. Lieberman, que es un derechista duro y comparte con el gobierno un furibundo rechazo contra los palestinos, exige, a cambio de su apoyo, que el Likud abandone su alianza con los partidos ultraortod­oxos. En su lugar propone un gobierno de unidad nacional preferente­mente con la fuerza de

Un cambio de brújula política tendría el beneficio de una necesaria -aunque limitada- moderación gubernamen­tal.

Gantz. La condición adicional es que Netanyahu se baje y deje su lugar a otro dirigente del Likud.

Ese es el plano inclinado en el que se debate el premier. Semejante fórmula le resultaría letal en varios sentidos. El de mayor agobio son los tres cargos cargos de corrupción por fraude y soborno presentado­s en su contra. El fiscal general del país, Avichai Madneblit, ya lo citó para comparecer en la primera semana de octubre. Si la política lo devuelve al llano, su destino puede ser el ala 19 de la cárcel de Maasiyahu, reservada a los ex primeros ministros. Netanyahu sabe de ese destino, de ahí que necesita poder armar gobierno e imponer una ley que lo escude de esas tribulacio­nes legales. También lo sabe Lieberman que, según las encuestas, podría duplicar sus bancas, es decir su capacidad de arbitrar. Como señal de sus pasos, ya se asume como una clara fuerza opositora.

Un cambio de la brújula política en Israel tendría el beneficio de una necesaria aunque limitada moderación gubernamen­tal, pero alcanzaría para cesar la capitulaci­ón del país al extremismo religioso. Algunos de esos sectores, que están con Netanyahu desde 2009, han impuesto visiones medievales como las señaladas más arriba que son las que escandaliz­an a los judíos de la diáspora, especialme­nte en EE.UU. El conjunto de esas visiones más el oportunism­o político, han acorralado la crucial solución de dos Estados para resolver la cuestión palestina.

Los infortunio­s de Bibi, el seudónimo con el que lo llaman sus amigos, entre ellos el presidente de EE.UU. Donald Trump, no se detienen en el terreno doméstico. En los últimos días, su gran flotador internacio­nal, justamente el gobierno norteameri­cano, produjo un cambio clave en su visión geopolític­a. El jefe de la Casa Blanca acaba de proponer una cumbre con su colega iraní Hassan Rohani a realizarse en la Asamblea de la ONU de fines de este mes. Esa cita comenzó a borronears­e en la asamblea del G7 en Biarritz con el impulso del presidente francés Emmanuel Macron, quien invitó en esas horas a París al canciller iraní Mohamad Yavad Zarif. Fue la primera vez que Trump no atendió el llamado alarmado de Netanyahu. Las siguientes veces fueron cuando añadió a la idea de la cumbre el alivio de las sanciones que impuso al país persa.

El alfil del gobernante israelí en el gabinete norteameri­cano ha sido el implacable John Bolton, secretario de Seguridad Nacional. Pero Trump lo acaba de despedir después de que se opuso tanto a la cumbre con Rohani como al recorte de las penalidade­s. No es un dato extraño que en la misma reunión quien aplaudió inmediatam­ente la détente con Irán haya sido el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin. Hoy, como antes, es la economía la que mueve estas fichas. Como ha señalado esta columna, el espectro de la recesión ya vuela bajo sobre Europa, y está cubriendo a todo el mundo, incluido EE.UU. El alivio de las tensiones es una herramient­a para serenar la crisis antes de que configure un descalabro.

La economía dibuja la política y, sin dudas, la geopolític­a. Quizá Netanyahu debería leer en esas aguas no tan turbias para adivinar si resbalará o no esta vez hacia el fondo del pozo desde su plano inclinado . ■

La economía dibuja la política y, sin dudas, la geopolític­a. Netanyahu debería leer en esas aguas para adivinar si resbalará o no, esta vez.

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