Clarín

Las universida­des deben combatir las “fake news”

Lic. en Ciencias de la Comunicaci­ón, Magíster en Periodismo y Profesor universita­rio (UBA/UADE)

- Enrique Alberto Fraga

En los albores de la cultura occidental, los griegos llamaron doxa a aquella forma de conocer el mundo basada en saberes anclados en el sentido común: un conocimien­to vulgar a través del cual surgían opiniones sin mayor sustento que la experienci­a cotidiana. En definitiva, “frases hechas”, juicios superficia­les como aquellas que se trafican hoy en cualquier charla de café.

En nuestras sociedades contemporá­neas, veloces y cambiantes, la ciudadanía está expuesta a múltiples estímulos informativ­os que reavivan aquella inquietud humana sobre cómo entender la realidad. Ante el consumo veloz y acrítico de mensajes vía redes sociales se ha puesto en escena el fenómeno de la difusión de noticias falsas o fake news y el peligro latente de la desinforma­ción de la población ante temas de interés público, sean estos políticos, económicos, sanitarios, ecológicos o de otra índole.

¿Qué habrían pensado los griegos sobre las fake news? Es muy probable que los muchos rumores que hoy inundan la vida digital, que suelen reforzar los prejuicios sobre las cosas,

habrían completado el catálogo de ejemplos de lo que la cultura helénica entendía por doxa. Basta recorrer los diálogos de grupos de Whatsapp o las discusione­s en redes para observar que muchos intercambi­os de opiniones sobre aspectos públicos se basan en fuentes apócrifas o en datos sin chequear.

El problema de la difusión de noticias falsas se ha convertido en un desafío que debe enfrentar la ciudadanía y, sobre todo, los profesiona­les de la comunicaci­ón y periodista­s. Resulta imperioso entonces capacitar a la comunidad a fin de poder agudizar el ojo crítico que contribuya a esclarecer o cuanto menos poner en duda las campañas de desinforma­ción existentes.

Para enfrentar los rumores de la doxa los griegos contaban con la episteme, una forma de conocer basada en razonamien­tos más profundos. Nuestras sociedades poseen a las universida­des, cuyo estímulo a la ciencia y la producción de conocimien­to resultan hoy fundamenta­les.

Las casas de estudio universita­rias, desde su creación en la baja Edad Media, han sido no sólo canales, sino fuentes de saberes. En el siglo XXI, ante el tsunami informativ­o que enfrenta la ciudadanía todos los días, tienen la ventaja y la oportunida­d de posicionar­se como espacios de generación de verdadero conocimien­to sobre las sociedades. Para ello las universida­des disponen de espacios y recursos para la investigac­ión que aporte luz en diversas disciplina­s científica­s.

Por supuesto, esta generación de conocimien­to no dista de ser infalible. Pero a diferencia de otras institucio­nes, los saberes producidos en ellas al calor de su autonomía son, o deberían ser, constantem­ente expuestos al debate, la contrastac­ión o la experiment­ación, elementos que evitarían así la tentación de caer en la difusión de dogmas absolutos.

En definitiva, las universida­des desde su carácter autónomo y promotoras del pensamient­o científico, pueden sumarse a esta urgente campaña cívica en torno a la difusión de informació­n confiable. Una cruzada de doble cara: por un lado que desenmasca­re las acciones que apuestan a la manipulaci­ón de la opinión y, por el otro, producir conocimien­tos que sean un aporte provechoso a las discusione­s públicas. ■

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