El científico exiliado en el ‘66, que sigue atento
Mucho se habla de los exiliados de los 70. Casi nunca de los exiliados del 66. Fueron muchos. Mario Bunge fue uno de ellos. Se estableció en Montreal. “Llevo más de media vida acá” nos dice por teléfono desde allá. Pero antes de marcharse el joven Bunge había hecho muchas cosas en la Argentina. En 1937, con 18 años, había escrito un libro contra el psicoanálisis: Marx vs. Freud. Y también dos “novelas”. Y la obra Spartacu, un drama en verso. Algún tiempo usó el pseudónimo de Carlos Martel. Pero todo aquel material se perdió. En 1938, con 19 años, fundó la Universidad Obrera Argentina, en la que los trabajadores recibían formación técnica y sindical. La universidad duró seis años. La “Revolución del 43” la cerró. Eran los tiempos de Ramírez, Farrell y el GOU. En 1952 escribió un libro: Niveles de organización. Y al terminarlo lo quemó.
Mario Augusto Bunge nació hace casi un siglo. El 21 de septiembre de 1919 en Florida Oeste. Hijo de un médico y diputado socialista. Y de Maria Müser, enfermera alemana. Polemista, Bunge siempre cuestionó al marxismo, al psicoanálisis, al existencialismo, al posmodernismo, a las tecnologías, a las medicinas alternativas y a todo aquello que no sea reconocido como ciencia. Sus prédicas cientificistas -así como el Augusto que heredó de su padre y que también evoca a August Comte- han colaborado para que se lo tilde de positivista. Pero al positivismo también lo criticó. Considera que los seguidores de Comte son amantes no correspondidos, porque aman a la ciencia pero la ciencia no los ama a ellos. Fue padre de cuatro hijos. Dos argentinos y dos canadienses. Con su primera esposa tuvo a Carlos, que se dedicó a la física, y Mario, que se consagró a las matemáticas. Con Marta, su gran amor, tuvo a Eric, arquitecto; y a Silvia, neuropsicóloga.
Reconocido como filósofo, publicó decenas de artículos de física. La física cuántica para él demuestra que la mayor parte del universo es invisible. “La mayor parte del universo es invisible”, repite, como si en lugar de física también hablara del amor -que a veces es invisible- o de política -un arte que también trabaja con la materia oscura y que es en las sombras donde hace sus cosas-. Desde 1984 es miembro de la Asociación Estadounidense para el Avance de la Ciencia y, desde 1992, de la Royal Society de Canadá. En 1982 obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de Humanidades. Gracias al exilio, le dieron más de 20 doctorados Honoris Causa en universidades de todo el mundo. La Argentina no es un país generoso para dar reconocimientos. Pero el Honoris Causa de la Universidad Nacional de La Plata y los Premios Konex que recibió en 1986 y 2016 debieron ser especiales. Son reconocimientos que reparan, un poco, heridas nacionales como el exilio, la persecución, el desdén. Su autobiografía, Memorias entre dos mundos, narra las memorias de sus cuatro mundos: la Física, la Filosofía, la Argentina y Canadá.