Clarín

Sobrevivie­ntes de la insegurida­d vial: tras el dolor, hallaron la fuerza para seguir

Lara Crespo, Gustavo Cabral y Victoria Condolucci fueron víctimas de choques que marcaron sus cuerpos y cambiaron sus vidas. Se sobrepusie­ron y enfrentaro­n desafíos nuevos.

- Karina Niebla kniebla@clarin.com

La danza que más me gusta es la contemporá­nea, pero ya no puedo enseñarla por los clavos en mi cadera. Igual me enfoco en lo que sí puedo”.

Victoria Condolucci

Hasta que te pasa un choque así, pensás que vas a hacer lo que quieras siempre”. Gustavo Cabral

“Ponés en WhatsApp: ‘En cinco minutos llego’, y das por hecho que va a ser así, que siempre vas a poder ir donde quieras cuando quieras. Hasta que te pasa algo como esto”. Esto es un choque o, más bien, sobrevivir a uno, arrancar una vida nueva después de haberla salvado, con los costos físicos y emocionale­s que trae en combo. Quien habla es Gustavo Cabral (45), que una madrugada de 2007 fue atropellad­o por un automovili­sta que venía quemando la avenida Libertador, en Vicente López, y que pasó un semáforo en rojo. Él iba en bicicleta, repartiend­o diarios. Por aquel choque, perdió la mitad de una pierna, sustancia ósea en un brazo y la mayor parte de su audición.

Gustavo también perdió su rutina diaria como canillita y profesor de baile, y sus noches de sueño libres de dolor. Su año y medio internado no le quitó empuje: hoy da charlas motivacion­ales y hasta se dio el lujo de subir al volcán Lanín con una prótesis bajo la rodilla.

Victoria Condolucci (32) también sabe de pérdidas, no sólo las de su cuerpo como lo conocía hasta entonces -su fémur izquierdo quedó pulverizad­o, y tuvo hemorragia­s, un coágulo en la cabeza y otras fracturas-. También la de su futuro marido, Nicolás Zárate, y la de su amigo, Nicolás Amadini. Ocurrió también de madrugada pero en 2016: los tres volvían de un cumpleaños en una camioneta Volkswagen Saveiro por Panamerica­na, cuando Gustavo Cusato -hoy preso- los chocó borracho y a contramano a bordo de un Ford Fiesta. Los médicos le habían dicho a Vicky que no volvería a caminar. Hoy se sube todos los días a su bici para ir a dar clases de zumba, urbano y danza jazz en El Palomar, donde nació.

Lo que perdió Lara Crespo (24), en cambio, fue “la conciencia”. Así define ella misma ese instante en blanco que arrancó en los segundos previos a que el auto en el que iba se estrellara contra un poste, y terminó cuando ella abrió los ojos y vio la ventanilla hecha pedazos, la gente que le hablaba desde afuera, el pie atrapado bajo el asiento de adelante. Viajaba atrás en un Peugeot 207 conducido por un conocido suyo, que estaba borracho. Iban ella, sus dos mejores amigas y dos varones por la avenida San Martín, a la altura de Agronomía, una madrugada de marzo de 2017. Lo poco que recuerda es su urgencia por salir del auto y las manos manchadas tras agarrarse la cabeza herida, en un gesto de desesperac­ión.

La insegurida­d vial tiene un costo, medible en números: 175 mil millones de pesos, según un informe de la Agencia Nacional de Seguridad Vial. Es de 2017 pero la cifra basta para ilustrar un fenómeno: los siniestros viales son la principal causa de muerte no natural en la Ciudad de Buenos Aires y en el país. Y el exceso de velocidad y el consumo de alcohol son dos de los principale­s motivos. Eso quedó en evidencia el domingo pasado, cuando el periodista Eugenio Veppo (32) atropelló a dos agentes de tránsito en Figueroa Alcorta y Tagle, Palermo. Iba a más de 130 km/h y había tomado vino. Por el impacto murió la agente Cinthia Choque (27). Y ahora su compañero Santiago Siciliano (30) lucha por sobrevivir (ver “Está...”).

También están los costos que no se traducen en cómputos. Vidas y proyectos truncados, caminos con giros violentos, cuerpos que apilan cicatrices, cirugías, dolores. Y la marca psicológic­a por una pérdida elemental: la de quien era uno hasta ese momento.

Ser Gustavo Cabral antes del choque era arrancar a las cuatro de la mañana a repartir diarios, hacer bailar a sus alumnos, salir con amigos. El nuevo Gustavo usa una prótesis debajo del fémur derecho y audífonos, y a veces toma analgésico­s porque el dolor no lo deja dormir. Pero su espíritu sigue intacto. El mismo que, de adolescent­e, lo hizo viajar desde su Córdoba natal para estudiar en el Colegio Militar de Campo de Mayo. Ese que hoy lo lleva a dar charlas motivacion­ales con la Fundación Iniciativa­s de Desarrollo Sostenible

Tendría que haber usado cinturón de seguridad. De saber que el conductor manejaba así, no debería haber subido a ese auto”. Lara Crespo

Argentina (FIDS Argentina), bajo el lema “Si yo pude, vos también”.

Esa no es su única forma de motivar: también desempolvó sus saberes como instructor de alpinismo para hacer cumbre a 3.776 metros en el Lanín. Lo hizo acompañado de su cuñado y su sobrino, con una prótesis que ni siquiera es todo lo sofisticad­a que necesitarí­a: “Me hace falta una deportiva pero no puedo pagarla y la obra social no me la cubre”, cuenta.

Antes del choque, Lara era una conductora sin miedo, poco afecta al cinturón de seguridad cuando iba atrás, frecuente usuaria de zapatos con plataforma­s y sandalias en verano. Después, comenzó a manejar “con mil ojos” y, por un tiempo, a 30 km/h aún en avenidas.

Como su pie seguía resentido, pasó de los tacos al calzado bajo y del patín, al baile y el gimnasio, hasta que terminó de recuperars­e y volvió a patinar, su “cable a tierra desde los seis años”.

“Tendría que haber usado el cinturón de seguridad. De haber sabido que el conductor manejaba así, directamen­te no debería haberme subido a ese auto”, dice esta Lara , más precavida. Manejar así era ir a 140 km/h y borracho. Hasta que llegó el impacto contra una parada del Metrobus en Beiró, el giro, el choque del lateral izquierdo contra un poste y el golpe de la cabeza contra la ventanilla.

Lo que vendría después serían los puntos en la cabeza, el párpado del ojo derecho y el pie izquierdo; un neumotórax (burbuja de aire en la cavidad pleural del pulmón); pesadillas con imágenes borrosas, que no sabía si habían sido reales o salían de su imaginació­n.

Del mismo modo, hay una Victoria previa al impacto y otra posterior. La primera daba 17 clases semanales de danzas a chicos y grandes y tenía planes de casamiento. Entre la anterior y la actual transcurri­eron ocho cirugías y una crisis de abstinenci­a de la morfina que le daban en el hospital de Pacheco para calmar los dolores. “Sentía que no era yo: me molestaban los ruidos, la tele, mi propia familia, quería volver al hospital porque no aguantaba el dolor”, cuenta.

Tendrían que pasar varios meses más para que Victoria sumara más clases y recuperara, en parte, el ritmo anterior al choque, aunque con restriccio­nes. “La danza que más me gusta es la contemporá­nea, pero ya no puedo enseñarla porque tiene demasiadas figuras en el piso y los clavos que tengo en la cadera me impiden flexionar -explica-. Igual nunca me estanco en lo que no puedo, me enfoco en lo que sí puedo”.

El nuevo punto de partida no fue fácil. Victoria tenía el cuerpo destruido: fracturas en una muñeca y en ambos fémures, un coágulo en la cabeza que le drenó por los ojos, golpes en la cara. Durante varios meses dio clases en silla de ruedas y luego con muletas. Y recién cuando limpió su cuerpo de la morfina, pudo arrancar el duelo por su novio y su amigo muertos. Aún hoy luce el anillo de compromiso que ambos se habían tatuado, el de ella una letra “N” estirada, en cursiva. Y se hizo otro tatuaje, el mismo que tenía Amadini. Dice “Sé feliz”. Un lema que estos tres sobrevivie­ntes persiguen, no a pesar sino aún más por lo que les tocó vivir. ■

 ??  ??
 ??  ??
 ?? FOTOS: GUILLERMO RODRÍGUEZ ADAMI ??
FOTOS: GUILLERMO RODRÍGUEZ ADAMI

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina