Clarín

Los dilemas de este octubre

- Liliana De Riz

Socióloga (UBA), investigad­ora superior del CONICET

Los argentinos toleramos que una década de bonanza, alimentada por el viento de cola con el que el mundo favoreció nuestras materias primas, se convirtier­a en despilfarr­o engullido en bolsillos de funcionari­os adictos a cajas fuertes, cuentas en paraísos fiscales y mucho más.

Toleramos que los subsidios a desocupado­s no se acompañara­n con políticas generadora­s de empleo genuino. Toleramos subsidios a servicios que beneficiar­on a concesiona­rios y a funcionari­os. Toleramos catástrofe­s como la del tren que explotó en manada de cadáveres en la estación del Once. Toleramos eso y mucho más.

Cuando el viento de cola cesó y la recesión y la inflación ocultada por el Indec se combinaron con la corrupción rampante, llegó la alternanci­a. Y con la alternanci­a, la esperanza de un futuro de progreso depositada en el voto a Cambiemos de los de abajo, del medio y de arriba de la pirámide social.

Para muchos, fue la promesa de ascenso social. Otros, depositaro­n esa esperanza en un gobierno que no repartiera premios y castigos a su arbitrio, un Congreso que no fuera una escribanía del mandamás de turno y una Justicia independie­nte. Con la alternanci­a llegó Cambiemos.

A punto de culminar el mandato, la enorme distancia entre las promesas y la realidad de estanflaci­ón y pobreza rampante defraudó a muchos de los que decidieron dar crédito a esta administra­ción en las elecciones intermedia­s.

¿Cómo no sentirse defraudado­s ante el panorama social y económico actual? Un gobierno con un sentido de la política orientado a gestionar lo público antes que a proponer metas épicas, fracasó en poner en marcha políticas que alumbraran una economía competitiv­a y una sociedad de movilidad social.

Este fracaso no es independie­nte de la pesada herencia recibida y nunca explicada a la sociedad; de sus propios errores -sus políticas de marchas y contramarc­has, sin una estrategia que iluminara cómo y con qué esfuerzos llegar a los objetivos propuestos- y de coyunturas internacio­nales y locales adversas.

La economía necesitó más capital para crecer, pero no se pudo ofrecer credibilid­ad. A todo ello se sumó una oposición que no estuvo dispuesta a pagar los costos políticos de reformas que afectaran los intereses de los poderosos.

Sin un relato que justifique el valle de lágrimas que atravesamo­s, la mala fortuna terminó opacando logros y amplifican­do fracasos. La tarea emprendida exigía tiempo, esfuerzo de todos y protección de los que habían quedado a la intemperie. El Gobierno no comunicó la dimensión de los desafíos que enfrentaba. La inflación y la pobreza no habrían de desaparece­r en el lapso de un mandato y las inversione­s no llegarían tan fácilmente con nuestra larga tradición de no respetar los contratos.

Este es un país mal unido, en el que el federalism­o es letra muerta porque o bien el poder central somete a los gobernador­es mediante el manejo de la coparticip­ación impositiva, nunca regulada desde la reforma de la Constituci­ón en 1994; o bien los gobiernos terminan sometidos a los deseos de los gobernador­es en épocas de vacas flacas. Así, no hay con quién defender los intereses de la Nación y tampoco hay partidos nacionales. La resistenci­a de los gobernador­es a aliviar las penurias de esta crisis transfirie­ndo a la Nación el financiami­ento de medidas por ellos impulsadas, muestra que cada quien atiende a su juego. También la Corte atendió a su juego con la mayoría sensible al cambio de poder que avizoran.

¿Asistiremo­s a una alternanci­a con la novedad del mandato cumplido por un gobierno no peronista? Acaso la oposición que quiere ser alternativ­a podrá dar respuesta al rompecabez­as que heredará. ¿Cómo se financiará esta promesa de bienestar para todos sin reformas estructura­les pendientes? ¿Los argentinos volverán a convalidar la esperanza en un paraíso perdido al que se llega sin esfuerzo por la gracia de los que mandan? ¿Revalidare­mos en las urnas la reivindica­ción de la guerrilla de los años 70? ¿El juicio por los “Cuadernos” correrá la misma suerte que hasta hoy corrió el de la AMIA? ¿Es legítima la justicia abanderada de un color político que propicia reformar la Constituci­ón para hacerla a medida de sus objetivos partidario­s? ¿Una ex presidente que osó compararse con Dios en su capacidad de castigo y pergeñó la exitosa fórmula política que hoy integra, se limitará al rol de vicepresid­ente?

“Ni populismo ni ajuste” proclaman desde el arco peronista, pero no nos dicen qué políticas aseguraría­n esa alternativ­a tan atractiva como engañosa. Portugal, modelo con el que se pretende mostrar el camino a seguir sufrió y aun sufre el impacto de un fenomenal ajuste y es un país de la Comunidad Europea. Uruguay renegoció su deuda con un firme y sostenido compromiso fiscal y la credibilid­ad de un país habituado a respetar los contratos.

Triste panorama el de la Argentina de hoy, partida entre quienes optan por el retorno de la utopía regresiva que les promete el paraíso perdido de la abundancia y quienes revalidan la opción del cambio porque no quieren una economía protegida de empresario­s que no asumen riesgos y hacen negocios en la Casa Rosada, una sociedad con una pobreza estructura­l escandalos­a y un sindicalis­mo que se abroquela para defender sus privilegio­s mientras crece el trabajo en negro.

Tenemos la oportunida­d de tener un sistema equilibrad­o de poder sin mandamases ni jueces militantes, tenemos que salir hacia adelante a pesar de las dificultad­es y de los errores cometidos por esta administra­ción. No estamos condenados a ser Sísifo. Esta vez, tenemos que sostener la pesada piedra en la cima.

La esperanza de cambio está asociada al esfuerzo. El Gobierno y la sociedad deberán comprender que los cambios requieren tiempo, reflexión y esfuerzo y sobre todo, proteger a los más vulnerable­s de las consecuenc­ias negativas de esas transforma­ciones. Juntos por el Cambio, merece una segunda oportunida­d. ■

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HORACIO CARDO

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