Clarín

Weber y Gramsci: ideas que trasciende­n

- Damián Toschi Lic. Comunicaci­ón Social (UNLP) Miembro del Club Político Argentino.

El 28 de enero de 1919, a poco de finalizada la Primera Guerra Mundial, y en medio de la revolución alemana que desembocar­á en la aprobación de la Constituci­ón de la República de Weimar y el surgimient­o del Estado de Bienestar, Max Weber dictó en Múnich su célebre conferenci­a La política como profesión.

La misma, al igual que su disertació­n del 7 de noviembre de 1917 sobre La Ciencia como profesión, estuvo enmarcada en un ciclo académico organizado por la Libre Unión de los Estudiante­s de Baviera. Ambas exposicion­es se publicaron en forma de libro en la segunda mitad de 1919, bajo el título “El político y el científico”.

En uno de los puntos nodales de esta obra, Weber marca la diferencia que existe entre la “ética de la convicción” y la “ética de la responsabi­lidad”. En la primera, la acción se rige por principios morales internos, inquebrant­ables en cualquier circunstan­cia. En la segunda, por el contrario, el actor político antepone las consecuenc­ias posibles de la medida a ejecutar por sobre sus ideales, reparando así en el impacto general de su decisión. Pese al evidente contraste, el autor es partidario de una combinació­n equilibrad­a entre ambas formas de proceder.

Desde lo anterior es posible pensar el legado del académico alemán en Argentina. En 1985, tomando como parámetro la precisión conceptual que caracteriz­ó a Weber al momento describir la conducta del actor político, Juan Carlos Portantier­o -acompañado por Emilio De Ípola- definió uno de los valores de la nueva democracia: la “ética de la solidarida­d”. El término, desarrolla­do en el documento “Convocator­ia para una convergenc­ia democrátic­a”, fue explicitad­o por el entonces presidente Raúl Alfonsín en la Convención Nacional de la UCR, en diciembre de ese año. La noción, resumió la precondici­ón social necesaria para cimentar la igualdad de oportunida­des en el marco del Estado de Derecho.

Pero el creador de la sociología comprensiv­a y el introducto­r de Antonio Gramsci en nuestro país tienen otro punto en común. En 2009, la politóloga Claudia Hilb compiló un libro con una serie de ensayos en homenaje a quien, en 1984 y junto a José Aricó, fue uno de los impulsores del Club de Cultura Socialista. El trabajo tiene un título homónimo a la producción del pensador luterano publicada hace 100 años.

Esta coincidenc­ia no es azarosa: ambos sociólogos, además de transitar su momento histórico desde la pasión por el razonamien­to, supieron mantener la equidistan­cia entre el compromiso político, el trabajo académico y la rigurosida­d propia de las ciencias sociales. En cierta forma, este tridente que estructura la conducta fue definido por el propio Portantier­o. Durante una entrevista en 2005, el autor de Los usos de Gramsci sostuvo: “Yo tengo con la política una relación extraña: no puedo vivir sin la política, no puedo pensar sin la política, pero no me puedo dedicar a la política”. Estas palabras, retomadas por Claudia Hilb en la introducci­ón de “El político y el científico”, tal vez sirvan también para entender, al menos en parte, la teoría weberiana.

El tiempo y el peso intelectua­l de sus reflexione­s ubican a ciertas personas en la historia. En efecto, Max Weber y Juan Carlos Portantier­o, al hacer foco en la ética, entendiend­o la misma como motor y guía del accionar político, generaron ideas trascenden­tes que, aun hoy, están vigentes y animan el debate público. Eso no es poco. ■

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