Destrozos y humo en las calles de Quito, el escenario del encuentro
Negociación. El gobierno relajó ayer los controles pese al toque de queda. La ciudad volvía a mostrar cierta calma, entre rastros desperdigados de una batalla campal.
Las calles de Quito recuperaron cierta calma en la noche de ayer, una vez que la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (CONAIE) confirmó que aceptaba sentarse en la mesa de negociación propuesta por el presidente Lenín Moreno. Pero hasta la noche del sábado, en medio del toque de queda total dispuesto por el Gobierno, la policía había dispersado con una brutal represión a los miles de manifestantes combativos que se apostaron en los alrededores de la Asamblea Nacional -el Congreso en Argentina- para protestar contra el paquetazo.
Las huellas que el día después todavía se podían observar daban cuenta ayer de una feroz batalla, acaso una de las más duras de los once días de enfrentamiento. El humo penetrante de gomas quemadas todavía en plena combustión, unidas al de los eucaliptos utilizados para combatir los gases lacrimógenos y los manifestantes abandonaron en la huida; y calles “repavimentadas” con adoquines de más de 300 años, arrancados de otras zonas, mechados con ramas y montañas de plásticos acumulados. Todo este escenario conformaba en la tarde de ayer el elocuente testimonio de lo que había ocurrido.
Es que el toque de queda le sirvió al Gobierno para militarizar las calles y poder avanzar contra quienes encabezaron las marchas. Pero luego, tras el caos, gran parte de la ciudadanía que hasta el momento se había mantenido al margen de las manifestaciones se lanzó a las calles, para protestar en paz con un cacerolazo. Paradójicamente, la oficialización de la negociación bilateral entre el Gobierno y los indígenas calmó a los involucrados, pero desató la rabia de quienes tienen posturas más moderadas y sienten hartazgo ante el horror que vivieron en medio de los incidentes. Así, familias enteras, padres y madres con niños de la mano y hasta bebés en brazos, coparon las esquinas de sus barrios. Se autoconvocaron por redes sociales y pasadas las 20 empezaron a hacerse escuchar.
En la mayoría de los barrios predominaron los cantos contra el Presidente y el Gobierno (“¡Fuera Moreno, fuera!”), pero en algunos sectores de Quito, como los barrios de Las Casas, La Primavera, y El Calzado, más al margen del epicentro de los incidentes, también hubo expresiones contra los indígenas más radicalizados y pidiendo “por el fin de la violencia y la paz”. Lo que fue interpretado por el Gobierno como un respaldo al diálogo y analizado también de esa manera por algunos medios locales.
Ayer, a horas del inicio de la cita entre el gobierno y los indígenas, la tranquilidad en distintos barrios de Quito hizo que implícitamente se flexibilizaran las condiciones del toque de queda: la policía limitó los controles a quienes se movían con mochilas o en grandes grupos. Y luego, el Comando de las Fuerzas Armadas levantó la restricción para movilizarse en vehículos. Así, se empezó a advertir más movimiento en las calles: la gente aprovechó para salir a comprar alimentos. En paralelo, los pequeños comerciantes, ávidos de ventas, levantaron las persianas de sus negocios. Pero con la incertidumbre respecto a cuánto más se prolongará la crisis: sucede que el desabastecimiento, señalan, comienza a sentirse. Clarín pudo corroborar esta situación en recorridas por distintos sectores.
A la tarde, una intensa lluvia volvió a dejar desierta la ciudad y quedaron otra vez a solas los protagonistas de estos días: la policía y los más violentos, que tras un descanso más por necesidad que por convicción, se propusieron acercarse a la Asamblea Nacional. No tuvieron éxito: superados en número, fueron repelidos rápido por los gendarmes. ■