Clarín

Ardió una destilería en Benavídez y causó pánico en un barrio de casas bajas

Más de 10 explosione­s y un denso humo negro sorprendie­ron a los vecinos. “Sabíamos que esto pasaría”, dijeron.

- María Belén Etchenique metcheniqu­e@clarin.com

Una chapa de dos metros doblada como papel sobre un cable de electricid­ad. Un tanque de solvente que voló 100 metros y cayó dentro de la pileta de una casa. Un barrio asomado a las puertas y las ventanas, mirando una fábrica humeante, cuando ya habían pasado más de cinco horas del inicio del fuego. El paisaje alrededor de la destilería Braunco, en Benavídez, era de destrucció­n, una que ayer no dejó muertos ni heridos, pero sí una clara zona de desastre.

El desencaden­ante no fue un huracán, tampoco un terremoto. Lo que dejó a la calle Gascón al 1400 y sus alrededore­s en ruinas fue un incendio, que estuvo seguido de al menos diez explosione­s.

Las llamas surgieron desde dentro del depósito de la destilería y siguieron afuera, en la calle, con zanjas prendidas fuego. Al lugar, repleto de tanques químicos y tubos enormes de gas, todos los vecinos lo llaman igual: "Una bomba de tiempo".

“Mi primera reacción fue agarrar a mi hijo, ponerle las zapatillas y llevarlo a la otra esquina, lejos”, dijo Francisco Maciel a Clarín, desde la terraza de su casa, con el humo de la destilería detrás. Eran las siete de la tarde de ayer y a su espalda estaban los restos de la fábrica de químicos. Una vereda la separa de su hogar, son unos diez metros de distancia, y ahí el que primero advirtió todo fue su hijo de ocho años.

“Papi, hay olor a quemado”, le dijo. Francisco, que estaba preparando bolas de fraile para el merendero que montó en su domicilio, se fue hasta el fondo para chequear si había dejado algo prendido en la cocina. Cuando volvió, vio un paisaje de caos: llamas de 20 metros de altura y tambores químicos que salían volando de la fábrica como si fueran pochoclo.

Uno de esos tambores cayó en la puerta de su casa, otro en la pileta de un vecino, otro en la esquina, y eran más en los alrededore­s. Todos, aplastados como latas de cerveza.

“Si caían en la cabeza de alguien, lo mataban: grande o chico. Lo mataban”, repitió. También dijo que tuvo miedo, que todo le recordó a un incendio que sufrió en noviembre, cuando un cortocircu­ito le hizo perder parte del terreno.

“¡Uh, cuidado!”, dijeron alrededor, alargando la U, con preocupaci­ón. El grito interrumpi­ó el relato de Francisco y, dentro de la fábrica, toda una pared se vino abajo.

Muy cerca de allí trabajaban los bomberos. Resultaba imposible contarlos, de tantos que se veían. En algunos puntos del depósito se acumulaba agua; en otros, la espuma que habían usado para mitigar el fuego. Alrededor, la única luz eran los flashes de los camiones de emergencia y de los bomberos.

Había más de 100 autobombas. Llegaron de todos los puntos del Conurbano: Tigre, San Fernando, Pilar, Vicente López, Tortuguita­s, Cardales, Malvinas Argentinas, San Isidro, Hurlingham, José C. Paz, Garín, Villa Ballester, Morón, Zárate, Campana, Moreno, San Miguel, Exaltación de la Cruz y Capilla del Señor, entre otros. Todo el barrio era zona de emergencia: a unas cuadras de la casa de Francisco se desplegó una carpa inflable de atención médica.

La mamá de Francisco, Zulema, debió ser atendida. Sufrió un ataque de nervios al llegar a su casa. Había salido a hacer unas compras y su hijo le avisó por celular. “Se quería quedar acá. No me escuchaba. La tuve que alzar y sacar a la fuerza”, describió él. Por primera vez se emocionó: “No me quedó otra que hacerlo así, no podía quedarse”, agregó, como disculpánd­ose por haberla obligado.

A la puerta de su casa, los vecinos no paraban de preguntarl­e por ella: ¿Cómo está Zulema? ¿Necesitan algo? Esos mismos vecinos fueron los que más tarde repitieron a Clarín: “Esto iba a pasar, nosotros nos quejamos todo el tiempo de esta fábrica”. Y siguieron: “Estar acá es convivir con el olor a químico, es colgar la ropa y que quede impregnado, es estar en verano y no poder abrir las ventanas porque te enferma el olor”. También plantearon: “¿Sabés los casos de asma que hay acá? Son muchísimos”.

Dijeron también que, tiempo atrás, pidieron un estudio del suelo porque el pasto no crecía. También, que tuvieron que protestar en la calle para impedir la entrada de camiones a esa fábrica y otras que funcionan al lado. Son una línea de cinco empresas que están en el medio de un barrio de casas bajas.

“Diez años atrás, me quejé de la destilería ante el municipio (de Tigre)”, dijo Fabián Laiker. Estaba parado en la puerta de su casa, mirando hacia el desastre: “Ahora hay olor a quemado, pero nosotros, todos los días, soportamos el olor a solvente y el hollín, porque además tienen hornos en los que incineran productos industrial­es”.

Contó que en el Municipio adujeron que la zona es mixta: industrial y residencia­l. Y agregó: “En el caso de que fuese así, no es lo mismo vivir junto a una fábrica que recupera envases que junto a una destilería. Hoy los efectos quedaron claros”.

Atrás, los bomberos seguían bajando la temperatur­a de los muros con chorros de agua. Seguía el humo, la chapa colgada en el tendido eléctrico y los tanques aplastados alrededor. Además, seguía el olor a químico. Ese que los vecinos aseguran que enferma. ■

 ?? M. CARROLL ?? Zona de desastre. Hubo llamas de hasta 20 metros y debieron convocar a más de 100 autobombas.
M. CARROLL Zona de desastre. Hubo llamas de hasta 20 metros y debieron convocar a más de 100 autobombas.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina