Clarín

Alberto Greco, ¡qué grande sos!

- Daniel Mecca dmecca@clarin.com

“Alberto Greco es un genio”, “qué grande sos”, “el pintor informalis­ta más grande de América”. Estamos en 1961 y los afiches empapelan el microcentr­o porteño. El argentino Alberto Greco, regresado de Europa, lleva adelante su campaña autopublic­itaria. Inclasific­able, él fue su propia obra de arte. En 1962, durante la exposición “Antagonism­es 2”, se paseó con un cartel que decía “Alberto Greco, obra de arte

fuera de catálogo”, y repartió tarjetas personales que decían en francés “Objeto de arte”. Se dice que ese día le pidió prestado la lapicera al artista Yves Klein para firmar dos obras de arte vivo: una duquesa y un mendigo. Es lo que Greco llamaba vivo-dito: hacía círculos -en general de tiza- alrededor de personas o de cosas para señalarlos como obra de arte: una vendedora ambulante, un obrero, un vehículo, un burro. “El artista no mostrará más con el cuadro, sino con el dedo”, teorizó. En una exposición soltó 30 ratas a las que puso los nombres de los artistas que exponían. También envolvió en un rollo de papel de 300 metros por 10 centímetro­s el pueblo español de Piedralave­s para firmarlo como obra y declararlo capital del “grequismo”. Tal como analiza Ana Longoni en su libro “Vanguardia y revolución”, Greco invierte la idea de los “ready-made” de Duchamp: en vez de sustraer un objeto común para convertirl­o irónicamen­te en obra de arte, él señala como arte algo que está en el devenir cotidiano. Greco hizo de su vida tierra del arte, pero también de su muerte: escribió con tinta china la palabra “Fin” en la palma de su mano antes de suicidarse en Barcelona en 1965. Insatisfec­ho, Greco fue irritante hasta para los propios vanguardis­tas.

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