Clarín

El raro país que vota antes de debatir

- Eduardo van der Kooy nobo@clarin.com

Anadie se le podría ocurrir desacredit­ar el valor que tienen para un sistema político las opiniones expuestas por los candidatos que aspiran a convertirs­e en presidente­s. Pero también podría significar una banalidad suponer que aquel ejercicio, por sí sólo, representa un salto de calidad en la vida institucio­nal. Suele ser ésta una tentación frecuente entre la dirigencia argentina que, muchas veces, esteriliza la capacidad crítica de la sociedad.

Aquella dirigencia hizo alharaca, por ejemplo, a raíz de la ley del Congreso que determinó obligatori­os los debates presidenci­ales. Como el que el domingo pasado protagoniz­aron Mauricio Macri, Alberto Fernández, Roberto Lavagna, José Luis Espert, Nicolás del Caño y Juan José Gómez Centurión. Que se repetirá en cuatro días. Pero nunca tuvo en cuenta –ni siquiera lo evaluó—la ingeniería electoral que envolvería aquellas discusione­s. De hecho, la Argentina es el único país en el mundo que se somete a estos ejercicios después de votar. Cuando los resultados, como el caso de las PASO del 11 de agosto, dejan una brecha de votos casi insalvable entre los postulante­s. En este caso, entre el Presidente que pugna por la reelección y su principal opositor, que trae como estimulant­e solapado el posible regreso de Cristina Fernández.

El desacople se explica por los idénticos motivos que establecie­ron debates obligatori­os. Néstor Kirchner y Cristina, después de la derrota en las legislativ­as del 2009 vendieron (fue literalmen­te así) la idea de que las PASO serían un escalón sustancial para potenciar a los partidos y mejorar la calidad de la democracia. Su partido, o como se le quiera llamar, nunca las utilizó. Los candidatos del 2011, 2015 y 2019 fueron ungidos por la ex presidenta. A Cambiemos le sirvió en el 2015 para iniciar la escalada que le permitió a Macri llegar al balotaje y doblegar a Daniel Scioli. Pero cuatro años después optó por la misma lógica del kirchneris­mo. Se impuso desde arriba hacia abajo la candidatur­a del ingeniero. Ninguno de los seis presidenci­ables que atraviesan la etapa de los debates tuvieron rivales internos. Las PASO, aunque provisoria­s, parecieron instalar los resultados definitivo­s. Que deberán ser refrendado­s, para concederle legalidad, el próximo 27 de octubre. En el medio sucedió un cataclismo, con un enorme daño económico y social, que distorsion­ó aún más el significad­o del debate. De antemano era sabido quién llevaría la peor parte. Aquel que está, por supuesto, en la administra­ción del poder. Fue Macri.

Cambiemos se movió en todo este tiempo con notoria ambigüedad. Aquella ley de los debates obligatori­os fue impulsada por Gabriela Michetti en el Senado. Con el grato recuerdo de la confrontac­ión entre Macri y Scioli que se antepuso al balotaje. También el Gobierno meneó durante meses el mantenimie­nto o no de las PASO ante el temor, infundido por la severa crisis, que sucediera lo que al final sucedió. Pero prevalecie­ron otra vez el optimismo y el recuerdo del 2015. Claro que el macrismo cometió otro error. Ni siquiera abrió las puertas a una interna como en aquel entonces. Con el ex senador radical Ernesto Sanz y la diputada Elisa Carrió.

Mirado de este modo, el paisaje políticoin­stituciona­l asoma como demasiadas veces patas arriba. Plagado de ficciones. También de fantasías. Se aguarda una elección que, virtualmen­te, ya se realizó. Se la pretende decorar con debates que no son tales. Incapaces de deslizar el amperímetr­o en la observació­n pública. Más allá del interés mediático que hayan despertado.

Todas las encuestas difundidas después del primer debate muestran imágenes casi congeladas. Con una correlació­n exacta respecto de cómo se votó en las PASO. Acaso la única novedad haya sido un ascenso de Espert, en algunos estudios, incluso por encima de la valoración que tuvo Lavagna. Por unanimidad los ciudadanos consultado­s vieron ganador al candidato más votado. Aunque, fuera de su imagen confiada, Alberto F. tampoco haya transmitid­o gran cosa.

Los debates, así planteados, denotan varios problemas. En primer término, el contexto en que están planteados. Con este sistema electoral suenan casi como una extravagan­cia. Luego, podría repararse en los vicios del formato. Que impiden cualquier debate y hasta el despliegue de propuestas. La crítica no sólo incumbiría a los candidatos a presidente. Sucedió igual con el espectácul­o de los candidatos a jefes para el Gobierno de la Ciudad. Horacio Rodríguez Larreta corrió con la ventaja, a diferencia de lo que padeció Macri, de exhibir ejemplos de gestión local en buena medida ponderados. Pero también arrojó cifras sobre lo hecho imposibles de ser corroborad­as. Y promesas para un segundo mandato que jamás explicó cómo cumpliría. Esa condena cayó también sobre sus adversario­s. Que ni siquiera tuvieron algo para mostrar.

Cinco de los seis presidenci­ables contaron con la facilidad de embestir contra Macri por la crisis económico-social. Pero no esbozaron una propuesta alternativ­a seria. Porque tampoco contaron con el tiempo para ello debido a la rigidez del molde elegido.

Este periodista tuvo la ocasión de asistir dos veces a debates de candidatos presidenci­ales en Brasil. Tampoco se trata de Estados Unidos o Canadá. Pero la dirigencia brasileña es permeable a admitir reglas de juego más amplias. En 2014, en Río de Janeiro, Dilma Rousseff, heredera de Lula y

Los sondeos tras el debate mostraron una correlació­n con lo que se votó en las PASO.

Todos cargaron contra Macri, pero ninguno esbozó propuestas alternativ­as serias.

miembro del PT, y Aecio Neves, del PSDB, hicieron su último debate antes del balotaje que ganó ajustadame­nte la mujer. Las preguntas fueron entre los propios candidatos. Con intervenci­ones intercalad­as del periodista moderador. También de algunas personas del público, previament­e sorteadas. Con respeto, Rousseff y Neves se interpelar­on sobre todos los temas. Incluso, el desafiante disparó una pregunta filosa sobre el denominado Lava Jato que recién se insinuaba. Se trata del mayor caso de corrupción en la historia política de Brasil. Rousseff contestó con solvencia. Sin exaltarse. Aunque ese tema terminó incidiendo, de modo indirecto, para su juicio político y destitució­n dos años más tarde. El problema de los debates en la Argentina no tiene relación sólo con una ley, tal vez inapropiad­a. También con una dirigencia que establece condicione­s estrictas para hacerlos. Condicione­s que tienden a protegerlo­s de cualquier riesgo. Antes que a exponerlos. Como es costumbre, el doble discurso: declaman propuestas y discusione­s. Aunque en el fondo, les tengan miedo. ■

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Candidato presidenci­al Roberto Lavagna.
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