Clarín

Cuando el fútbol es tu vida y la cancha de Sacachispa­s, tu patio para jugar

Con 39 años y dos hijos, es una de las ocho profesiona­les del equipo de Parque de los Patricios.

- Sabrina Faija sfaija@clarin.com

No tenía pensado ser futbolista y ahora no sabe qué hará cuando decida colgar los botines. Silvana Peralta es Pipi, la capitana de Huracán y también la hija de Ricardo, el canchero de Sacachispa­s desde hace 41 años. A los 39, es una de las ocho profesiona­les del Globo y cada vez que el equipo hace de local en Villa Soldati, ella sale al patio de su casa a jugar, como cada vez que Thiago o Carolina, sus hijos de 12 y 5 años, le piden ir a patear al arco que mira al Parque Indoameric­ano. Ese en el que convirtió su gol contra Villa San Carlos. Ese en el que mamá volvió a verla jugar después de 21 años.

“A mi mamá le traje el fútbol a casa para que me viera, porque me había ido a ver una sola vez en 1998, pero mucho no le gustaba porque me pegaban bastante”, dice la goleadora desde una de las cabinas de prensa del estadio Roberto Larrosa.

Su relación con el fútbol se dio naturalmen­te. Es que la casa de los Peralta está separada de la cancha por una reja en la que Pipi posa con una sonrisa tímida frente al fotógrafo de Clarín. “Lo vivís con normalidad cuando sos chica, pero si te alejás y lo ves, me siento una privilegia­da. Para mí es normal y para mis hijos está siendo normal tener 100 metros de patio. Es un sueño”, afirma.

“Desde que tengo uso de razón, siempre estuve jugando a lo que fuera. El juego que se te ocurra era en la cancha. Tenía 6 o 7 años y jugábamos dos contra dos con mi amiga Valeria, contra mi hermano y mi primo. No llegábamos nunca a los arcos, estábamos re locos”, recuerda. Por eso valora más haber debutado en esta cancha hace dos semanas, ya que con la profesiona­lización impulsada por la AFA, Huracán tuvo que dejar la Quemita por una cancha con tribunas.

Quizás por vivir en una cancha o porque se convirtió en futbolista casi de casualidad, Peralta no afrontó las críticas con las que sí conviviero­n muchas jugadoras cuando decidieron dedicarse a este deporte. “Nunca sentí prejuicios. Era lo más normal jugar al fútbol en casa: salía y veía a los chicos entrenarse”, cuenta.

El bichito le picó cuando tenía 13 años y Sacachispa­s fue la sede del torneo femenino de la AFA. Pero todavía era muy chica en un fútbol sin Inferiores. “Hasta que un día me invitaron a jugar al fútbol 5 en una cancha de sintético en Caballito, en la calle Yerbal. Me llevaron a All Boys, ahí jugué en los últimos meses de 1997 y en 1998 empecé oficialmen­te a jugar en AFA”, explica. Fue el puntapié inicial de una trayectori­a que acumula 21 años.

“Cuando empezamos, cada una iba con su ropa a entrenarse y era un colorinche. Pasarse la pelota sin pecheras era complicado. Y no teníamos pecheras”, recuerda.

De lunes a viernes, Pipi trabajaba y estudiaba la tecnicatur­a en Administra­ción; los sábados se entrenaba en la Reserva Ecológica; y los domingos jugaba en All Boys. Pero un año después ese proyecto se disolvió.

Huracán, al que antes le había dicho que no, golpeó otra vez a su puerta en 2000. Dijo que sí. Y entre 2003 y 2004 jugó en River, donde fue campeona y goleadora del torneo de AFA.

“Sabía que en algún momento iba a llegar, pero no que lo iba a vivir”, comenta sobre esta semiprofes­ionalizaci­ón que comenzó hace un mes. Es una de las ocho profesiona­les del Globo, en un plantel de 32 jugadoras. “Es complicado. Charlamos sobre repartir la plata y que cada una se lleve algo, pero si repartís en partes iguales, es muy poquito lo que queda”, responde sobre una posibilida­d que todavía están analizando. De concretarl­a, firmarán un contrato interno.

“Antes había más conformism­o y pedías por favor. Ahora una no se conforma. Seguís exigiendo. Recién en 2017 nos dieron remera y pantalón. Y este año recibimos por primera vez toda la indumentar­ia”, agrega.

También señala que desde el club se está buscando sponsor y otro contrato o un viático para el corto plazo. “La idea es que al menos ir a entrenarse a la Quemita no sea un gasto, porque vamos todos los días. Que cubran lo que es cargar la SUBE”, pide.

Y avisa lo que puede ser un problema a futuro: “Estos contratos los paga AFA, pero el año que viene se tiene que hacer cargo cada club. Habrá que ver cómo lo manejan, si buscan sponsors o qué. Esperemos que sea el comienzo, se consigan más contratos y sea profesiona­l para todas”.

Su vigencia a los 39 años, una edad en la que no es común ver a jugadores en el fútbol masculino tampoco, es una curiosidad. Estuvo cerca de no llegar: dos lesiones en 7 meses casi le ponen punto final a una carrera que sobrevivió a dos embarazos.

En noviembre de 2016, sufrió una triple fractura de clavícula y en junio del siguiente año se fracturó un tobillo. De la primera, recuerda que esperó a la ambulancia de su prepaga. ¿Por qué? “Es que si usaba la que estaba en la cancha, se terminaba el partido... y nosotras estábamos ganando”, explica. La segunda, en tanto, fue la que casi anticipa su retiro: “Ya tenía 37 años y con el que hablaba le decía que no quería seguir, porque no me quería lastimar más. Fue mi marido el que me convenció para que no me retirara una lesión”.

Ahora, cuando sale a la cancha, hay chicas a las que duplica en edad. “Tengo una compañera que tiene 14 años y mi hijo va a cumplir 13. Si bien no soy la misma, tampoco me pasan por arriba. Y mientras esté vigente, voy a seguir jugando, porque éste es un estilo de vida”, remarca Pipi, que tiene un vínculo con Huracán hasta junio de 2020.

“Si me queda más, veremos. Pero no dependerá de mí sino del club. Si quiero jugar en otro lado, en la A tengo que tener contrato. Es lo que tiene el profesiona­lismo”, comenta. Como pasa con los hombres, el retiro es una palabra que asusta. “Me parece que tendré que ir al psicólogo para resolver el 'después qué' -admite-. Pero ahora no lo pienso. Y aunque hay cosas que cansan, quizás con el profesiona­lismo lo estire un poco más”. ■

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FOTOS: LUCIANO THIEBERGER Padre e hija. Pipi se crió en Sacachispa­s, donde Ricardo es el canchero hace 41 años.
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La puerta. Silvana abre la reja que divide su casa de la cancha.

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