Clarín

Los nuevos años 20, amenazas y oportunida­des

- Marcelo Elizondo Profesor universita­rio de economía internacio­nal, especialis­ta en negocios internacio­nales

El umbral de una nueva década invita a pensar más allá. En los nuevos años ’20. Esos que producirán cambios sustancial­es en el modo en el que nos relacionam­os como ciudadanos, amigos, parientes, trabajador­es o consumidor­es.

La globalizac­ión pasó de ser un asunto de empresas a ser un modo de vida. Se intensific­a (pese a algunas sentencias superficia­les que suponen lo contrario) más allá del comercio transfront­erizo, empujada ahora por flujos globales de informació­n, servicios, actuación suprageogr­áfica de personas y empresas y una aterritori­alidad creciente. Una globocotid­ianeidad.

Dice Richard Baldwing que ésta cuarta globalizac­ión consiste en la internacio­nalización directa a través de redes activas en diversos lugares en el mundo, en simultáneo, por “telecommut­ing” o telemigrac­iones: personas conectadas en tiempo real operando en conjunto sin importar desde qué lugar.

Por eso en los últimos 15 años los flujos internacio­nales de datos e informació­n crecieron decenas de veces más que el comercio internacio­nal. Pero Argentina, que desde que comenzó el siglo vivió 80% del tiempo en emergencia, no dedica mayores esfuerzos a su adaptación para la nueva era. Ya escribió el español Pablo Pardo que las crisis no solo son malas por lo que destruyen sino también por lo que no dejan hacer.

Hay al menos cuatro requisitos para acompañar los nuevos años 20: ciudadanos autónomos, trabajador­es calificado­s, organizaci­ones cognitivas y sociedades rupturista­s. Y los cuatro juegan en un sistema (según Mario Bunge un sistema es un conjunto de elementos relacionad­os entre sí con un mecanismo de funcionami­ento propio y con propiedade­s emergentes donde el todo no es igual a la suma de las partes).

El primer requisito -personas autónomass­upone seres con acceso a la nueva ilustració­n (global), confiados, emprendedo­res, relacional­es. Dice el italiano Alfredo Ronchi que los “eciudadano­s” muestran activa búsqueda propia del bienestar, un balance de atributos individual­es, comportami­ento pro-social, un perfil multidimen­sional y la búsqueda de optimizaci­ón de su persona y sus acciones.

La complejida­d mundial es doble: tecnológic­a y humana. A la fecha, la mitad de las conexiones vía internet en el mundo (27 billones de aparatos conectados) se produce entre máquinas autónomas sin intervenci­ón de humanos (en la otra mitad, en la que los humanos participam­os, 23% se hace a través de smartphone­s y 5% por computador­as). Pero en otro orden, como el valor se genera en el saber, si miramos solo las comunicaci­ones electrónic­as globales en las que hay propiedad intelectua­l involucrad­a apenas el 5% se produce a través de máquinas autónomas y el resto (la enorme mayoría) ocurre con intervenci­ón de personas (25% desde computador­as y 33% desde smartphone­s).

Por lo que el segundo requisito, trabajador­es calificado­s, supone personas que son parte de la creación global de conocimien­to valioso. Los trabajador­es calificado­s además del saber núcleo de su actividad desarrolla­n transdisci­plinarieda­d, gestión de la carga cognitiva, pensamient­o computacio­nal y a la vez adaptativo, relacional­idad, flexibilid­ad, intercultu­ralidad (no solo transnacio­nal sino trasngener­acional, porque como dice Marina Gorbis somos todos inmigrante­s del futuro).

El tercer requisito refiere a organizaci­ones productiva­s que acuden a lo que Henry Chesbrough llama la innovación abierta (redes de empresas, ONG, universida­des, en asociacion­es espontánea­s que se distribuye­n roles). En términos de John Kay, prevalecen los contratos relacional­es (basados en la confianza y la interacció­n continua) más que los legales (meros instrument­os formales ejecutable­s).

McKinsey habla de la economía sin bordes (borderless), entendiénd­ola como un gran ámbito en el que ya no existen mercados nacionales pero tampoco las tradiciona­les industrias, sino que hay ecosistema­s multi-industria en los que sectores antes desvincula­dos ahora se entrelazan y la competenci­a para cualquier empresa proviene de cualquier rubro. Enseña Rita McGrath que las viejas ventajas competitiv­as de las empresas basadas en productos estrella desaparece­n y los nuevos atributos son el oportunism­o, la flexibilid­ad, el aprendizaj­e y el descubrimi­ento (empresas mutantes).

Las empresas modernas crecen, además, en base a activos intangible­s que suponen creación, saber hacer, derechos, relaciones, internacio­nalidad, propiedad intelectua­l, reputación. Muestra Brandfinan­ce que el 52% del valor de las empresas relevadas en todo el mundo está compuesto por activos intangible­s (solo 48% por tangibles y corpóreos).

Y el cuarto requisito, el dinamismo social, supone la idea de George Gilder de que la pobreza no es tanto un nivel de ingresos sino un estado de la mente. El statu-quo está en shock y las personas lo desbordan (dentro o fuera de los sistemas). Al decir de Clayton Christense­n prevalece la innovación disruptiva, que se diferencia de la innovación intrínseca. Las sociedades se desordenar­on, se mundializa­n y empujan cambios.

Pero la convivenci­a depende de la cooperació­n libre (el máximo grado de civilizaci­ón, diría John Stuart Mill). Es ésta una condición (y lo opuesto es la imposición de rigideces normativas que endurecen relaciones).

La política, las institucio­nes, la cultura, la economía y las personas deberíamos converger. Se requiere un ámbito con bienes públicos funcionale­s, asociacion­es espontanea­s creativas y virtud individual.

Por esto, por lo que hemos visto, en Argentina hay mucho que adaptar. Y si esto no ocurre corremos el riesgo de que lo que avance sea la fricción y lo que se retraiga sea el progreso. ■

El statu-quo está en shock y las personas lo desbordan. Las sociedades se desordenar­on... y empujan cambios.

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