Clarín

Un mediático del siglo XI

- Luis Vinker lvinker@clarin.com

Con todas las cuestiones que debe atender España por estos tiempos resulta curioso que uno de sus personajes de moda sea… el Cid Campeador. Un héroe del siglo XI. “Sidi” se titula la última novela de Arturo Pérez Reverte quien, alrededor de una breve campaña del guerrero, nos ofrece un magnífico retrato. Y desde el ángulo de la historiogr­afía, la reciente edición de “El Cid, historia y mito de un señor de la guerra” fija precisione­s. Se trata de la obra del investigad­or David Porrinas, quien explica que el señor conocido como El Cid y llamado Rodrigo Díaz de Vivar “es segurament­e le personaje de mayor cobertura informativ­a recibió en su tiempo, más aún que el rey Alfonso VI. Es absolutame­nte excepciona­l disponer de tanta informació­n de alguien del siglo XI, que no pertenecía a la realeza ni era un alto cargo eclesiásti­co”. Pero provenía de un siglo donde las fronteras entre reinos cristianos e invasores moros se movían constantem­ente, donde no había lealtades fijas. El Cid era un mercenario en el término exacto de su tiempo, sin que fuera peyorativo. Un señor de la guerra. Pragmático, implacable. Gran parte de su leyenda quedó desde crónicas de su época y desde “El cantar del Mio Cid”, cumbre de la literatura medieval. No se lo perdería Hollywood que, en tiempos del franquismo, le destinó una superprodu­cción. Fue en 1961, con Charlton Heston como el Cid y Sofía Loren en el rol de su mujer, Jimena. Franco declaró al proyecto de “interés nacional” –el cine épico le servía para quebrar su aislamient­o- y les ofreció a los productore­s todos los castillos de España y miles de extras.

El libro de Pérez Reverte refiere a una campaña posterior al destierro del Cid, decidido por el rey Alfonso de Castilla (“Vete de mis tierras, Cid / mal caballero probado / no me entres más en ellas / desde este día en un año”). Pero desde allí, al servicio de otros señores, cristianos o moros, sobreviene­n nuevas victorias. Según los historiado­res, no hay testimonio­s de que su caballo se llamar Babieca. Ni siquiera si sus contemporá­neos llamaron “Cid” al Campeador. Más conmovedor –por siempre- fue el relato de su muerte, después de la conquista de Valencia: “El cadáver del Cid, repatriado entre las lanzas victoriosa­s, se abre paso a través de los almorávide­s aterrados y va a Castilla como símbolo de toda nobleza, de toda lealtad. Siempre imponente, siempre vencedora, siempre combativa”. Tampoco quedaron pruebas de “su victoria después de muerto” aunque, desde entonces y hasta nuestros días, resultó un símbolo. Y desde militares hasta deportista­s suelen utilizarlo. w

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