Clarín

¿Mérito versus Igualdad?

- Profesor de Derechos Humanos y Derecho Constituci­onal (UBA y Palermo) Roberto Saba

La profesora canadiense Despina Stratigako­s enseña historia de la arquitectu­ra en la Universida­d de Buffalo (Estados Unidos) y es autora de un libro titulado ¿Dónde están las mujeres arquitecta­s? (Princeton, 2016). Allí expone su preocupaci­ón acerca de la escasísima cantidad de mujeres arquitecta­s que logran escalar a los lugares más relevantes de su profesión en todo el mundo.

A modo de ejemplo, la autora se detiene en el dato de quiénes han recibido el Premio Priztker. Este galardón global que se da anualmente, es el más importante de la profesión y se lo suele identifica­r como el Nobel de la arquitectu­ra. De 1979 a 2004, se otorgaron 25 de estas distincion­es, pero solo una de ellas fue recibida por una mujer y recién ese último año.

Se trataba de Zaha Hadid, una brillante arquitecta anglo-irakí, fallecida a los 55 años en 2016 y cuyo prestigios­o estudio internacio­nal se halla casualment­e construyen­do una torre en Buenos Aires. Luego de ella, dos mujeres más recibieron el Pritzker: Kazuyo Sejima (2010, junto con Ryue Nishizawa) y Carme Pigem (2017, conjuntame­nte con Ramón Vilalta y Rafael Aranda).

Solo tres mujeres frente a 44 varones (si la suma no le cierra a la lectora de esta nota, es porque dos de ellas lo ganaron en forma conjunta con colegas hombres, algo excepciona­l).

La autora señala que cuando se exponen estos números, surge habitualme­nte una reacción que se esfuerza en apuntar que el mérito es esencial en el ejercicio de la arquitectu­ra y que lo realmente relevante no es el género, sino el talento, el cual debe ser lo único que determine el éxito profesiona­l. Esta reacción no es exclusiva del mundo de la arquitectu­ra, pues es equivalent­e a la que tiene lugar cuando se exponen estas desproporc­iones en cualquier otro ámbito, sobre todo si es profesiona­l, donde el mérito juega un papel central al momento de premiar o contratar.

Sin embargo, concluye Stratigako­s, esa reacción tan radicalmen­te favorable al mérito pasa por alto la existencia de una serie de factores estructura­les que expulsan del conjunto de personas talentosas a las mujeres y no a los varones, llevando a la arquitectu­ra a un nivel de menos sofisticac­ión que el que sería segurament­e posible si eso no sucediera.

En suma, somos todos los que nos perdemos de tener una mejor arquitectu­ra porque hemos impedido el desarrollo de talentos. Esto sucede como consecuenc­ia de prácticas, climas, tradicione­s y prejuicios, muchas veces incluso sin que medie la intención de producir ese resultado, que alimentan un sesgo que no permite a muchas personas brillantes crecer y mostrar el producto de su intelecto o de su trabajo.

Cuando se proponen medidas dirigidas a contrarres­tar esos obstáculos estructura­les, por ejemplo, pero no exclusivam­ente, políticas de trato preferente a grupos en situación de desventaja, como el de las mujeres, esa respuesta meritocrát­ica aludida por la profesora canadiense es habitual.

Sin embargo, como ella misma sostiene, la alusión a un supuesto conflicto entre mérito e igualdad es una falacia, pues la aplicación del estándar del mérito bajo ciertas circunstan­cias como la que demuestra el caso de las arquitecta­s, implica que los ganadores pueden no ser los que más mérito tienen, sino aquellos que, además de ser sumamente talentosos no resultaron afectados por esos factores estructura­les excluyente­s.

Si queremos privilegia­r el mérito, en suma, no lo estamos haciendo. Solo lo haremos cuando atendamos al problema de la desigualda­d. Mérito e igualdad, lejos de estar en conflicto, se precisan mutuamente.

Ahora bien, ¿por qué no hay más arquitecta­s o ingenieras? En 2017, la UNESCO, FLACSO y Disney realizaron un estudio según el cual 9 de cada 10 niñas de entre los 6 y 8 años de las ciudades de San Pablo (Brasil), México y Buenos Aires, vinculaban a la profesión de la ingeniería con habilidade­s masculinas. Este dato resulta llamativo si consideram­os que el 30% de los niños y las niñas de esa edad se consideran buenos para matemática­s, una disciplina asociada con aquellas profesione­s.

Sin embargo, esa autopercep­ción cambia a medida que crecen. Consultado­s ahora a la edad de 9 y 10 años, el porcentaje cae a 20% entre los niños, y a un sorprenden­te 11% entre las niñas de esa edad.

La nueva percepción negativa que tienen estas últimas acerca de su relación con las matemática­s podría surgir del ambiente cercano en el que se desarrolla­n. Según el estudio mencionado, la mitad de los padres de la Ciudad de Buenos Aires cree que los niños poseen un mejor rendimient­o que las niñas en tecnología e informátic­a, y el 30% de los padres y madres piensa que los varones tienen mejor rendimient­o en tecnología, mientras el 8% piensa eso acerca de las niñas.

Si estos números se combinan con el dato de que las carreras relacionad­as con ciencia, tecnología, ingeniería y matemática­s son las más requeridas por el mercado laboral y se observa la poca presencia de mujeres en ellas, debemos concluir que el desarrollo sesgado de talentos no nos conduce a hacer abandonar el valor del mérito, sino a combinarlo con medidas que eviten la desigualda­d que nos priva de una parte considerab­le de personas talentosas. No hacerlo, según Naciones Unidas, afecta negativame­nte la productivi­dad y competitiv­idad de los países, además de que es moralmente inaceptabl­e. w

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina