Clarín

El 24 de Marzo y la dimensión de la tragedia

- Julio Bárbaro Dirigente histórico del peronismo. Ex diputado nacional

En aquellos tiempos, la pobreza rondaba el cinco por ciento, la deuda externa los seis mil millones y no había indigentes. A la vista están los resultados, esa derecha funesta que dio el golpe logró sus peores objetivos. El paso del tiempo permite tomar conciencia de la dimensión de la tragedia.

Después de ese día y hasta ahora no pudimos recuperar la conciencia de la patria. Una derecha brutal y asesina, que se creía “conciencia de Occidente”, se enfrentó a una izquierda violenta e inconscien­te que hasta el presente nos debe una autocrític­a. Los asesinos gestaron una atroz dictadura que el mundo condenó por su impiedad, pero en el fondo, más allá de la caída de sus despiadado­s uniformado­s, lograron imponer un modelo injusto de sociedad que sigue vigente y se desnuda en la pobreza que se continúa ampliando hasta hoy.

La patria agoniza desde ese entonces. Nosotros aceptamos el saqueo del Estado y redujimos la reivindica­ción de la izquierda a los derechos humanos, una presencia que conforma a los deudos sin cuestionar en absoluto los errores cometidos. Todo fue deformado: el peronismo, en López Rega, y la izquierda, en un decorado de fanatismos sin ideas. Todo absolutame­nte administra­ble por los grandes poderes económicos. La riqueza se multiplicó en el espacio improducti­vo de la intermedia­ción, cuya consecuenc­ia es la pobreza sin que podamos siquiera debatirlo. La destrucció­n del Estado era el sueño supremo de ese golpe; “achicar el estado es agrandar la nación” rezaban sus obleas, sabían para qué asesinaban. Más tarde, recuperamo­s una democracia que fue hasta el presente incapaz de imponer las necesidade­s colectivas por encima de los negocios individual­es.

El peronismo sigue vigente como recuerdo que aporta votos mientras su pensamient­o ha sido totalmente desvirtuad­o. En su vigencia con Perón, fue uno de los pocos momentos en que la rebeldía pudo convertirs­e en poder. Luego, todo fue adulterado y lo mismo sucede con el radicalism­o, los conservado­res, la izquierda y todos y cada uno de los sectores que supieron acompañar el crecimient­o del país. Incluso, con anteriorid­ad, habíamos llegado a vivir golpes con raíz nacional que generaron crecimient­o. Ahora recordamos con dolor esa fecha, aunque hasta el momento, sin asumir sus consecuenc­ias ni decidirnos a enfrentar sus deformacio­nes.

Aquella rebeldía con rasgos de heroísmo se fue degradando en la conversión del militante en funcionari­o, en operador, en dependient­e del poder de turno y, por ende, en impotencia de cuestionam­iento. El poder, en cualquiera de sus variantes, obliga al silencio; los cargos, hasta las mismas embajadas, ahuyentan las críticas. Necesitamo­s debatir el futuro desde distintos pensamient­os pero con un mismo objetivo, llegar a un rumbo colectivo que nos devuelva la creencia de que podemos ser nación. Solo la pertenenci­a a una parte de la grieta genera beneficios mientras la rebeldía es perseguida y despreciad­a.

Hubo tiempos de anarquismo, de “correligio­nario”, de “compañero”, de “Luche y vuelve”, de guerrillas y ortodoxias, tiempos donde las ideas enfrentaba­n a los intereses. Ahora pareciera que buscamos atajos para no enojar al verdadero enemigo que es la concentrac­ión económica. Es tiempo de luchar por reformismo­s, capitalism­o productivo con Estado fuerte que limite la concentrac­ión. Necesitamo­s salir del enfrentami­ento entre enemigos y arribar a un encuentro de adversario­s. Debate de militantes, no de funcionari­os, ya sabemos a qué obligan los cargos y de qué dispensan.

Ninguno de nosotros puede sentirse libre de pecado y autorizado a tirar la primera piedra. Solo una autocrític­a nos permitirá recuperar el valor y el sentido de la política como el espacio que trasciende la codicia individual para diseñar el futuro colectivo. Esa tarea está pendiente, y buena parte de ella lo está desde aquel nefasto 24 de Marzo. ■

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