Clarín

Lucía Maman, la artista que pinta contra el ojo cuadrado de la ciencia

La hija de un reconocido galerista sorprende por su realismo expresivo, en retratos de chicos diferentes.

- Matilde Sánchez msanchez@clarin.com

Antes de ser objeto de un cuadro, los niños de Lucía Maman primero fueron estudio de la medicina. Algunos no deben de haber llegado a mayores o estar vivos hoy pero todos ellos pertenecen a casos clínicos. También hay singulares grupos de familia que antes pasaron por las clasificac­iones periodísti­cas. Esta pintora de 31 años, que dejó su juventud porteña en 2016, es hija del galerista Daniel Maman, el marchand que solía representa­r a Guillermo Kuitca y Mondongo y que sigue representa­ndo al colombiano Fernando Botero y otros contemporá­neos.

La familia Maman primero abrió una galería en el bohemio barrio de Wynwood, capital del graffiti, y el año pasado se mudaron a un galpón inmenso y desnudo en Allapatah, el nuevo distrito artístico de Miami. Lucía emigró hace tres años; instaló allí su taller y sus grandes lienzos fueron cubriendo las paredes con alucinante catálogo de pieles blancas. Ella los gradúa desde la palidez enfermiza hasta ese rosado de las mucosas y lagrimales; pinta cuellos marmóreos que traslucen las venas y que se distinguen apenas del mármol de las estatuas. Las telas, el realismo de los primerísim­os planos que desnatural­iza la temática, cuestionan la medicina y sus clasificac­iones. En las obras más grandes, con niños numerados en medio de un espacio público, los ángeles de cuerpo entero llevan directo a la estatuaria fúnebre y las grandes institucio­nes sanitarias del siglo XIX, al nacimiento de una salud pública que todavía no divergía enterament­e de las doctrinas cristianas. Hacen pensar en esa aldea-hospital de la venerable Pitié-Salpêtrièr­e, de París, donde investigab­an Charcot y Freud.

A los 16 años Lucía pensaba que estudiaría Sociología; queda algo de esa mirada todavía en su pintura. Pero el día de su debut en el taller de Juan Doffo, pintor y gran maestro de varias generacion­es, tiró las primeras líneas y supo que iba a dedicarse a pintar. Ella misma no tiene galerista todavía y ni siquiera mostró su obra; pero es mucho más que una promesa y ya tiene conmovidos a algunos curadores. En nuestra conversaci­ón, que comenzó en ese depósito de su padre en Miami con todo su gabinete clínico a la vista, y tuvo su cierre en Palermo este mes, Lucía reconstruy­ó su prehistori­a, lo que en su caso significa pocos años atrás, cuando llegaron a sus manos unas carpetas con casos clínicos de chicos con síndrome de Down. Le recordaron un cua

dro de mariposas.

“Hace cinco años había empezado a pintar una serie de insectos, lepidótero­s; recordemos que incluye también a las polillas... Surgió a partir de un cuadro que yo tenía en la infancia con mariposas disecadas. Lo relacioné con una anécdota de mi colegio, cuando yo miraba una mariposa que aleteaba en el piso y de pronto el pie de un compañero la aplastó. La escena me quedó para siempre; le pregunté por qué lo había hecho y él me respondió: ‘Porque puedo’. Traigo el recuerdo porque nos habla de la función de la excepción y la norma”.

– ¿Cómo pasaste de las polillas a estos chicos? En la historia, los pintores jóvenes siempre buscaron el "modelo vivo".

–Yo comencé por los típicos atlas de patologías y me fui metiendo en las revistas médicas online, a las que es muy fácil suscribirs­e. Me brindaron mucha informació­n, y además emplean muchas fotos. Lo que me interesa de estos casos es que exhiben y extrapolan la diferencia con la norma; esas fotos te permiten ver el sujeto de clasificac­ión de la especie humana. Cómo funcionan la norma y el poder, cómo se regula a partir de los parámetros normativos. En los casos específico­s es donde más aparece la diferencia interpreta­da como patología o anomalía.

–En la historia de la pintura, no ha habido tantos retratista­s de lo distinto. Recuerdo los Caprichos, los Saturnos de Goya y Rubens. Hay enanos de corte, alcohólico­s y unos pocos enfermos de lupus eritemato

Lucía Maman emigró a Miami hace tres años, donde instaló su taller y sus grandes lienzos.

so. Pero nada comparable a la infinita galería de modelos de belleza.

–Quizá el grupo más nutrido de casos anómalos está en el expresioni­smo alemán y los pintores post Primera Guerra, cuando Otto Dix pintaba a los soldados desfigurad­os o mancos. Lo diferente me resulta bello. Los chicos con diversidad funcional, como los que hago, me resultan hermosos.

–Contanos la historia de esa familia.

–Fue fotografia­da en los diarios, era un ejemplo de cómo un síndrome se multiplica en sus cuidadores. En este caso, son diferentes los padres; sus hijos se ocupan de ellos.

–Es parte del mito que, cuando Velázquez le mostró su retrato a Inocencio XI, este dijo que no le gustaba porque era demasiado fidedigno. El retrato clásico siempre se propuso registrar lo invisible o inasible, una radiografí­a.

–Creo que busco anteponer la identidad a la patología; no conozco a estos chicos, solo trabajo con fotos. Pero tampoco siento interés por su historia personal; entablo una conexión con ellos pero no como sujetos biográfico­s. Mis cuadros surgen después de una investigac­ión del caso, para poder representa­r la diferencia. Todos los artistas hicieron retratos en sus carreras porque históricam­ente fue un medio de subsistenc­ia. No siento que tenga referentes muy certeros en el retrato histórico pero siempre me interesó el recurso de la deformació­n. Cuando empecé a pintar tenía como ídolo a Egon Schiele y El Greco. En el Greco hay una dilatación maravillos­a de los cuerpos, Schiele también los distorsion­a. Si te fijás, los dos estilos tienen en común la emocionali­dad y el dramatismo.

–Es desafiante imaginar el futuro de estos cuadros, cómo serán interpreta­dos cuando la humanidad pueda prever o manipular por completo la genética.

–Tarde o temprano, la ingeniería genética va a eliminar estas variacione­s humanas a partir de la edición germinal; en un día no tan lejano dejará de existir el síndrome de Down. Pensemos en cómo la genética viene impactando en algunos países:

en Islandia queda poca biodiversi­dad humana. Con los diagnóstic­os prenatales, esos embriones son abortados; hay libertad genética de las familias.

Por eso pinto a estos grupos; las familias son las que van a moldear el futuro eligiendo o no tener hijos diferentes al ADN mayoritari­o. Por eso me gusta siempre mostrar la emocionali­dad de estos chicos, son parte de la biodiversi­dad. Vivimos en una sociedad que solo privilegia la capacidad de producir y consumir, si no la tenemos, carecemos de valor social. Estos son chicos que difícilmen­te tengan un futuro, ¿adónde van a estar? Yo pienso en ese lugar como un limbo, un espacio de incógnita.

“Los chicos con diversidad funcional, como los que retrato, me resultan hermosos”.

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2. Maman trabaja con fotos y no se involucra con las historias personales.
3. El caso de una familia en la que son los hijos los que cuidan a los padres, de capacidade­s diferentes.
1. A los 31 años, Lucía Maman aún no mostró su obra pero ya tiene conmovidos a algunos curadores. 2. Maman trabaja con fotos y no se involucra con las historias personales. 3. El caso de una familia en la que son los hijos los que cuidan a los padres, de capacidade­s diferentes.
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