Clarín

El joven que buscó su destino en Alaska

- Horacio Convertini hconvertin­i@clarin.com

En algún lugar perdido de Alaska hay un colectivo abandonado. La mayor parte del tiempo está cubierto de nieve. No tiene nada en particular más allá de su ubicación en un sitio casi inaccesibl­e, y aun así convoca todos los años a centenares de peregrinos que arriesgan su vida para verlo. El tema no es el colectivo sino lo que representa: un intento (fallido) de huir de la sociedad de consumo.

Allí se fue a vivir Chris McCandless, un muchacho nacido en California y que se graduó en Historia y Antropolog­ía en la Universida­d de Emory. Habrá pensado que en la soledad y en el aislamient­o encontrarí­a la felicidad que le negaba el “american way of life”, así que donó 24 mil dólares de una herencia y en 1992 viajó haciendo dedo hasta un valle del Parque Nacional Denali, en Alaska. Tenía 24 años y, probableme­nte, la panza llena. Encontró un colectivo abandonado en un paraje inhóspito, lo transformó en su hogar y se dispuso a vivir de la tierra, libre como no se había sentido nunca. Fracasó. Murió de hambre a los cuatro meses (o al envenenars­e por comer un hongo tóxico, lo que viene a ser lo mismo). La película “Into the Wild” (2007), dirigida por Sean Penn, convirtió a Chris en un héroe romántico. Los que asocian aventura con libertad quieren ver el lugar y dejarle su ofrenda. Algunos mueren en el camino, otros deben ser rescatados en costosos operativos de salvataje. Uno imagina el momento: tazas de café caliente, frazadas térmicas, wifi para poder avisar que están bien, que no les pasó nada, que pronto vuelven. Tierna escena de la estupidez humana.

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