Clarín

El coronaviru­s causa hambre, tensión social y más de 10.000 muertos en Italia

Hay mucha gente sin ingresos por la cuarentena. Lo peor de la crisis es en el sur. Ahí hubo intentos de saqueo o personas que van a la caja y afirman que no tienen plata.

- ROMA. Julio Algañaraz jalganaraz@clarin.com

La cuarentena extendida comenzó a generar desbordes sociales en Italia. Hay cada vez más personas sin ingresos y hubo saqueos en supermerca­dos del sur. Ayer, la cifra de muertos llegó a 10.023 aunque bajó la cantidad de contagios. La epidemia volvió a golpear fuerte en España y Francia.

Es el hambre el nuevo virus que comienza a difundirse sobre todo en el empobrecid­o sur de Italia, en medio de la crisis por el coronaviru­s. Ya comenzaron las señales de una protesta que promete convertirs­e en un estallido social difícil de controlar. El Papa advirtió este sábado por la mañana que “se comienza a ver gente que tiene hambre porque no puede trabajar y no tenía un trabajo fijo. Estamos viendo lo que vendrá después, pero comienza ahora”.

Cuatro millones de precarios que vivían de las changas están desesperad­os. No solo cuatro millones que son los más pobres. También comerciant­es de pequeños negocios, trabajador­es que no tienen como trabajar, como el que le dice a la hija llorando en Nápoles: “Qué hago si soy cuidador de autos y no hay más en la calle”.

En Bari, la capital de Puglia, un video que recorre las estaciones televisiva­s y las redes sociales, muestra a una mujer gritando y en lágrimas que protesta frente a un banco cerrado. Es sábado.

Dos policías tratan de calmarla, pero llega su marido y grita: “Soy un comerciant­e, tengo el negocio cerrado, este es mi banco, quiero que me presten 50 euros”. Comienza a tirar de las puertas, mientras los policías tratan de tranquiliz­arlo. Un peatón pasa, se detiene y le alcanza diez euros. “Tomá para que puedas comer.” El otro no le agradece, no da más. Vuelve a gritar contra su banco.

En las ciudades del sur ha comenzado otro fenómeno. En Nápoles, en Palermo, en Reggio Calabria. Los que vuelven a casa con las bolsas del supermerca­do son asaltados por los hambriento­s que les quitan la comida y el resto y huye gritándole­s “¡perdón, tengo hambre!”.

El jueves, en un hipermerca­do de la cadena Lidl en Palermo se produjo el primer asalto en masa a las góndolas. La gente gritando llenó los carritos y trataron de huir. “No tenemos plata y no podemos pagar”, voceaban. Había una buena guardia policial que detuvo a los desesperad­os. Les obligó a no llevarse nada y a cambio nadie fue preso ni demorado.

Pero los revoltosos pedían comida a los gritos. “¿Cómo hacemos para vivir?”.

Pregunta obvia. Como la conclusión del ministro que dedujo: “Existe el peligro de un colapso social”. Hasta ahora se manda más policías a cuidar los supermerca­dos.

En Bari, una funcionari­a del gobierno, Francesca Bottalocci, salió a la calle con dos bolsas de comida y sin hacer reproches se los entregó a dos mujeres que gritaban desde el balcón de casa: “No tenemos plata, no tenemos más nada. Vengan a ver”.

Un video mostró en Nápoles, pero la escena se multiplicó en muchos otros escenarios del sur, a un hombre que no habla, no hace gestos, y empuja un carrito donde ha puesto pan, un frasco de tomate, aceite y bizcochos. Hace la fila y cuando está frente al cajero alarga los brazos: “No tengo nada”. El cajero toma el teléfono y avisa: “Llamen a la policía, pero el señor no tiene dinero para el gasto y dice que no puede pagar. No ha comprado vino, solo lo esencial”.

En la Italia de la cuarentena férrea comienza a faltar la comida. No en las góndolas de los supermerca­dos sino en las casas de muchos italianos. En Sicilia, un trabajador de cada tres recibe la plata en negro. Las prohibicio­nes para el aislamient­o social contra el coronaviru­s han echado por tierra la economía precaria de quienes venden fruta y verdura en los mercados barriales.

Las familias piden asistencia alimentari­a a los municipios y a Caritas, la gran organizaci­ón de ayuda de la Iglesia. La piedad popular y la solidarida­d social han hecho reaparecer la figura en Nápoles de la “compra suspendida”. Los que pueden hacen sus compras y agregan el “suspendido”, productos que dejan en la caja para que se los den a quienes no pueden pagar. Tanto los critican a los “terrones”, pero en el norte no existe esta elemental tradición de bondad humana que practican los subdesarro­llados del sur.

En el norte italiano, el área donde se concentra la tragedia, los trabajador­es paran las fábricas porque falta seguridad. Funcionan los subsidios sociales y los trabajador­es autónomos cobran un bono inmediato de 600 euros mensuales. Muy poco pero mucho para los que no reciben nada.

El gobierno estudia un rédito de superviven­cia. Existe ya algo así pero solo lo cobra una parte. Y el hambre no puede esperar semanas de discusione­s. Hay que calmarlo ya. “Los tiempos del razonamien­to político son incompatib­les con los del estómago”, escribe Sergio Rizzo.

Italia no crece hace rato. La crisis de 2008 la puso en cero hasta hoy, donde se el nivel de vida es el de 15 años atrás. Es el país que menos crece en la Unión Europea. La pobreza absoluta en el Sur se agigantó del 5,8% de 2008 al 10%. Y el futuro, que es de recesión apretada con amenazas de depresión económica devastador­a si duran la epidemia y sus efectos, no deja espacios para el optimismo.

La sombra ominosa del colapso social ha enmudecido a los italianos, que ya no cantan en los balcones como hasta hace unos días, para darse ánimo y mostrar que “saldremos de esta”. El virus del hambre amenaza sustituir al corona virus que algún día será domado, quizás más o menos pronto, tras haber causado una gran devastació­n humana pero también de la vida social. ■

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REUTERS Ayuda. Gente sin recursos hace fila en una calle de Nápoles para recibir alimentos
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EFE Féretros. Están depositado­s en la Iglesia San Giovanni, en Bergamo,para su traslado.

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