Clarín

Hasta que nos volvamos a encontrar

- Silvia Fesquet sfesquet@clarin.com

Son tiempos de cuarentena. Duros, difíciles, inciertos y, sobre todo, inéditos. Ni en nuestras peores pesadillas podría haber figurado esta realidad que se nos ha venido encima sin que nadie haya atinado a sospecharl­o. Las reacciones son dispares y se van alternando. En cuestión de horas es factible saltar de la angustia y la ansiedad al enojo y la desesperac­ión pasando por la resignació­n y el desánimo o la euforia y el optimismo. Acostumbra­dos a vivir a las corridas y en estado de vértigo perpetuo este parate súbito y obligatori­o activó, de manera exponencia­l, todos los resortes de la vida virtual. Más allá de teletrabaj­o y reuniones por zoom, Webex u otras herramient­as, sustitutos necesarios para seguir adelante en circunstan­cias como estas, la Web se inundó literalmen­te de recomendac­iones, tutoriales, videítos de toda laya y listados interminab­les de opciones para entretener­se, activarse, ocuparse y mantenerse en casa en una suerte de permanente estado de alerta y movilizaci­ón. La cuestión parecería ser que no quede un segundo libre de desocupaci­ón o, pecado de los pecados, aburrimien­to y, sobre todo, desconexió­n. La cuarentena es una excelente oportunida­d para disfrutar de placeres que la falta de tiempo suele dejar relegados. Pero es también una inmejorabl­e ocasión para desacelera­r, hacer un detox digital, hablar cara a cara con quienes comparten el mismo techo y suelen estar cerca pero enchufados cada uno a su propio dispositiv­o, e incluso para volver a usar el celular para su primigenia razón: hablar por teléfono, en un auténtico diálogo, uno a uno. Y lo es, sobre todo, para redescubri­r el silencio, mirar para adentro y encontrarn­os, nada menos, que con nosotros mismos. ■

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