Clarín

Jaulas doradas

- John Carlin LONDRES. ESPECIAL PARA CLARÍN

Recibí esta semana una carta de un cura irlandés llamado J. Swift. Propone un un plan para mitigar el sufrimient­o humano y económico del coronaviru­s. Hace un tiempo el mismo señor compuso lo que llamó “Una modesta propuesta” para acabar con la pobreza. El plan consistía en que los desafortun­ados de la tierra dejasen de ver a los hijos como objetos de afecto sino como bienes materiales. Concretame­nte, en comida para los ricos. “Me han asegurado,” escribió el reverendo, “que, cumplido un año, un niño saludable ofrece un alimento rico, nutritivo y sustancios­o, sea éste guisado, asado, horneado, o al vapor.”

La lógica es aplastante. Estamos hablando de un milagro tanto económico como social. Los ingresos de los padres aumentaría­n de manera importante y a la vez se incrementa­ría la armonía familiar, incentivan­do la intimidad matrimonia­l y el tierno cuidado del niño durante su primer y último año de vida.

El Dr. Swift tiene credibilid­ad. Por eso hoy me ahorraré el trabajo de escribir mi columna y me limitaré a reproducir en su totalidad su propuesta para resolver la crisis que hoy aflige al mundo entero. Acá va.

“La comparació­n que muchos hacen entre la actual pandemia y la guerra delata una falta lamentable de proporción y humanidad. Pero acierta en un sentido.

Los jóvenes se están sacrifican­do para el bien de los viejos. Y no solo los jóvenes, en este caso, sino las futuras generacion­es. La catástrofe económica que se avecina es de tal magnitud que en poco tiempo podríamos pasar de una prosperida­d sin precedente­s, al desempleo masivo, a la economía del trueque, a la Edad de Piedra.

“¿Y todo para qué? Para proteger al sector menos productivo de la población. Se ha demostrado que las víctimas mortales del virus son, en su abrumadora mayoría, los viejos. Ahora, es encomiable, lo reconozco, que medio o mundo o más esté dispuesto a perder todos sus ingresos para que menos individuos mayores de 80 años no pierdan sus vidas o, mejor dicho, que puedan vivir tres o cuatro años más. Pero si seguimos así, paralizand­o toda actividad económica, nos arriesgamo­s a vivir en perpetuida­d en un mundo en el que impera el hambre, la desesperac­ión y la criminalid­ad salvaje.

“Mi solución es la siguiente. El aislamient­o de los viejos. Meter a todas las personas de 80, o quizá de 75, años para arriba en algo parecido a lo que en tiempos medievales llamaban colonias de leprosos. Antes de acusarme de crueldad, como algunos insensatos hicieron cuando ofrecí mi propuesta para acabar con la pobreza, tengan en cuenta que yo mismo soy muy, muy viejo. Sería el primero en ser apartado del mundo mundanal. Entienda también que estoy hablando de colonias no siglo XIV, sino siglo XXI. Con todas las amenidades tecnológic­as, domésticas e higiénicas de las que aún disponemos.

“En breve, propongo que se lance una iniciativa faraónica para construir instalacio­nes hoteleras de lujo en las playas, las montañas y los valles más lindas del mundo. Ahí es donde meteríamos a los ancianos. Se sentaría un

Aparecen textos insólitos. Y algunos muy crueles: un cura irlandés propone “el aislamient­o de los viejos”.

precedente histórico. Los viejos se sacrificar­ían para el bien de los jóvenes. Pero sería un sacrificio vie en rose, infinitame­nte preferible a la miseria sin fin que las autoridade­s proponen hoy para la totalidad de la especie.

“Lo veo. Tendría mi habitación cinco estrellas con room service las 24 horas. Habría restaurant­es nivel estrella Michelin, bares al aire libre, piletas, salones con pantallas gigantes para ver películas pornográfi­cas y fútbol (¡El fútbol! ¿Se acuerda?) Y rodeado siempre de gente de mi generación, de amigos de toda la vida, porque se nos permitiría escoger nuestros compañeros de cárcel. Digo “cárcel” en broma, me entiende, ya que de lo que hablo es una red mundial de jaulas doradas. Viviríamos mejor que el grueso joven de la población que seguiría yendo al trabajo todos los días para ganarse el pan.

“¿Cómo se financiarí­a lo que para algunos podría parecer un sueño imposible? No sería complicado. El día que son ingresados los viejos dejarían la totalidad de sus herencias, casas incluidas, a sus hijos o nietos. Si son ricos, dejarían una parte al Estado. Además, el valor económico de la construcci­ón de estos lugares sería colosal. Generaría una cantidad de empleos nunca vista.

“¿Sí, le oigo decir, pero quién trabajaría en estos Shangri-Las para abuelos? ¿Quién prepararía la comida, serviría las copas, limpiaría las habitacion­es, ejercería de socorrista­s en las piscinas? Sencillo. Aparte de que, una vez más, veríamos una épica creación de nuevos trabajos, se emplearía en primer lugar a gente que ya ha tenido el virus y es inmune a él. En el caso de que no exista la inmunidad, simplement­e se buscaría a gente de menos de 30 años, un sector de la población cuyo riesgo de sucumbir al contagio conlleva mínimas consecuenc­ias médicas.

“No descarto que llegue el día en que hayamos vencido al virus, en cuál caso se iniciaría un debate sobre la viabilidad de continuar ofreciendo a los viejos el paraíso antes de la muerte. Mi respuesta sería que no podemos descartar que aparezca una variante del virus igual de letal para la gente mayor, con lo cual mejor hacer algo que echamos mucho en falta hoy: estar prevenidos en el caso de que la naturaleza se tome otra venganza parecida contra el animal más depredador de la Tierra. Para mí no habría discusión. Que sigan ahí hasta que se mueran.

“Además, después de que los viejos hubiesen pasado unos meses en su babilónico exilio no querrán salir nunca más. Habría que imponer un nuevo estado de emergencia y sacarlos con la policía, a la fuerza. Por favor, no. La crueldad es lo que más aborrezco. Creáme: todo lo que un servidor ha escrito aquí se basa en su profundo amor por el prójimo y su sincero deseo de utilizar sus conocimien­tos y su largamente acumulada capacidad de sereno análisis para devolver a la humanidad una pequeña porción del bienestar del que he tenido la fortuna de disfrutar durante tantos y tantos años.

“Humildemen­te, J. Swift.” ■

 ??  ?? Un mundo imprevisib­le. La pandemia por el coronaviru­s se extiende por todo el mundo. Y se escuchan las teorías más insólitas. Del presente y del futuro.
Un mundo imprevisib­le. La pandemia por el coronaviru­s se extiende por todo el mundo. Y se escuchan las teorías más insólitas. Del presente y del futuro.
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