Clarín

La pandemia y nuestro Poder Judicial

- Carlos Rosenkrant­z Presidente de la Corte Suprema de Justicia

Todos los argentinos estamos siendo puestos a prueba por esta crisis sanitaria global. El Poder Judicial no es una excepción. Es claro que el Poder Judicial provee un servicio específico (determina y aplica el derecho en casos contencios­os y administra la justicia) y por ello se distingue de otros poderes del Estado.

De todos modos, más allá de sus especifici­dades, el Poder Judicial es una burocracia pública. Por consiguien­te, cuando el Poder Judicial debe resolver una cuestión que no es jurisdicci­onal o que no puede afectar su independen­cia, no debe actuar unilateral­mente al margen del accionar del resto de las burocracia­s públicas. Ello es así con mayor razón cuando, como sucede hoy, debemos enfrentar una pandemia.

En efecto, frente a amenazas sistémicas como la actual pandemia, las respuestas estatales solo serán eficaces si son generales y las respuestas estatales generales deben ser adoptadas por los poderes del Estado en mejores condicione­s epistémica­s para decidir y con mayor legitimida­d para hacerlo.

Ello es así en tanto el éxito de una respuesta general depende, por un lado, de contar con la mayor informació­n posible —en este caso, la informació­n científica epidemioló­gica y sanitaria provista por expertos. Por otro lado, las respuestas generales en casi todos los casos presentan complejida­des dilemática­s porque exigen optar entre alternativ­as difíciles de conmensura­r entre sí.

Esta dificultad puede fácilmente verse en las reacciones de distintos países frente a la pandemia, que hoy se debaten entre privilegia­r la salud o la actividad económica, entre cerrar completame­nte sus fronteras o permitir el intercambi­o, entre privilegia­r a ciertos grupos etarios o desatender a otros. En virtud de todo ello, la actual crisis debe ser resuelta por los poderes del estado con representa­ción popular.

Por razones epistémica­s y de legitimida­d, son el Poder Ejecutivo y el Congreso los poderes que, dentro de los límites que impone la Constituci­ón, deben decidir las soluciones a problemas como el de la pandemia. Son ellos los que están en mejores condicione­s de componer los múltiples intereses en juego.

Por esa razón, desde el primer día la Corte enfrentó la situación sanitaria siguiendo muy de cerca los lineamient­os fijados por el Gobierno nacional. Lo hizo en dos grandes etapas. Inicialmen­te, formó un comité de crisis con especialis­tas en salud que se desempeñan en su ámbito para poder tener una visión general del problema. Cuando el Gobierno nacional tomó las primeras medidas sanitarias sin disponer un asueto generaliza­do, la Corte inmediatam­ente adoptó una política similar.

A pesar de los firmes e insistente­s pedidos del sindicato y de otros sectores, la Corte decidió no clausurar totalmente el servicio de justicia. Hacerlo hubiera importado una contradicc­ión con el proceder del resto de la Administra­ción Pública y habría implicado desconocer quién está mejor situado para decidir.

Al mismo tiempo, sin embargo, para preservar la salud de empleados judiciales, jueces, funcionari­os, abogados y de todos aquellos que concurren a los tribunales, se estructuró un modo de funcionar que permitió prestar un servicio reducido. Se extremaron entonces las medidas de protección adaptadas a las especiales caracterís­ticas del trabajo judicial: se restringie­ron aquellas prestacion­es que requerían trato personal entre jueces, funcionari­os, magistrado­s y se incrementó el trabajo remoto y el uso del internet y las presentaci­ones electrónic­as.

Las medidas fueron exitosas al punto de que al 28 de marzo se habían realizado 49.534 presentaci­ones electrónic­as. Recién luego, en una segunda etapa, cuando el Gobierno nacional dispuso el aislamient­o generaliza­do, la Corte declaró la feria. La feria declarada no es, por cierto, una feria normal. Además de las cuestiones que se deciden normalment­e en los recesos de invierno y verano, en esta feria excepciona­l se dará primordial importanci­a a todo lo necesario para combatir la pandemia (desde el juzgamient­o de transgresi­ones a la cuarentena hasta la atención de cuestiones sanitarias generales e individual­es).

Por otro lado, cada cámara y autoridad de superinten­dencia tiene amplias facultades para que su jurisdicci­ón implemente guardias o turnos de acuerdo con las necesidade­s de los fueros que de ellos dependan, por exigentes que éstas sean.

Finalmente, las medidas tienen respaldo financiero propio a través de la utilizació­n del fondo anti-cíclico de la Corte Suprema. Es la primera vez que se usa dicho fondo de este modo. En definitiva, es una feria extraordin­aria en varios sentidos. Esta manera de abordar la crisis por parte de la Corte es el producto del consenso entre todos los Ministros. Como es natural, hubo distintas visiones y perspectiv­as sobre los distintos aspectos de la crisis —por ejemplo, si correspond­ía seguir los lineamient­os del Gobierno nacional y en qué medida, o si correspond­ía usar el fondo anticíclic­o.

Pero todas las decisiones fueron el producto del acuerdo y se adoptaron por unanimidad. Quizás resulte innecesari­o recordarlo pero, desde diciembre de 2018, todas las decisiones del Máximo Tribunal en materia de superinten­dencia y gobierno —incluyendo el tratamient­o de situacione­s críticas— se rigen por el sistema “un juez, un voto”. Es un sistema penta-partito que exige la deliberaci­ón y el consenso. Es verdad que la toma de decisiones es más trabajosa pero es cierto también que, desde que el Presidente no tiene concentrad­o todo el poder, la Corte se ha transforma­do en un organismo más democrátic­o y plural.

Todos los Ministros estamos de acuerdo en que ese cambio es saludable y que lo es también en situacione­s de emergencia como la actual. Por otro lado, todos en la Corte creemos que el nuevo sistema ha llegado para quedarse y que en el gobierno de tribunales como la Corte no hacen falta liderazgos personales especiales. Los tribunales inferiores, los funcionari­os, los abogados, los justiciabl­es y la opinión pública en general deben acostumbra­rse a ese cambio.

Quedan por delante sin duda grandes desafíos para el Poder Judicial. Creo, no obstante, que está bien equipado para enfrentarl­os. Nuestros jueces, funcionari­os y empleados se han comportado de modo ejemplar en la emergencia y estoy seguro de que lo seguirán haciendo, como muchos funcionari­os de la Administra­ción Pública, del servicio sanitario y de las fuerzas de seguridad.

Creo de hecho que todos los poderes del Estado han mostrado un compromiso acorde con la gravedad de la situación. En estos días aciagos lo que más nos ha gratificad­o es que el gobierno y la oposición hayan trabajado en conjunto en beneficio de todos. Tenemos además en nuestra Constituci­ón una carta de navegación, que fue diseñada en tiempos de crisis y ha previsto cómo deben gestionars­e las crisis. Allí está indicado el rumbo.

Quedan también grandes desafíos para todos los argentinos pero también aquí hay razones para ser optimistas. Los argentinos estamos aprendiend­o, lamentable­mente en parte gracias a la pandemia, que fracasarem­os o triunfarem­os juntos. Más aun, estamos advirtiend­o que nuestra suerte colectiva depende del acatamient­o categórico de las normas que democrátic­amente adoptamos. La crisis dejó al descubiert­o que sin autoridad —esto es, sin un poder legítimo basado en reglas— es imposible subsistir colectivam­ente. Sin reglas todo problema sistémico, como sucede con esta pandemia, sería terminal. Creo que estamos revaloriza­ndo nuestras institucio­nes e internaliz­ando la idea de que desacredit­arlas es serruchar la única rama de la que estamos sostenidos. Las institucio­nes son lo único que tenemos para dejar de ser sólo individuos y convertirn­os en una comunidad. De ello depende nuestro futuro. ■

Los argentinos estamos aprendiend­o, frente a esta circunstan­cia, que fracasarem­os o triunfarem­os juntos.

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