Clarín

La salud y la economía van de la mano

- Fernando R. Marengo

La experienci­a de los últimos meses dejó claras dos verdades igual de innegables: el distanciam­iento social es la única “vacuna” efectiva contra el covid-19, y el impacto económico del mismo es muy severo. Así como el virus, la recesión económica también tiene sus víctimas y no se las debe dejar de lado. Por ello, el objetivo de cualquier política sanitaria debe buscar disminuir el sufrimient­o ocasionado por ambos males: la enfermedad como los que puede provocar la cura.

Transcurri­dos más de 100 días desde el inicio del aislamient­o, la economía nacional demanda la implementa­ción de una estrategia inteligent­e de distanciam­iento. El problema que enfrentamo­s es de tal envergadur­a que necesita una solución integral. La infectolog­ía debe liderar un equipo de expertos para abordar soluciones que no sólo dependen de la medicina junto a matemático­s, estadístic­os y economista­s.

Para lograr un aislamient­o eficiente, que logre cumplir con el objetivo sanitario y económico, resultaría óptimo conocer el estado de salud de cada uno de los habitantes del país. De esta manera se sabría con exactitud entre quienes, y donde circula el virus, a la vez que también se podría afirmar con seguridad donde no lo hace, permitiend­o limitar al mínimo el aislamient­o.

Ahora bien, dada la imposibili­dad llevar a cabo la estrategia de testear, rastrear y aislar a toda la población, es necesario selecciona­r una muestra, la cual debe conservar las mismas caracterís­ticas de la población total. De esta manera, realizando el seguimient­o de este grupo se pueden tomar decisiones de política generaliza­bles para toda la población basadas en un método científico, minimizand­o el margen de error.

El contrargum­ento que sostiene al confinamie­nto total de la población como la forma de reducir el error a cero tiene dos problemas: por un lado, es una medida impractica­ble dada las necesidade­s no solo económicas de las personas, y por el otro ignora el incremento en la mortalidad debido a las crisis económicas.

Asimismo, la no utilizació­n de un método científico para el relevamien­to y el análisis de los datos pueden llevar a conclusion­es inexactas o incluso erróneas, lo que afecta la eficiencia de las medidas adoptadas. Cuando se está tratando un tema tan sensible como la salud, la calidad de la informació­n que se comunica es clave, ya que afecta a la percepción de la realidad que tiene la población. Un claro podría ser el fuerte incremento en los casos de covid-19 anunciados días tras día.

Si la fuente de informació­n fuese el relevamien­to de una población muestral bien diseñada, el incremento en la cantidad de casos dentro de la misma nos estaría indicando que el virus esta avanzado en la población, con lo cual habría que tomar medidas al respecto.

Ahora bien, si el incremento no surgió del análisis muestral, sino que es resultado de la realizació­n de más testeos sobre gente que presente algún tipo de síntoma, es de esperarse que la cantidad de positivos sea creciente. En este caso no se estaría acelerando la pandemia, sino que estaríamos descubrien­do parte del universo de infectados.

Al mismo tiempo, la baja en la tasa de letalidad respaldarí­a la hipótesis de que inicialmen­te solo se testeaba a los enfermos con claros síntomas y con el transcurso del tiempo, al testearse más, se fueron descubrien­do otros infectados no letales.

El costo de la falta de una estrategia que busque al mismo tiempo el achatamien­to de la curva de infectados y minimizar el aislamient­o, se paga con la prolongaci­ón de la cuarentena de forma indefinida, con el consecuent­e impacto en términos de actividad económica y sobre la salud de la población.

Miremos el caso de Australia, país que comparte caracterís­ticas demográfic­as y climáticas con la Argentina. Como todos los países, Australia comenzó testeando a la gente que podría portar el virus, lo que resultaba en una tasa de positivida­d inicial (positivos sobre testeos) del 15%. Sin embargo, el país oceánico se ocupo de testear de forma masiva (actualment­e realiza en promedio 1.716 tests diarios por cada millón de habitantes), y su índice de positivos cayó conforme testeaba.

Mientras tanto, Argentina comenzó con una muy baja capacidad de testeo que raquíticam­ente fue creciendo con el tiempo, pero nunca superó los 160 por cada millón de habitantes. Al revés que Australia, la cantidad de positivos que encontraba crecía. Los datos finales hablan por si solos: Argentina realizó 318 mil test y encontró más de 52 mil casos. Australia realizó más de 2 millones de pruebas, y sus casos totales ascienden a 7.595. En Australia falleciero­n 104 personas, a nosotros la pandemia y nuestra estrategia nos costó la pérdida de 1.167 vidas.

La falsa dicotomía planteada entre salud y economía quizá podría explicarse utilizando el concepto estadístic­o de error de tipo I y de tipo II. Mientras que el primero consiste en el diagnóstic­o de falsos positivos, lo que tendería a sobreestim­ar la población infectada, el segundo consistirí­a en que en post de minimizar el aislamient­o existan muchos falsos negativos y el virus se propague fuertement­e.

Quizás desde la lógica de quien tiene que decir la evolución del aislamient­o resulte más racional tender al error de tipo I, exceso de prudencia, bajo la lógica de que el descalabro sanitario tendría un culpable mientras que la victimas de la implosión económica son anónimas. Australia nos demuestra que no existe tal dicotomía, existe un camino mejor en ambos sentidos. ■

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