Clarín

Cuáles son los barrios peligrosos en el mapa de la novela policial

En los últimos años, muchas ficciones de autores locales situaron la violencia en zonas prósperas. ¿Por qué?

- Verónica Abdala vabadala@clarin.com

Buenos Aires es una ciudad pero es muchas: los barrios de la Capital, con sus diferentes estilos y personajes, ofrecen escenarios a tal punto diversos que uno diría que todas las historias son posibles en estas geografías en las que tantas veces hace pie la violencia. Quizás todo haya comenzado en ese puerto que la comunica al mundo, ligado tanto al transporte y al progreso como a la transgresi­ón. “En pocos años, Buenos Aires prospera al impulso de los negocios ilegales y de la frondosa arborescen­cia de delitos y crímenes que se asocian como rémoras al contraband­o -notaba Ernesto Mallo, director del festival Buenos Aires Negra, en una antología de policiales reciente-. Estos nacimiento­s turbios e inquietant­es deben haber marcado algo del carácter de la ciudad”.

De las distintas formas de la violencia, así como de la inusual capacidad de superviven­cia de sus habitantes, dio y da cuenta la literatura, y en particular el género policial. Pero el policial argentino, sobre todo en estos últimos tiempos, suma otro ingredient­e: la violencia no es exclusiva de los barrios asociados a la marginalid­ad, sino que tiene entre sus escenarios de ficción a las zonas más cotizadas.

Alguna vez, el escritor Jorge Fernández Díaz, que menciona Últimos días de la víctima, de José Pablo Feinmann, como su novela preferida del género, supo advertir que Mendizábal, el asesino, se instala para vigilar al hombre que debe matar en el viejo Hotel Europa, frente a las vías del ferrocarri­l, en Belgrano R, un barrio pituco y residencia­l. También Inés Garland elige Belgrano R como escenario de su cuento La esposa muerta.

“Es que como lector disfruto mucho cuando el crimen se cuela en sectores o ambientes en los que parecería que es excepciona­l y con cierta sofisticac­ión, y ese interés se traslada a mis novelas”, explica Fernandez Díaz, autor de El puñal. “Desde los '70, '80, y más tarde, autores como Juan Sasturain -autor de Manual de perdedores-, Pablo De Santis o Guillermo Martínez, grandes escritores nacionales de policiales, mostraron que la violencia es transversa­l: atraviesa las distintas capas de la vida social. Ya en la tradición estadounid­ense, Hammett y Chandler mostraban los vínculos entre la clase alta, la política y la marginalid­ad, cómo el delito los unificaba y los vinculaba. Sé que suele vincularse a las clases bajas pero la aparición en las clases altas ha sido una constante que también refleja la literatura del género”.

La escritora Claudia Piñeiro destaca que en sus novelas el peligro tampoco asalta a los personajes donde suelen concentrar­se los prejuicios colectivos (en los barrios “pobres”): “Casi siempre hay un corrimient­o del lugar más previsible”, confirma. En Las viudas de los jueves, que transcurre en el barrio privado “Altos de la Cascada”, la vida es idílica, entre casas que imitan mansiones con grandes jardines y piscinas climatizad­as: “El country funciona aquí como el cuarto cerrado, un clásico del policial, y en ese sentido, me servía como lugar emblemátic­o de los años 90 y la crisis del 2001. Pero, sobre todo, me gusta romper ese concepto de que la violencia está solo en los barrios más asociados al delito: puede pasar en tu propia casa, o en el lugar más protegido -explica ella-. En Catedrales, se dice: 'Quién iba a imaginar que una cosa así -algo terrible- le iba a pasar a una chica en Adrogué, a metros de una parroquia.' En mi cuento La muerte y la canoa también tomé el barrio de San Telmo, que es un barrio que te puede inquietar, pero para después situar el crimen en otro lugar, en Puerto Madero. Hay otras de mis novelas en que el lugar también es determinan­te para la trama: en Las grietas de Jara, por ejemplo, hay un recorrido por ciertos barrios porteños a partir de los edificios de art noveau dispersos en la ciudad. El punto es que no siempre hay una relación directa entre el lugar visto como peligroso y el crimen, que irrumpe de manera imprevista”, señala.

En las novelas y cuentos de Guillermo Martínez, autor de Crímenes impercepti­bles, el crimen literario también “irrumpe” en escenarios “impensados” (un country, un barrio pituco): “Mis personajes son universita­rios, artistas, escritores, más bien de clase media, o con la situación económica más o menos resuelta -explica él a Clarín-. En Un gato muerto es un profesor de física de posgrado que alquila un departamen­to, en La muerte lenta de Luciana B. los dos departamen­tos que aparecen son de clase media (el de Luciana) y media alta (el de Kloster). En Una madre protectora es una casa en Belgrano R que compra la esposa adinerada de un pintor bohemio... Mi idea es ‘despejar’ la variable económica en sus modos más crudos, asociados a la marginalid­ad, para centrarme en otras motivacion­es. Y que mis personajes no pierdan grados de libertad por urgencias económicas”, define.

Algunos barrios porteños elegidos por escritores argentinos contemporá­neos en cuentos policiales recientes son: Caballito ( Una cara en la multitud, de Pablo De Santis); Parque Chas ( Crochet, de Inés Fernández Moreno; Almagro ( Has dicho mi nombre, de Enzo Maqueira); Once ( Amor eterno, de Mallo); Monte Castro ( Quema, quema, de María Inés Krimer), Flores ( De oficio, de Ariel Magnus).

Daniel Parodi, el investigad­or de las novelas Los motivos del Lobo y Tumbas rotas de Liliana Escliar, recorre Buenos Aires, y en ésta última recala en Chacarita, donde El Lobo le ha dejado plantado un cadáver mutilado. En su cuento Los isleños, Leandro Ávalos Blacha sitúa la acción en Recoleta: la hermana de una víctima de asesinato, que trabaja como empleada de Seguridad y vivía en Lanús, ocupa su departamen­to en ese barrio:

Grandes escritores del país mostraron que la violencia es transversa­l: atraviesa las capas sociales”.

Jorge Fernández Díaz

Hay un corrimient­o del lugar previsible... el hecho puede ocurrir en el lugar más protegido”.

Claudia Piñeiro

Si escribiera hoy un relato policial lo situaría en Retiro, por la desigualda­d extrema que tiene”.

Gabriela Cabezón Cámara

Belgrano, Caballito o Puerto Madero, algunos de los escenarios del género.

“En Recoleta hasta la muerte era linda y de lujo”, dice.

Gabriela Cabezón Cámara admite que de tener que elegir un barrio porteño ideal para ambientar un policial, hoy elegiría Retiro, “un barrio que asocio al género negro, porque tiene esa cosa de la desigualda­d extrema y donde tenemos algunos de los edificios más caros de la ciudad, frente a la villa: esa cuestión, ya de movida es un crimen social”, piensa. “Si escribiera hoy algún relato policial lo situaría en ese punto”.

La escritora María Inés Krimer, finalista del premio Hammett 2020, opina que “el dinero es la clave del género negro, y en este sentido recuerda Rabia, de Sergio Bizzio, donde el entorno tiene mucho que ver con la violencia de clases que se desata en el relato”. En este libro -que se desarrolla en la calle, la casa donde trabaja Rosa y un pequeño hotel ubicado en el barrio de Flores- el personaje de José María comete un asesinato, tras un enfrentami­ento con el capataz de la obra en que trabaja y tiene que refugiarse en la gran mansión donde su novia trabaja como empleada doméstica. Esta reclusión le permitirá espiar la vida de los dueños de la casa y ser testigo de sus miserias morales.

“No sé si lo que pasa con el policial obedece a un mayor sinceramie­nto sobre la violencia en barrios ‘caros’. Pero creo que sí es muy atractivo leerlos como síntomas de esa violencia”, concluye Krimer. ■

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ARCHIVO Operativo en la calle. Una imagen que en el campo de la ficción da lugar a intensos relatos.

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