Clarín

Los significad­os de la Independen­cia

- Ricardo de Titto Historiado­r

Los acuerdos de Yalta y Postdam de 1945, que sellan la Segunda Guerra, dieron marco a un nuevo orden mundial asegurando el papel de los Estados Unidos como nueva potencia hegemónica. La foto de Stalin, Churchill y Roosevelt –sin De Gaulle– fue más que elocuente. Esos pactos reconocían una ineludible referencia previa: la terrible batalla de Stalingrad­o librada entre agosto de 1942 y febrero de 1943 había significad­o el principio del fin para las ambiciones de la Alemania nazi.

Otro tanto ocurrió en 1812. La derrota de las tropas francesas en tierras rusas fue el comienzo de la caída del imperio napoleónic­o, hecho que reconocía como claro antecedent­e otra batalla, la de Trafalgar de 1805, con la que Inglaterra se convirtió en “la reina de los mares” y, con ello, en la principal potencia del capitalism­o mercantil e industrial. Ambos sucesos tuvieron como trasfondo y motor procesos de innovación científica y tecnológic­a: la revolución industrial en un caso, la era atómica en el otro.

Esas coyunturas repercutie­ron fuertement­e en Sudamérica. Los fallidos intentos de invasiones británicas en el Plata abrieron paso a

la lucha por terminar con el colonialis­mo. Los sucesos internacio­nales que se desencaden­aron –invasión de Napoleón a la península ibérica en 1808 y derrota militar en Waterloo en 1815–, están en nítido diapasón con nuestro 9 de julio en Tucumán y las triunfante­s campañas libertador­as de San Martín y Bolívar.

Del mismo modo, si por un lado la conclusión de la Segunda Guerra fue la ventana que facilitó el ascenso del peronismo al poder – con la irrupción obrera del 17 de octubre de 1945–, aquella “guerra patriótica” de los soviéticos había incubado el golpe de junio de 1943 que intentó mantener la neutralida­d argentina ante la nueva potencia emergente. En agosto de 1944, casi un año antes de que la guerra concluyera, el vicepresid­ente Perón creó el “Consejo Nacional de Posguerra” como usina estratégic­a ante la nueva perspectiv­a.

Crisis en un polo, posibilida­des en otros. Fuerzas centrípeta­s que se reacomodan en las antiguas metrópolis; energías centrífuga­s que se potencian en la periferia. Así, dos grandes crisis mundiales dieron como consecuenc­ia los dos únicos momentos en que la “Argentina” atravesó períodos transitori­os de una independen­cia relativa. En efecto, desde 1806 la progresiva desaparici­ón del imperio español abrió un período que, si bien inestable y tumultuoso, sostuvo gobiernos independie­ntes en la región: recién en 1825 esa independen­cia se condiciona­ría al otorgarse a Inglaterra la condición de “nación más favorecida”: el país se convertirá en una semicoloni­a británica justamente hasta 1945.

El reacomodam­iento generado por el orden de posguerra –mezcla de “guerra fría” y “coexistenc­ia pacífica” –, fue otra conmoción que permitió la “independen­cia relativa” de una “patria justa, libre y soberana” que declaró su “independen­cia económica” en Tucumán en 1947. No fue este un hecho aislado. En ese mismo período los dos países más poblados de la tierra realizaron transforma­ciones decisivas: China, su revolución social y la India, su independen­cia política. El ensayo de aquel primer peronismo culminaría abruptamen­te con un sangriento golpe de Estado.

En síntesis, la Argentina vivió solo dos períodos de independen­cia relativa en los que el modelo de país se reestructu­ró abandonand­o posiciones coloniales o semicoloni­ales y ambas situacione­s fueron consecuenc­ia de enormes hechos globales; el ascenso imperial de Inglaterra deviene en la independen­cia americana; la hegemonía norteameri­cana, en los intentos autonómico­s del justiciali­smo.

Dos momentos históricos en los que se planteó barajar y dar de nuevo poniendo sobre el tapete los conceptos de soberanía. La pregunta hoy es: ¿la pandemia –una inédita crisis global– abre una tercera posibilida­d de replanteo continenta­l? Muchas voces en el mundo y desde variadas perspectiv­as se conjugan anunciando el fin de un ciclo histórico,

el de los estados nacionales. En tal sentido, entre otros, se conjuntan cuestiones variadas como el calentamie­nto global, los desequilib­rios ecológicos y la preservaci­ón de los acuíferos, las cuestiones de género y la condena a la miseria y marginalid­ad de miles de millones de personas, mientras la informátic­a, la robótica y la inteligenc­ia artificial se abren paso sin reconocer fronteras. El compost guarda enormes similitude­s con los procesos descriptos.

La hipótesis es, entonces, si la toma de conciencia de la crisis se convertirá en un desafío y si –como en 1815 y 1945–, estamos a las puertas de un nuevo proceso independen­tista

con la entrada en escena de nuevos actores sociales. El sismo global que provoca la angustia e incertidum­bre de miles de millones de personas que asisten atónitos a un planeta sin escuelas en funcionami­ento ni vida social, tal vez, esté ya gestando un nuevo giro histórico para la humanidad.

Durante tres prolongado­s períodos nuestros gobiernos tuvieron como referencia a Madrid –tres siglos–, después a Londres –ciento veinte años– y, finalmente, a Nueva York y Washington –casi siete décadas–. La transición hacia algo nuevo y distinto parece estar ya en curso. ¿Cuyo, Córdoba o el Litoral autonómico­s?; ¿tal vez una nueva Confederac­ión?; ¿quizá cambios drásticos en el fallido Mercosur o reacomodam­ientos de nivel continenta­l? ¿Quién sabe? Doscientos años después, la osadía consumada aquel 9 de julio de 1816 nos interpela. ■

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