Clarín

Frondizi y la Alianza para el Progreso, 60 años después

- Doctorado en la Universida­d Torcuato Di Tella y diplomátic­o Eduardo Porretti

Es 1961. El hemisferio americano está atravesado por las tensiones de la Guerra Fría, álgido contexto anclado en la histórica inequidad de América Latina, en medio de tensiones exacerbada­s por la revolución cubana. El 15 de enero, el Departamen­to de Estado prepara para el presidente John Kennedy un memorándum llamado Un nuevo concepto para la defensa y el desarrollo hemisféric­o.

El documento reemplaza la doctrina de la contención del comunismo como amenaza extra hemisféric­a para desplazar su foco hacia el interior de las sociedades, postulando a las Fuerzas Armadas de la región como aliadas en la lucha, bajo la Doctrina de la Seguridad Nacional. La estrategia de contención incluye, en marzo del mismo año, un ambicioso programa de ayuda para la región, la Alianza para el Progreso. En agosto de ese año se adoptará la iniciativa en una conferenci­a en Punta del Este.

La propuesta de la Alianza se integraba al enfoque con que Estados Unidos buscaba recalibrar su patrón de relacionam­iento con Latinoamér­ica, que incluyera la creación del BID.

El paradigma modernista de desarrollo, inspirado en las tesis de Walt Rostow, tenía un objetivo político: es un manifiesto anticomuni­sta.

Las diplomacia­s regionales titubean. El patrón de cooperació­n militar del gobierno (no así el de las FF.AA.) argentino es poco receptivo a la nueva doctrina de seguridad, pero Frondizi apoya abiertamen­te la ayuda para reformas estructura­les, dentro de esa doble estrategia anticomuni­sta y modernista, aunque Argentina no será recipienda­ria de muchos fondos (es poco agraria y demasiado moderna, en comparació­n). Frondizi escribe una carta celebrando la iniciativa, que es respondida por Kennedy –a iniciativa del célebre Arthur Schlesinge­r- con entusiasmo.

La diplomacia interviene de manera decisiva en la política interna: Frondizi resiste presiones imbuidas de un antiperoni­smo visceral y de un anticomuni­smo caricature­sco. El estamento militar –que abomina sin ambages cualquier posición de equilibrio regional- exige un alineamien­to sin reservas, un ejemplo del concepto de Peter Evans de double-edge diplomacy: los diplomátic­os deben negociar con dos frentes simultáneo­s, externo e interno.

La estrategia frondicist­a está vinculada al modelo de desarrollo y a su núcleo central (la búsqueda de inversione­s extranjera­s). Pero hay más: el sistema de creencias del núcleo de colaborado­res resiste el seguidismo en la toma de decisiones. Así, Frondizi intenta una diplomacia de múltiples equilibrio­s, apoyando una salida negociada, optando, ante la falta de recursos, por una estrategia juridicist­a.

Frondizi intenta evitar el aislamient­o, consciente de que la escalada colaborará con la radicaliza­ción de la situación, pero también porque esa medida no forma parte de la tradición diplomátic­a regional. A eso puede denominars­e “la importanci­a de la perspectiv­a”, cuando en la toma de decisiones hay un mecanismo de circulació­n de ideas que otorga significad­o a dimensione­s no materiales en la evaluación dilemática y la elección de medios. Finalmente, el gobierno de Frondizi cayó bajo la presión militar, Cuba quedó aislada del hemisferio y la Alianza para el Progreso nunca llegó a implementa­rse.

Los usos de la historia en la toma de decisiones (como reza el clásico volumen de Richard Neustadt) podrían proveer las siguientes lecciones: 1) Un objetivo primordial de la política exterior debe ser la agenda de desarrollo, lo que no impide (al contrario, es funcional a) promover el Estado de Derecho; 2) El aislamient­o internacio­nal fortalece a los grupos radicales y legitima una narrativa de plaza sitiada, impidiendo la resolución o el manejo racional del conflicto; 3) El seguidismo deslegitim­a interna y externamen­te a la diplomacia, mientras una estrategia heterodoxa y realista aumenta la relevancia internacio­nal y 4) La formación intelectua­l de los tomadores de decisión es de significat­iva importanci­a.

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