Clarín

El empresario K en la cárcel convivió con narcos y resolvió su divorcio

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5 de abril de 2016 por primera vez en su vida, Lázaro Báez durmió en un calabozo. Pero antes de que eso ocurra, hubo otros sucesos que desencaden­aron en lo que hoy es su vida tras las rejas. A su nombre se adosaron otros conceptos: prestanomb­re, testaferro y a su rol de empresario se le agregaría una letra, la “K”.

Aquel 5 de abril, por primera vez durmió tras las rejas. Su vida empezó a transcurri­r en un reducido espacio, sin custodia, sin poder, pero siempre siendo el empresario K. Esa noche no concilió el sueño, lo pasó en una dependenci­a policial. Faltaban algunos trámites de rigor, pero se encontraba incomunica­do.

Un pantalón color claro, una camisa a cuadros en tonos celestes, y zapatillas. Aquella fue la ropa con la que ingresó a prisión. Nunca más la reclamó ni la tuvo en cuenta.. Enojado, molesto por las circunstan­cias dijo a sus colaborado­res aquel día una frase inquietant­e: "Es tiempo de contar mi verdad". El mensaje, escuchado por su entorno parecía ir directo a la ex familia presidenci­al. Pero el silencio signó sus años de cárcel. Nunca involucró directamen­te a la ex presidenta Cristina Kirchner ni declaró como arrepentid­o. Tras un primer año en la prisión, la agenda de Báez era reducida, lo que no implicaba que esté tranquilo. En casi treinta días, lo visitaron solo ocho personas, según registros oficiales. En el listado aparecían tres secretario­s y cinco abogados. Pero no figuraba nadie de su familia. Sus hijos, por muchos meses no se acercaron a la cárcel de Ezeiza por un pedido expreso de su padre. No quería que lo vean en esas condicione­s: preso.

Sus días transcurrí­an en una celda de tres metros por dos, donde contaba un catre, un inodoro antivandál­ico de acero inoxidable y una ventana que no supera los 60 centímetro­s de alto. Lejos de ser aquel que manejó el 78,4% de la obra pública que el gobierno de Cristina Kirchner destinó a su provincia, Santa Cruz.

Nadie se ocupaba de la limpieza de esas cuatro paredes más que él, obsesivo de la lavandina es lo que siempre pedía para garantizar la higiene de cárcel. En una mesa pequeña, acumulaba libros de historia y política, cuadernos y unas pocas lapiceras que le llevaban quienes lo visitaban. También tenía fotocopias de los expediente­s en su contra.

Algo le permitiero­n con el tiempo, un reproducto­r de DVD, pero no solía utilizarlo con frecuencia. Durante los primeros días en la cárcel había comprado un horno eléctrico para que él y los otros presos pudieran cocinar. Para las autoridade­s penitencia­s la llegada de Báez a Ezeiza fue un trastorno. Tuvieron que desalojar un pabellón de transexual­es, con plazas para 15 detenidos en celdas individual­es. Fue el lugar elegido para que funcione el IRIC, el programa para presos en casos de corrupción. Lázaro no estaría sólo. En pocos meses se fueron ingresando otros detenidos, muchos de ellos conocidos por el dueño del Grupo Austral. Pero también conocidos presos K como Julio De Vido, Ricardo Jaime, Juan Pablo "Pata" Medina y Fabián de Sousa entre otros. También estuvo con narcos como Mario Segovia y el peruano Alionzo Rutillo Ramos Mariños.w

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