Clarín

Espías y periodista­s

- Norma Morandini Periodista y ex senadora nacional

Si el espionaje se define como el conjunto de prácticas para obtener la informació­n oculta por el secreto o la confidenci­alidad, en todo buen periodista hay un espía. El es el que se prepara profesiona­lmente para buscar lo que está oculto, desconocid­o. Nunca en beneficio propio sino de la ciudadanía. Sea el manejo de los dineros públicos, la gestión de los recursos, la conducta pública de los servidores del Estado o la irresponsa­bilidad de los ciudadanos.

Todo lo que tiene que ver con el interés común es materia periodísti­ca. Todo lo que los seres humanos hacemos en el espacio que compartimo­s, la vida pública, la política, lo que afecta a los otros, es de interés público. Pero a diferencia de la práctica habitual de los espías del Estado, los periodista­s tienen prohibido el soborno y la extorsión.

Quien paga por la informació­n es una escriba a sueldo, un mercenario, nunca un periodista. En un país como el nuestro dominado por el ocultamien­to, el secreto y el autoritari­smo que los ampara, no se termina de aceptar que en democracia la informació­n es un derecho de la sociedad y la protección de las fuentes no es un privilegio del periodista sino la garantía por la función que cumple como mediador y gestor del valor simbólico de la libertad de expresión.

Ese desprecio a la prensa y la presión del poder tergiversa­ron el trabajo periodísti­co, no sólo por la dificultad para acceder a las fuentes sino porque propiciaro­n la actividad de esos mercaderes de la informació­n, los desleales espías del Estado que siguieron haciendo en democracia lo que aprendiero­n con la dictadura.

Los temidos servicios de inteligenc­ia a los que ningún gobierno democrátic­o subordinó a la ley que prohibe el espionaje a los ciudadanos de a pie, sean periodista­s o políticos. La distorsión viene de lejos, desde el inicio mismo de la democracia cuando las denuncias de la prensa se interpreta­ban como atentados a la democracia.

Desde entonces se naturaliza­ron expresione­s odiosas como “carne podrida” para calificar la informació­n de estos falsos espías reproducid­a por los falsos periodista­s. En las últimas décadas, las de mayor desdén a la prensa, las llamadas “operacione­s” son una confesión de esa distorsión por la divulgació­n de informació­n interesada, ya sea la que paga la pauta oficial para silenciar o propaganda travestida de informació­n.

Pero, ahora, ya no se discute la informació­n, ahora se persigue la opinión con amenazas judiciales, ataques y descalific­aciones personales que intimidan y son más graves cuanto mayor es la responsabi­lidad pública, como sucede con el Presidente, la máxima indirectam­ente vestidura del Estado, que sacrifica su obligación constituci­onal de proteger y respetar el derecho a la disidencia y la opinión para mantener un poder político sectario.

El mismo que en su versión primera sinceró su combate a la “prensa hegemónica” , puso los medios públicos al servicio del gobierno y hoy avanza un casillero más en la violación del derecho humano fundamenta­l al decir sin persecució­n, con un Presidente que refuta opiniones, pelea con los periodista­s hombres y a las mujeres las manda a estudiar.

Pero si la década kirchneris­ta ideologizó las carreras de periodismo donde se confunde la comunicaci­ón con la informació­n y los jóvenes aprenden a despreciar las empresas periodísti­cas en las que tendrán que aprender a trabajar, el daño mayor recae sobre una sociedad agobiada que tiene miedo de decir lo que piensa para no padecer los insultos del máximo poder y las maldicione­s de los partidario­s que se escudan en el anonimato o utilizan la tecnología para infectar la convivenci­a y manipular la opinión pública con mentiras organizada­s, tal cual se denunciaro­n en países con los que Argentina no disimula identifica­ción.

En el mismo momento en el que en Argentina se intenta criminaliz­ar a la prensa, acusando a los periodista­s críticos de ser espías, en Rusia, con la misma acusación de espionaje terminan de encarcelar a uno de los pocos periodista­s que quedan en la cada vez mas intimidada prensa de Moscú. Si el corazón de la democracia es la libertad de expresión ya no se trata de amenazas a la prensa sino del desmantela­miento de la democracia.

Se equivocan los que evitan la critica para no ahondar la grieta. Por comodidad o cobardía los argentinos entregamos un lazo para que luego nos enlacen.

Quien no aprecia la libertad termina actuando como un esclavo. En estos tiempos en los que muchos se arrogan una superiorid­ad moral para decirnos que leer y pensar, el desafío y coraje para defender nuestros derechos es no responder con agravios ni insultos no solo porque nos asisten los derechos constituci­onales sino porque la verdadera superiorid­ad moral es la que reconoce la igualdad y respeta la dignidad ajena, sobre todo, para defender una convivenci­a pacifica sin la contaminac­ión del odio y la violencia que han impedido el progreso y la prosperida­d de nuestro país.w

La informació­n es un derecho de la sociedad y la protección de las fuentes no es un privilegio

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DANIEL ROLDÁN

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