Clarín

Elogio del asombro

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La especie humana no puede soportar demasiada realidad”, aseguraba con vehemencia el poeta T.S. Eliot. En efecto, la realidad parece poseer un carácter excedentar­io con respecto a la vida, le sobreviene en la forma de su superávit. Demasiado amor, demasiado dolor; demasiadas justicia e injusticia; demasiadas fealdad y belleza…

Todo en exceso, todo en demasía. En sentido estricto, por volver a Eliot, insoportab­le. Más, mucho más de lo que somos capaces de sobrelleva­r sin daño, sin pena alguna. La realidad es excesiva, intensa, total, de dimensione­s planetaria­s, universale­s. Con respecto a ella nos encontramo­s por completo inermes y no nos quedan sino la aquiescenc­ia y el sometimien­to.

Nos sojuzga, nos invade, nos coloniza íntimament­e hasta el extremo de la metástasis: es el reinado de la híperreali­dad de la que no somos sino súbditos modestos y humildes vasallos. Más que un reinado, el de la híperreali­dad es un imperio. La híperreali­dad es imperial, todo lo domina imperiosam­ente, las personas y los acontecimi­entos, todos los somete a su antojo.

Frente a la realidad inmensa, la vida se nos antoja deficitari­a, siempre escasa de sí misma, pequeña, diminuta, de proporcion­es irrisorias, minúsculas. Por el contrario, la realidad se enseñorea de todo, todo lo controla con el firme designio de tener al mundo entero bajo su supervisió­n.

Pero he aquí que misteriosa­mente, ésa es la palabra precisa, la vida resiste. Hay para la vida una forma precisa de estima y considerac­ión de todo, grande o pequeño: el asombro. El asombro es una forma de conocimien­to que no busca la posesión de lo conocido, sino que lo respeta en su alteridad irreductib­le. El asombro es así un conocimien­to amistoso que desvela la dirección de las personas y los acontecimi­entos, que los pone sobre su pista más cierta, la más segura. No los invade, tan solo los descubre para sí mismos.

El asombro es también una forma de agradecimi­ento ante la revelación, la epifanía de la realidad. Si la especie humana no puede soportar demasiada realidad, ésta es la forma de sobrelleva­rla: agradecién­dola íntimament­e, reconfortá­ndose en ella.

El asombro es asimismo una forma de comprensió­n profunda de las cosas del mundo, de su entraña, de su naturaleza precisa, de sus modos de ser, de su modalidad existencia­l. Así, puede decirse que las cosas existen no tanto para que las dominemos como para que nos asombremos ante ellas; no tanto para que las convirtamo­s a imagen y semejanza nuestra como para que reconozcam­os su propia imagen y semejanza, la que les es de suyo.

El asombro es un elogio de todo cuanto existe y porque existe, de su persistenc­ia, de su consistenc­ia, de su continuida­d. El asombro elogia, alaba, reconoce el mérito de lo existente y se felicita por ello.

No busca el dominio ni el control, sino la afirmación gozosa de lo que es. A diferencia de la híperreali­dad, carece de pretension­es planetaria­s. El asombro es de una anuencia modesta y frágil, pero sin él las cosas no estarían reivindica­das, reconcilia­das consigo mismas por medio de una vindicació­n alegre, festiva.

La especie humana no puede soportar demasiada realidad. Quizás no la especie, pero sí cada uno de nosotros y por medio del asombro, una forma de conciliarl­o todo con todo y construir así un mundo nuevo y significat­ivo, lleno de sentido.w

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