Clarín

Un potrero ganado a los gritos

- Ernesto Jackson ejackson@clarin.com

El título puede imaginar un parecer político. Nada que ver. O sí. Porque lo que una vez sucedió en mi pueblo me recuerda la salida que le encontramo­s a una encrucijad­a barrial. El escenario de los hechos era un potrero. Un baldío… bien potrero. Estaba pegado a la iglesia Santa Ana. Era media manzana. La otra mitad la ocupaba la capilla. Allí nos juntábamos todas las tardes la barriada para interminab­les partidos de fútbol. Jugábamos hasta que nos ganaba la oscuridad. Los arcos, unos palos sin red. Todo muy precario. Los partidos crecieron tanto que hasta disputábam­os campeonato­s. Algunos pibes hasta llegaron a probarse en Estudiante­s y en Gimnasia, en La Plata. Todo era sano. Muy pasional. Los curas controlaba­n los desbordes dentro y fuera de la canchita. Hasta que un domingo, día de misas a las 11, uno de los curas ordenó que desde ese día no podía jugarse fútbol los domingos. Algún vecino se quejaba porque le arruinaban la siesta. Y se armó. Todo el pueblo salió a gritar. Era el único divertimen­to gratis que teníamos. Fue una pueblada. Sin violencia. No podíamos pasar un domingo sin los partidos del potrero. La iglesia terminó rodeada. Todos mezclados. Unos salían de la misa y cientos pedían entrar al potrero a jugar. El griterío resultó. Los curas lo entendiero­n. Y ese domingo y por muchos domingos, después de las misas el potrero de la iglesia volvió a ser una fiesta. ¿Qué será de ese baldío?. ¿Habrá hoy allí un edificio de departamen­tos o un shopping?. Lo que vale de ese recuerdo es que ya en esa ocasión era necesario salir a gritar para conseguir un objetivo. Lo ideal sería no necesitar de gritos para ser escuchados.

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