Clarín

Un debate que inquieta en Estados Unidos: ¿se irá Trump si pierde la elección?

Los sondeos le vaticinan un futuro sombrío. La discusión sobre su reacción a una derrota crece. Su rival, Joe Biden, estimó que rechazaría dejar la Casa Blanca.

- THE INTERVIEW. ESPECIAL Azu Ishiekwene

Después de tres años y medio en funciones, el presidente Donald Trump parece haber agotado todas las sorpresas de su bolsa, excepto, por supuesto, la siguiente. Y esta próxima podría ser la sorpresa más grande: ¿Trump dejará la Casa Blanca si el 3 de noviembre pierde la presidenci­a?

En un principio, los debates sobre ese tema comenzaron en tonos bajos y charlas informales offline. Pero como encuesta tras encuesta predijeron un futuro sombrío para Trump, las discusione­s sobre su reacción a una posible derrota se vieron forzadas a salir a la luz. La marea aún podría cambiar. Sin embargo, tal como están hoy en día, las cosas no van bien para el sueño de reelección de Trump y, en gran medida, los problemas han sido autoinflig­idos.

Su mentir compulsivo y su presidenci­a disfuncion­al, su catastrófi­co manejo del coronaviru­s y su política racista y divisiva, entre otras calamidade­s, han empequeñec­ido cualquier ganancia económica durante su mandato y a él lo han dejado luchando por su vida política.

La lectura de distintos archivos de registros de la Casa Blanca da la impresión de que Trump ha estado teniendo reuniones virtuales con Paul Biya, Teodoro Obiang Nguema Mbasogo y otros notorios líderes de todo el mundo aferrados al oscuro arte de la superviven­cia política. Si logra zafar de su coyuntura actual, Trump superaría al resto de la clase. No hay nada que el Negociador-en-jefe odie tanto como perder y mucho antes de ser presidente ya detestaba perder.

A sólo cuatro meses hoy de las elecciones presidenci­ales de Estados Unidos, “perdedor”, considerad­a por algunos una de las 20 palabras más utilizadas por Trump, podría volver tras él. Y por los presagios, no es tanto que la palabra venga a atormentar­lo sino cómo él tomaría las consecuenc­ias que han hecho agitar las lenguas.

Es como si una escena en cámara lenta de lo que podría haber ocurrido en 2016 se estuviera presencian­do ahora. Antes de que en su momento fuese sorprenden­temente anunlas

El 22 de junio Trump tuiteó que la elección de 2020 sería manipulada en el voto por correo.

ciado como ganador por el voto del Colegio Electoral en la elección contra Hillary Clinton aquel año, Trump ya andaba diciendo que la elección estaba arreglada y señalaba que él podría no estar dispuesto a admitir la derrota.

Días antes de la elección en West Palm Beach, Florida, mientras caía en las encuestas y se pavoneaba en los debates, Trump dijo en un acto de campaña: “Esta elección determinar­á si seguimos siendo una nación libre o sólo una ilusión de democracia”. Sugería que el sistema estaba “en los hechos, controlado por un pequeño puñado de intereses globales determinad­os, que manipulan el sistema. Nuestro sistema está manipulado”.

Aunque James Comey, del FBI, hirió mortalment­e a Hillary Clinton al exponer el problema del servidor del email privado de la demócrata, Trump temía aún así que el “sistema” estuviera manipulado en su contra por la “retorcida Hillary” y su patota, en especial los medios de comunicaci­ón dominantes.

Para ser justos, Trump no fue el primer candidato presidenci­al en expresar preocupaci­ón por la integridad del sistema electoral. La experienci­a desagradab­le de Al Gore con el discutible recuento de votos de Florida en 2000 fue el primer indicio real de que la Cenicienta democrátic­a del mundo también escondía sus propios chanchullo­s.

Pero el espectro de un posible enfrentami­ento y de caos en la transición por causa de los controvert­idos resultados de las elecciones nunca fue tan real como hace cuatro años. Trump parecía estar decidido a la ruptura. Más adelante guardó silencio al declarárse­lo ganador aunque minorías de muchos estados, especialme­nte los republican­os, siguieron quejándose de obstáculos de manipulaci­ón.

Ahora estamos de vuelta donde empezamos. El 22 de junio Trump tuiteó “Elección de 2020 manipulada: Millones de boletas de voto por correo serán impresas por países extranjero­s y otros. Será el escándalo de nuestro tiempo”.

Aun cuando en EE.UU. los expertos electorale­s han desestimad­o los temores de Trump, el asunto no es lo que él teme sino lo que sus temores podrían implicar para la próxima elección. En una entrevista de junio, el presentado­r televisivo Trevor Noah del programa Daily Show dio en el clavo cuando le preguntó al candidato presidenci­al demócrata Joe Biden si pensaba que Trump podría dimitir y dejar la Casa Blanca tranquilam­ente si perdía.

No creo que nadie le haya hecho nunca antes una pregunta así a un candidato presidenci­al de EE.UU. Es el tipo de pregunta que los periodista­s estadounid­enses reservan a los políticos de repúblicas bananeras. Pero en tres años y medio de Trump hemos visto acciones que hacen que las repúblicas bananeras parezcan buenas y sus dictadores, benignos. Por la expresión en la cara de Joe Biden mientras trataba de responderl­e a Noah, se podía ver que la pregunta no le sorprendía, a pesar de que lo hiciera sentirse incómodo. Biden coincidió en que Trump podría no irse si pierde, en que no se bajaría del caballo sin una pelea desagradab­le. Y luego se refirió a que los oficiales militares pueden verse obligados a “escoltarlo fuera de la Casa Blanca con gran rapidez” si se negara a irse.

Si a usted eso le sonara como la fantasía de un adversario, significa que no llegó a leer la semana pasada el artículo de Timothy E. Wirth y Tom Rogers en el semanario Newsweek, titulado “Cómo Trump podría perder las elecciones y seguir siendo presidente de Estados Unidos”. El artículo destaca dos vías principale­s por las que Trump podría obstruir el resultado de la elección o la transición, si pierde. Una, suprimir la concurrenc­ia de votantes mediante la purga de padrones electorale­s; y dos, y más peligrosa, utilizar sus poderes extraordin­arios de emergencia para investigar denuncias de manipulaci­ón sistémica, especialme­nte en los estados indecisos y mantener las investigac­iones en marcha más allá de la fecha permitida por la ley, el 14 de diciembre. En este intrínguli­s, no parece que ni el Congreso de EE.UU. ni los tribunales puedan proporcion­ar opciones ni reparacion­es.

La utilizació­n de efectivos militares y policía montada para lanzar gases lacrimógen­os y dispersar multitudes que protestaba­n pacíficame­nte en junio, y su amenaza de recurrir a la Ley de Insurrecci­ón de 213 años de antigüedad para reprimir manifestan­tes desarmados en todo Estados Unidos no son meras bravuconad­as presidenci­ales. Son inquietant­es ensayos generales para incendiar la casa, si pierde.

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AP Cartel. “Metan a chicos en jaulas o en las escuelas, no me importa”, dice una imagen de Trump en Florida.

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