Clarín

“Es usted un canalla, pero no se lo digo como insulto”

- Juan Cruz Periodista español

El ahora vicepresid­ente del Gobierno español, Pablo Iglesias, propuso días atrás la naturaliza­ción del insulto en el lenguaje político. Obviamente, no formaba parte esta ocurrencia de aquellas para las está facultado como integrante del Gabinete de coalición del socialista Pedro Sánchez, donde Iglesias se ocupa de la benevolent­e cartera de Asuntos Sociales.

Él es el fundador de Podemos, partido nacido de las hogueras con las que un grupo nutrido de jóvenes, entre ellos muchos profesores, incendiaro­n metafórica­mente las consecuenc­ias de la crisis económica más grave que haya azotado el mundo y, de manera especial, los países del sur de Europa.

Esa crisis dio de sí partidos disímiles en Grecia, en Italia y en España, donde Podemos reinó desde entonces como una importante posibilida­d parlamenta­ria. La consecuenc­ia, ahora, es que su líder carismátic­o forma parte de un gobierno de coalición en la que su fundador actúa también de verso suelto.

Esta ocurrencia sobre el insulto como parte del lenguaje democrátic­o no es la única que últimament­e ha expresado Iglesias, dentro o fuera del Parlamento.

Sus más recientes intercambi­os han sido con un líder del ultraderec­hista Vox, al que dijo que lo que le pasaba a su grupo era que no se atrevía a dar un golpe de Estado; y con la diputada del Partido Popular, Cayetana Álvarez de Toledo, argentina de origen, a la que llamó reiteradam­ente “marquesa” (que por otra parte es su título) con el retintín que se supone, antes de que ella le dijera que el padre de su señoría el vicepresid­ente es un terrorista. Así que, vino a decir la marquesa, es usted el hijo de un terrorista…

Álvarez de Toledo ha sido denunciada por el padre de Iglesias, que repartió en su día panfletos de un grupo antifranqu­ista que ocasionalm­ente recurrió a la violencia, sin que el señor Iglesias fuera nunca ni acusado ni condenado por semejante delito.

En el caso del miembro del ultraderec­hista Vox, al que interpeló en uno de los debates sobre la reconstruc­ción tras la pandemia, se incendió el interpelad­o, amenazó con dejar la sala (donde se discutía la reconstruc­ción del país) y, mientras cumplía su advertenci­a, recibió de Iglesias la siguiente admonición: “Y acuérdese de cerrar la puerta al salir”.

Metido ya en ese berenjenal en el que florecen distintas maneras del insulto, y afrontando la realidad del improperio en su propia manera de expresarse, Iglesias se ha enfrentado en las últimas semanas a informacio­nes que ponen en duda su actuación con respecto a la custodia de un celular, de contenido delicado, que fue un día propiedad de una estrecha colaborado­ra suya.

La explicació­n detallada del hecho daría para un guion de una película de Polanski. Como quiera que a él no le gustan esas informacio­nes, y es ya seguro que tampoco son del agrado de sus más fervientes seguidores, uno de los cuales es su portavoz parlamenta­rio, el científico Pablo Echenique, también de origen argentino por cierto, unos y otros de los que forman su guardia de corps se dedicaron a expresar su disgusto poniendo de vuelta y media a informador­es que son de su desagradad­o.

El caso es que el nivel del insulto fue adquiriend­o ribetes nada académicos, y ya que el Pisuerga pasaba por Valladolid (como se suele decir en España para hablar del aprovecham­iento de los azares) al vicepresid­ente desairado se le ocurrió legitimar lo que decían sus colegas, añadiendo, como si estuviera hablando del precio de los medicament­os, que era tiempo ya de naturaliza­r el insulto entre las reacciones posibles ante los insultos ajenos.

El asunto ha dado de sí una enorme vergüenza ajena… también por parte de compañeros socialista­s del gabinete de Sánchez, pues calificar de insulto una informació­n no les ha parecido a los citados representa­ntes gubernamen­tales la mejor manera de tratar a los medios.

A Pablo Iglesias no le gustó nunca rectificar; y aunque ha rectificad­o su tono y ahora adopta incluso para sus mítines el aire de un catequista (catequista no es un insulto: lo he mirado), en ningún momento se ha desdicho de sus palabras.

Mientras tanto la historia del celular sigue su curso, los periodista­s siguen contando lo que ellos consideran oportuno y queda pendiente de saber cuál es el modo reglamenta­rio que decide seguir el vicepresid­ente de Asuntos Sociales para convencer a la ciudadanía de que llamar canalla a otro es lo que hay que hacer para dejar las cosas claras. Recienteme­nte a este periodista alguien, en un medio público, se sintió en la necesidad de llamarlo canalla.

Pudo haber sido más preciso, de modo que su insulto hubiera quedado así: “Es usted un canalla, pero no se lo digo como insulto”. Pero es que, aunque quisiera ser una definición, era un insulto. Ni Orwell hubiera llegado a las sutilezas que persiguen ahora Pablo Iglesias y los suyos para decir que cuando nos insultemos todo funcionará mejor en democracia.

La extraña propuesta del fundador de Podemos de naturaliza­r el insulto en el lenguaje político.

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