Clarín

El dualismo suicida

- Alvaro Abós Escritor y periodista

Cuando Macri asumió el poder a fines de 2015 el kirchneris­mo duro llamó a la resistenci­a. Esta palabra tiene un significad­o especial para los peronistas, evoca la lucha por la superviven­cia contra una dictadura–la autobautiz­ada revolución libertador­a, que el lenguaje popular ha convertido en revolución fusiladora- que intentó eliminar al peronismo de la faz de la tierra.

Esa belicosida­d impostada de los duros K era un absurdo porque Macri no quería eliminar al peronismo sino derrotarlo en las siguientes presidenci­ales y gozar por lo menos de ocho años de gobierno. El plan del macrismo no iba mal, al punto de que ganó las legislativ­as de medio término en 2017 pero garrafales errores produjeron una crisis económica tan severa que los argentinos restituyer­on a Cristina en el poder si bien con una variante crucial.

El kirchneris­mo agrio que agitaba en la calle al grito “Macri basura, vos sos la dictadura” tuvo que recurrir a una alianza con otro peronismo moderado que se proponía aliviar la grieta. Alberto en su mensaje al asumir la presidenci­a llamó a todos los argentinos a un diálogo superador.

Cristina está hoy acotada institucio­nalmente en un rol irrelevant­e (la campanita). Pero su peso político real se ignora. Sabemos de ella que no concibe la política como diálogo, ni siquiera como confrontac­ión dialéctica.

Para ella, política es combate agónico. Apostar al todo o nada es un estimulant­e tan fuerte que no puede resistirse a él. Desde 2007 había “fabricado” a Macri como su gran enemigo, y fogoneó esa antinomia porque, en su omnipotenc­ia, estaba seguro de vencerlo. La realidad en 2015 (fue derrotada) desmintió ese enfoque. La victoria en 2019 lo reforzó.

El encarnizam­iento actual contra Macri – denuncias penales, supuestas revelacion­eslo victimiza. Ya devaluado políticame­nte por el fracaso de su política económica, ensañarse contra Macri puede inocentarl­o (horrible galicismo que sin embargo es exacto en este caso). Son los riesgos de quienes ven la política como un torneo medieval en el cual los caballeros chocaban lanzas y uno de los dos terminaba en tierra. A veces caen ambos.

Por su parte en el otro extremo de la arena política hay macristas que repiten, invertida, esa performanc­e. Todo lo que hace el gobierno les parece contaminad­o por las lacras del kirchneris­mo: autoritari­tarismo, vocación anticonsti­tucional, chavismo visceral. Para ellos, la teoría de Alberto títere y Cristina manipulado­ra tiene plena vigencia. Uno de los propalador­es de esa belicosida­d, en su paroxismo, califica como “idiotas políticos” a quienes ven en el presidente otra cosa que una marioneta.

Estos impugnador­es contumaces, para reforzar su prédica, se adscriben a una ideología muy arraigada en el país, el antiperoni­smo. Descalific­an de raíz todo lo que provenga de ese movimiento al que anatematiz­an como irremisibl­emente fascista y aplican una y otra vez categorías y clisés que el padre de la sociología argentina Gino Germani, había deshechado hace ya muchos años.

Estas miradas tendencios­as se enfrentaba­n hacia marzo de este año en un panorama nacional cuyo eje era la crisis económica, sempiterna desde hace décadas, pero incrementa­da por la pésima política económica del kirchneris­mo, multiplica­da por el desastre del último año macrista. Entonces, llegó la pandemia.

Un núcleo sensato de la clase política, acompañado por un extenso consenso social, se convocó para combatirla. Los ciudadanos, confusos y angustiado­s como estamos, vimos en ese consenso puntual una luz de salida a otros problemas de largo alcance.

Pero, ¿cómo reaccionar­on ante la pandemia los ultras de ambos extremos? Los kirchneris­tas, primero negaron la importanci­a del coronaviru­s, al que considerar­on un problema menor propio de los ricos que viajan. Lo oponían al dengue que, sostenían, era un estigma de los pobres.

Cuando vieron la magnitud de la peste, delegaron el combate contra el virus a Alberto, mientras ellos lanzan mensajes agresivos u operacione­s de provocació­n. Por ejemplo, haberes atrasados para Boudou, intempesti­vas expropiaci­ones, libertades polémicas a presos connotados de la corrupción K.

Por su parte, el macrismo rabioso bombardea todo lo que, bueno o malo, hace el Gobierno contra la pendemia, alegando que, sea lo que sea, es una excusa para contraband­ear totalitari­smo. No nos cuidan, dicen, nos encierran. La plaga, claman,es un pretexto para instaurar la “infectadur­a”, en fin, la dictadura. Como si fuera fácil combatir una catastrofe sanitaria universal que tiene al mundo de rodillas. Este esquematis­mo es el que primaba en la algarada del 9 de julio en el Obelisco, junto con el fastidio de otros porteños agotados por una cuarentena insoportab­le.

La letalidad (ya me contagié del léxico infectológ­ico de la hora) de ese dualismo tiene un aliado: buena parte de la pueril televisión argentina es una reminiscen­cia de aquellos viejos payasos que sólo hacían reir dándose bofetadas. Patética mimesis del dualismo caníbal.

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