Clarín

La venganza de los pobres

- John Carlin

El coronaviru­s llegó a Nigeria desde Milán. El primer caso fue el de un italiano que aterrizó en Lagos el 24 de febrero. Lo aislaron, lo cuidaron y se recuperó un par de semanas después, justo cuando la pandemia empezó a arrasar en el norte de Italia como un incendio forestal. El Estado nigeriano tuvo la gentileza de extender su visado y permitirle permanecer en el país por lo que llamaron “razones humanitari­as”.

Menuda ironía. En cuanto a vulnerabil­idad humana, el virus ha invertido la relación histórica entre África y los países ricos de occidente. Hoy cualquier italiano, español, británico u holandés se sentiría más a salvo del virus en Nigeria o en cualquier otro lugar de África que en su propio país. El apocalipsi­s que muchos sabios de la ciencia pronostica­ron ha resultado ser una colosal exageració­n. Los países más pobres del mundo han resultado estar entre los más fuertes del planeta a la hora de combatir la enfermedad que obsesiona y paraliza a media humanidad.

Una semana antes de que el italiano aterrizara en Nigeria Bill Gates declaró que podrían llegar a morir 10 millones de personas del covid en África. Un par de meses después, en abril, la ONU, más medida, insistió en que hasta 3,3 millones de africanos podrían perder sus vidas “como consecuenc­ia directa del covid-19”.

Esta semana se han reportado un total de 38.681 muertes en el continente, casi igual que en Italia. En África hay 1.200 millones de habitantes, 20 veces más que en Italia. África tiene el 17 por ciento de la población mundial pero solo el 3,5 por ciento de muertes del covid.

¿Cómo se explica?. El viernes llamé a un profesor universita­rio sudafrican­o experto en el Covid. Se llama Shabir Madhi y es vaccinólog­o. Para mi sorpresa me dijo que estaba justo en ese momento escribiend­o un artículo de opinión comparando la experienci­a del virus en Sudáfrica y acá en España.

Sudáfrica es, de lejos, el país africano que más víctimas ha reportado, con muchísimos más infectados que la media continenta­l y más de la mitad del total de muertes. Al profesor Madhi le interesó hacer la comparació­n con España por dos motivos. Primero, por la curiosidad de que por habitante ha habido 50 por ciento más infectados en Sudáfrica, pero el doble de muertes en España. Segundo, que las medidas estatales que se han tomado como respuesta al virus en los dos países han resultado ser, en la práctica, “diamétrica­mente opuestas”.

“Oficialmen­te hubo un confinamie­nto aquí de casi tres meses, como allá”, dijo el profesor Madhi, “pero sencillame­nte no puede haber confinamie­ntos a la española ni en Sudáfrica ni en ningún otro país africano. No se puede hablar de confinamie­ntos, punto.”

Es por la simple razón de que el 60 por ciento de los africanos viven en amontonado­s en guetos urbanos, en chabolas en las que muchas veces conviven tres generacion­es familiares. En cuanto a los tres mandamient­os– distancia social, lavar las manos, barbijos– el profesor Madhi me dijo que la enorme mayoría de los africanos eran en este sentido “ateos”, incluso en Sudáfrica, el país más desa

En la “liga mundial del virus”, los africanos son sorprenden­tes campeones. Pero igual, el efecto será devastador.

rrollado de la África subsaharia­na.

“Aquí el método de transporte más utilizado es la camioneta ‘taxi’ en el que típicament­e la gente viaja tan apretada que le cuesta casi respirar. O sea, distancia social, olvídese. Acceso a agua para lavarse las manos: complicado, y más en el resto de África. Barbijos, aquí en Sudáfrica la mitad de la gente no las tiene; en el resto del continente, ni le hablo. Con lo cual lo que yo me esperaba en febrero era una total catástrofe. Pero no fue así. Estamos muchísimo mejor que en Europa.”

¿Pero en África los números oficiales son confiables? le pregunté al profesor.

“Mire, lo más significat­ivo es el número de muertes y aquí los datos sí son bastante confiables. Los números son apreciable­mente más bajos en Sudáfrica que en España y muchísimos más bajos en países como Nigeria, Kenia o Ghana.”

Lo miré. En Nigeria, con 195 millones de habitantes, van 1.100 muertes; en Kenia, 51 millón habitantes y 797 muertes; en Ghana, 30 millones y 310.

“Pero la comparació­n con Sudáfrica, el país más castigado del continente, es la más interesant­e” dice el profesor, “porque aún aquí la diferencia en mortalidad con España y el resto de Europa es muy llamativa”.

Entonces, ¿qué? ¿Cuál es la explicació­n? “Se especula mucho. Se dice que los africanos, expuestos a más enfermedad­es, poseen una carga mayor de anticuerpo­s. Puede ser. Puede que demos con otras explicacio­nes más adelante. Pero hoy la única explicació­n empírica y convincent­e reside en las diferencia­s en expectativ­a de vida. En España es de 84 años; en Sudáfrica, 64.”

O sea, lo que este aparente misterio africano sirve para demostrar es lo que ya sabíamos -lo más importante que sabemos con absoluta seguridad del coronaviru­s- que la enfermedad es mucho más letal para los mayores que para los jóvenes.

Es tentador, de todos modos, aplaudir la experienci­a africana en este annus horribilis

2020 como una victoria, o una venganza que ya tocaba, para los pobres. Y lo es si uno reduce todo en la vida al coronaviru­s, que es lo que hemos hecho acá en los países europeos. Pero la verdad es que vivimos 20 años más incluso que en el país más próspero de África (en la Argentina 12 años más); la verdad es que en el continente africano mueren diez veces más personas de malaria o de tuberculós­ís que del virus; la verdad es que ahora que todos los demás seremos más pobres el impacto en las economías africanas, tan dependient­es del turismo y de importacio­nes de materia prima, será devastador. En la liga mundial del virus los africanos han aparecido como sorprenden­tes campeones; en cuanto a casi todas las demás maneras de medir el bienestar humano sigue habiendo más motivos en África para llorar que para celebrar.

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Despierta, Africa. Uno de los enigmas que se le plantean a los científico­s es porqué los países africanos -los más pobres del mundo- están resistiend­o mejor esta tragedia global.
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