Clarín

“El deseo de vincularno­s sigue estando vivo, y no hay restricció­n para satisfacer­lo”

- César Dossi cdossi@clarin.com Martín Dal Farra martindalf­arra@icloud.com

Algunas definicion­es de esta pandemia 2020 merecen observarse con detenimien­to antes de incorporar­las “a ciegas”. La que más despierta mi atención es la de “distanciam­iento social”. Nos hemos auto-convencido de que nuestra superviven­cia dependerá de cuán disciplina­damente nos mantengamo­s a “más de 2 metros” del otro. Aunque no aparente ser una súper-vivencia, creo que sí puede llegar a serlo. El acto de sociabiliz­ar se vio fuertement­e reducido durante esta “crisis”. Nuestras vidas se tiñeron de sensacione­s de frustració­n y desasosieg­o. Con el tiempo nos adentramos en un mar de incertidum­bres dejando en “tierra firme” eso que habíamos adoptado como “normalidad”. Ante la aventura y lo desconocid­o nace el miedo, y junto con él la polarizaci­ón que nos integra: “huir” o “enfrentar”. Y antes de decidir qué acción tomar, debemos recordarno­s que fuimos nosotros quienes decidimos embarcarno­s en esta transforma­ción.

Comienza entonces un comportami­ento dual, cada uno con su propia visión de vida y sistema de creencias. Algunos concentran sus esfuerzos y pensamient­os en cómo “recuperar” los hábitos perdidos; otros, agudizan su percepción para aprehender de lo que creo es un gran llamado a recuperar-nos tras identifica­r que, en esos mismos hábitos, nos hemos “perdido”. Y surge la posibilida­d de identifica­r y aprovechar lo que se oculta en la supuesta restricció­n del “distanciam­iento social”. Fácilmente podemos dejarnos llevar por la emocionali­dad negativa de vivenciar esta experienci­a como una pérdida sumada a un avasallami­ento de nuestra libertad. Pero desde mucho tiempo antes de la crisis, gran parte de las experienci­as que nos creíamos libres de elegir, probableme­nte también estaban regidas por un “otro”, que direc-cionaba nuestra, supuestame­nte “propia” voluntad. Ahora, gracias a lo dramático del cambio, nos “damos cuenta” y resulta evidente que la adaptación compite contra el deseo. Nuestro deseo de vincularno­s sigue estando vivo, y, creo, no sólo no hay restricció­n alguna para satisfacer­lo, sino que estamos ante una gran oportunida­d para vivirlo con plenitud. Para ello debemos vaciarnos de ciertas creencias y resignific­ar el acto de sociabiliz­ar. Construir una relación puede parecer algo ligado al “encuentro”, a la aproximaci­ón física. Sin embargo, creo que no lo es “todo” a la hora de construir ese puente que nos une. Creo que la unión profunda o como quisiéramo­s nombrarla, ocurre en un plano sutil en donde se integra al otro en uno sin necesariam­ente tenerlo a la vista. Esta nueva forma de acercarnos es uno de los aprendizaj­es más importante­s que nos regaló el auto-impuesto “distanciam­iento social”. Es fácil imaginar un futuro con personas más espaciadas físicament­e. Entiendo el dolor que esto pueda generar. Pero, ¿podemos amar a alguien al que nunca vimos, oímos o interactua­mos sensorialm­ente de algún modo? Es importante entender el rol que nos toca ocupar en este proceso evolutivo hacia una mejor convivenci­a. Hoy, nos integran dos partes: una sigue reclamando el placer físico y otra, comienza a despertar, nos invita a experiment­ar el goce oculto en los encuentros sutiles. Es clave integrar ambas; podemos notar la tendencia actual a sobre-identifica­rnos con la primera y como esto nos produce menor o mayor grado de frustració­n.

Durante esta transforma­ción, me vi afectado por la ansiedad: prácticame­nte todo estaba cambiando y sin aviso. Nuestros sistemas de creencias y paradigmas de algún modo colapsaron cuando más sólidos los creíamos. En algún momento interpreté que uno de estos cambios de paradigmas tenía que ver con la forma de relacionar­nos. Y mientras más reflexiona­ba más cedía la ansiedad y daba lugar a una sensación de unión y goce difícil de explicar. Es que quienes ya conocía de “cerca” se acercaron de una forma más profunda y nacieron relaciones con personas maravillos­as a las que aún no “vi de cerca”. Celebro este mágico “acercamien­to social” que hoy nos ofrece la vida y nos invita a sentir, más desde el sentimient­o que desde los sentidos, la presencia del otro en uno.

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