Clarín

Pasión, dolor, serios incidentes y caos en la despedida de Maradona en la Casa Rosada

Todo arrancó como un fiesta popular y se empañó porque no se contempló a la multitud y hubo fallas en la organizaci­ón. Por la noche, fue enterrado en Bella Vista.

- Mariano Verrina mverrina@clarin.com

La sensación que deja es que el combo completo iba a ser así. La tristeza que queda es que en la cabeza de todos se fue forjando con el correr de las horas la imagen de un adiós así. Que no tenía que ser así, que no debía ser así, que no merecía ser así, pero que inevitable­mente cada paso fue conduciend­o a igual cantidad de escenas emotivas que vergonzosa­s, a la represión policial mezclada con la pa20 sión genuina, a los gritos desaforado­s y los desbordes, a desajustes logísticos y torpezas de organizaci­ón difíciles de explicar, a expresione­s amorosas y mensajes inolvidabl­es salpicados por un caos colectivo.

Diego Armando Maradona los superó a todos. Muerto en un féretro, vivo en el pueblo.

Es una pena que no haya podido ser de su familia ni siquiera en este último instante. Pero a quién se le ocurrió pensar que el punto final iba a ser distinto a todo el resto de la historia. Diego es del pueblo.

Y le guste a quien le guste, pueblo es eso que hubo ayer, lo que pasó, lo que se respiró y se transpiró en las calles. Lo que se sufrió y también lo que que por muchos instantes se disfrutó y quedará guardado para la eternidad.

Diego es del pueblo. Y el pueblo son los pibes que cruzaron en moto el Puente Pueyrredón con la camiseta del día del partido homenaje, esa de cuando Diego hizo catarsis pública al confesar que se equivocó y pagó. Los que vinieron de Rosario o de Córdoba, los que se acercaron en traje y dejaron por un rato la oficina, los que se suben a los hombros al pibe que apenas camina y algún día le contarán mejor dónde estuvo.

Diego es del pueblo porque el pueblo es Jerónimo, que tiene 7 años y a las 9 de la mañana camina con una mano agarrada a su madre y la otra sosteniend­o una carta que él escribió y en la que le agradece a Diego por enseñarle a jugar al fútbol. Jerónimo nació cuando Diego llevaba más de años retirado del fútbol.

Diego es del pueblo porque debe ser el tipo que más trabajo dio en medio de una pandemia. Se vendieron sánguches de salame y queso a 100 pesitos, hubo gorros, banderas y también barbijos. Hubo cerveza bien fría, jóvenes empinando líquidos indescifra­bles en botellas de plástico cortadas, hubo remeras con su cara, con su firma y con su número.

“Diego, querido, el pueblo está contigo”, explota la multitud que desfila por la pasarela encallada. Durante la mañana se disfruta de una peregrinac­ión bella y pasional. Es la cancha. Sí, afuera es la cancha que el coronaviru­s frenó. A lo largo de la Avenida de Mayo hubo cacheos, gritos, controles policiales, gente que se coló, algunos arrebatado­res, bombos, barras bravas, canciones.

Y de repente, el silencio. Un embudo impactante. Da escalofrío­s.

La fila enorme se iba deshilacha­ndo hacia el ingreso a la Casa Rosada cuando irrumpía ese crespón gigante encima.

Silencio.

Allí está él. Es el pueblo observándo­se a sí mismo. Duele.

Un pibe ocurrente de la multitud saca una sonrisa hermosa cuando en un bache emocional grita con justeza poética: “Daaaale, viejo, esto parece

un velorio”. Lo definió mejor que todos. Parece un velorio. Pero a su vez esto fue otra cosa, parecía una fiesta, derivó en una locura. Y fue un poco de todo. Como Diego, como el pueblo.

El dolor de familiares, amigos y allegados es inmenso. Esa vueltita a ver a Diego por última vez es como una piña de Mike Tyson. No se apacigua el impacto solo por tratar de racionaliz­arlo previament­e. Nada de eso, la vibración es imponente.

“Diego no se murió, Diego no se murió, Diego vive en el pueblo...”, canta la gente que no se pregunta por horarios, por entornos, que no está para diferencia­r entre la persona y el personaje, que no le interesa lo que digan los periodista­s.

El clima empieza a tensarse después del mediodía, cuando el reloj circulaba mucho más rápido que la multitud. Cuando los que llegaban e intentaban sumarse a una fila de 30 cuadras empezaban a escuchar que no podrían cumplir con su cometido. Cuando plantan un vallado en Avenida de Mayo y 9 de Julio y deciden que nadie más pase. Y tiran gases lacrimógen­os y disparan balas de goma. Y hay 12 heridos -11 policías y un periodista- y 11 detenidos.

Quedaron un montón de preguntas latiendo en el ambiente y que, en palabras de Diego, mancharon la pelota.

¿Era la Casa Rosada el lugar ideal? ¿Por qué se decidió que la ceremonia durara apenas 10 horas y no se tuvo el decoro de extenderla al ver la magnitud de la movilizaci­ón? ¿Quién mandó a la Policía a reprimir? ¿Cómo pudo ser que los decenas de hinchas lograran superar todos los filtros y se pusieran a cantar en el Patio de las Palmeras como si fuer el patio de su casa y todo se coronara con gases lacrimógen­os a escasos metros de, entre otros, el Presidente de la Nación? ¿Es necesario que en medio de un velorio se tiren dardos los gobiernos de la Nación y de la Ciudad para definir quién hizo peor las cosas? ¿Tenían que se los barrabrava­s los encargados de tratar de que el desmadre se demore lo más posible y se termine sin consecuenc­ias más graves de las que hubo?

Sepan todos que Diego los superó. Sepan todos que el pueblo hizo ni más ni menos de lo que se imaginaba, con lo bueno y lo malo que esto implica.

Diego había reunido al pueblo ahí mismo, desde un balcón de la Casa Rosada compartió con todos su premio más soñado, su obra cumbre: la Copa del Mundo. El símbolo máximo de una vida deportiva irrepetibl­e ahora está al lado del cajón.

Diego logra ahora que muchos hijos e hijas encontrara­n un motivo para volver a hablar con sus padres y madres.

Diego logra los abrazos viralizado­s entre los de Boca y los de River. Diego consiguió que los de Central vayan sin miedo a la cancha de Newell’s.

Minutos antes de las 18 y después de una jornada que fue una coctelera de sensacione­s, el coche fúnebre se va. Lo corren, se le tiran encima. La peregrinac­ión cambia de rumbo pero la gente sigue brotando, es un hormiguero recién pisado. El que se está yendo es el reflejo de todos los que se están quedando. Dicen que hasta que se muera la última persona que lo recuerde, Diego seguirá latiendo.

Y el pueblo, eso sí que seguro nunca muere. ■

 ?? GUILLERMO ADAMI ?? Descontrol. Los fanáticos, ayer, se trepan a las rejas de la Casa de Gobierno cuando se desbordó totalmente la organizaci­ón y debieron cerrar las puertas de la Rosada.
GUILLERMO ADAMI Descontrol. Los fanáticos, ayer, se trepan a las rejas de la Casa de Gobierno cuando se desbordó totalmente la organizaci­ón y debieron cerrar las puertas de la Rosada.

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