Clarín

Gases, corridas y llanto a metros del despacho del Presidente

Fernández pidió un megáfono para hablarle a la gente y pedir que se tranquilic­en. Cristina estuvo en la oficina del ministro del Interior.

- Santiago Fioriti sfioriti@clarin.com

De pronto, una nube blanca y espesa se esparció en el aire. La gente gritaba, corría, se empujaba. Volaba alguna trompada, se caían las vallas y los que querían huir de miedo tenían que forcejear con los que pretendían entrar de prepo. "Cierren las puertas, cierren las puertas", se oía. Un hombre se quitaba la remera, lloraba y gritaba al mismo tiempo vaya a saber qué, y luego arrojaba la casaca al aire, tratando de llegar al féretro. Otros lo imitaban. Parecía una especie de rito creado en ese mismo instante.

Los gritos se confundían con personas que tosían y escupían por los gases lacrimógen­os. Los barbijos incomodaba­n más de lo habitual. Había quienes, del miedo, se lo quitaban y dejaban ver los ojos rojos. Otros se ponían en cuclillas. ¿Rezaban o lloraban? Las dos cosas, acaso. Lo hacía una mujer, de rodillas, frente a la escultura de María del Rosario de San Nicolás, una de las pocas cosas que nadie se atrevía a tocar: hasta el rosario que cuelga de sus brazos permanecía intacto.

"¡Agua, agua!", gritaba una joven con un barbijo de San Lorenzo gastado, que trataba de escapar con un nene. De la nada, apareciero­n varias botellas de agua mineral. Un poco de alivio. No para los funcionari­os del Gobierno, que caminaban con la cabeza baja por los pasillos sin dar crédito a lo que ocurría dentro de la Casa de Gobierno, el lugar más custodiado del país.

No podía ser. Gases lacrimógen­os adentro del edificio donde trabajan los presidente­s. No podía ser, pero era. Eran las 15.15. El cajón con el cuerpo de Diego Maradona había arribado a las 2 de la mañana a Balcarce 50. La familia había logrado un tiempo de paz junto a él. Las puertas al público se abrieron a las 6 de la mañana. Las primeras horas fueron de tranquilid­ad. Pero el fervor popular, el calor, las horas de espera, la desorganiz­ación y, sobre todo, el temor a que el horario establecid­o para el cierre de la ceremonia impidiera que mucha gente que estaba haciendo la cola desde temprano se quedara sin la posibilida­d de entrar se convirtier­on de a poco en un combo peligroso. Se palpaba en el aire.

Afuera, en la Plaza de Mayo, los cánticos homenajeab­an a Maradona y también avisaban que nadie tenía intencione­s de irse sin despedir al ídolo. El cierre del salón estaba previsto para las 16. Se estiró hasta las 19 tras una negociació­n con Claudia Villafañe y sus hijas. Se dice negociació­n porque fue exactament­e eso y no fue fácil. Se supo, al cabo, que la prórroga no iba a ser suficiente para responder tanta demanda social.

Los empujones para entrar al lugar donde estaba el féretro comenzaron a ser cada vez más insistente­s después de que, por un rato, el ingreso estuvo vedado para que Cristina Kirchner pudiera tener unos minutos a solas junto a la familia del Diez. Según admitían algunos funcionari­os del Gobierno un rato después, esos momentos con la puerta de acceso bloqueada terminaron agitando los ánimos de quienes estaban en la vereda y entendiero­n que se venía el final velatorio público. ¿Quién dio la orden de cerrar las puertas para que Cristina estuviera sola? ¿La vicepresid­enta o alquien del equipo del Presidente?

Dicen que la vicepresid­enta le pidió a Claudia alargar el horario de la ceremonia. Se la vio gesticular mucho, pero nadie, salvo ellas dos, conoce el contenido exacto de ese diálogo.

"Vamos, vamos, apuren", decían los que estaban a cargo del control. Los restos de Diego Maradona estaban ahí, tapados por una montaña de remeras de todos los equipos, flores, pelotas chicas y grandes, medallitas, pulseras. "Hasta chupetines tiraban", contó uno de los encargados de recoger las ofrendas. De fondo se escuchaba la misma música de las útimas 24 horas: "Maradooo/Maradooo".

Cuando la presión desbordó la seguridad y los gritos desesperad­os anticiparo­n la tormenta en el hall de la entrada a la Casa Rosada (cientos de hinchas habían saltado las rejas y se colaban por donde podían) llegaron los gases. Los hinchas entraron corriendo a cantar en el histórico Patio de las Palmeras. Una mujer, en un ataque de nervios, llegó hasta el sector en donde están emplazados los bustos que recuerdan a los presidente­s argentinos y tiró al piso la imagen de Hipólito Yrigoyen. La estatua se rompió y terminó en el despacho del vocero del presidente con la promesa de la restauraci­ón.

La familia de Diego fue trasladada rápidament­e al Salón de los Pueblos Originario­s. Por la ventana se veía llorar a Giannina. Segundos después, alguien pidió un carrito para llevarse el féretro del lugar en donde estaba hacia un salón más protegido. Las corridas y los gases continuaba­n.

A pocos metros, en la planta alta, Alberto Fernández seguía los incidentes desde su despacho, hasta que pidió un megáfono y salió él mismo a pedir tranquilid­ad a la gente en la calle.

En el momento de los incidentes, Cristina se quedó en la planta baja, frente al Patio de las Palmeras, en la oficina del ministro del Interior, Eduardo De Pedro. Cuando volvió la paz, la vicepresid­enta salió caminando y se fue en auto por la explanada del edificio. Cristina saludaba desde la ventanilla. "Te amamos", le gritaban. ■

Los momentos en que cerraron las puertas para que Cristina quede sola agitaron los ánimos.

 ?? JUAN MANUEL FOGLIA ?? Descontrol. El Presidente pide a la gente que no ingresen a la Casa Rosada mientras su gobierno acusaba a Larreta.
JUAN MANUEL FOGLIA Descontrol. El Presidente pide a la gente que no ingresen a la Casa Rosada mientras su gobierno acusaba a Larreta.

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