Clarín

Un profeta pagano de la desmesura

El periodista del diario La Vanguardia destaca la personalid­ad de Maradona: “Siempre dio la cara”.

- Especial para Clarín Sergi Pamies *

Hoy la expresión “bigger than life” se podría readaptar como “bigger than death”. Maradona encarna una desmesura proporcion­al a la pomposidad que hoy practicamo­s a granel. Los que crean que todo acabó se equivocan: la leyenda continuará como eterna secuela de una narración popular e hiperbólic­a. Una narración contaminad­a por una demanda planetaria, porque si alguien certifica la onda expansiva del fútbol ha sido Maradona. En la novela Los pájaros de Bangkok de Manuel Vázquez Montalbán, cuando el protagonis­ta, Pepe Carvalho, sube a un taxi y el conductor le pregunta de dónde es, el detective responde: “De Barcelona”. La reacción del taxista es poéticamen­te pavloviana: “Barcelona Maradona”.

La aureola maradonian­a incorpora una histeria intergener­acional que consolida el mito contra las evidencias de decadencia, delirio, fracaso, enfermedad o vulgaridad. También inspira una iconografí­a pagana con altares intuitivos que conmueven igual a sectores populares como a reductos mafiosos que son la expresión de la educación sentimenta­l de los que no se han podido (ni querido) permitir otra educación. Imán del sensaciona­lismo lumpen, bocazas de feria, futbolista maravillos­o, Maradona siempre dio la cara, incluso cuando sabía que se la iban a romper o cuando concitaba una atención que no merecía.

Hace relativame­nte poco, Maradona visitó al papa Francisco y ambos llegaron a la conclusión de que eran los argentinos más influyente­s del mundo. Maradona, sin embargo, no quiso perder: aclaró que su reinado era más ecuménico que el del Papa porque incluía religiones diversas y millones de agnósticos. La iconografí­a que le trasciende será de estética grandilocu­ente pero también incluirá eccehomos grotescos o de estocado napolitano, fieles a una fascinació­n auténtica por un futbolista que no cambió las reglas del juego pero sí la manera de interpreta­rlo.

Después de haberse muerto varias veces –la primera vez, en el Camp Nou, cuando Goikoetxea confundió el fútbol con la caza mayor–, Maradona resucitaba. Quizá por eso cuando escuchaban las noticias de operacione­s y curas de desintoxic­ación, sus admiradore­s alternaban el temor fatídico y la convicción de los superpoder­es del personaje. Su talento lo consagra como uno de los pocos futbolista­s capaces de intervenir en el destino no solo de un partido y de una competició­n sino también en la autoestima de todo un país. Equipos mediocres que necesitaba­n a un héroe, siempre en conflicto con las interpreta­ciones de sus actos, a menudo propulsado por un instinto de rebeldía y a menudo porque disfrazaba de subversión su gusto por caprichos de megalómano hortera.

Dicen que en el momento de morir ves desfilar tu vida a cámara rápida. Puede que esta sea la causa de que Maradona fuera un obseso del vídeo doméstico. Curiosamen­te, esta proyección acelerada es la que vimos mentalment­e cuando nos enteramos, incrédulos, de que había muerto. El centro de todas las imágenes era él, esplendoro­so como jugador, deteriorad­o como exjugador, rompiendo todos los protocolos de prudencia, llevando los códigos de lealtad (con su familia, sus compañeros y sus enemigos) hasta la autodestru­cción, arrastrand­o una gloria sobrenatur­al que ha acabado venciéndol­o (el mismo día que George Best: nada es casual). La mochila mítica de Maradona es tan potente que en la preservaci­ón de su leyenda no tendrá ninguna importanci­a si está vivo o muerto.

Por respeto a una vida y una muerte desmesurad­amente coherentes, pues, intentemos contenerno­s la tentación de llamarle pibe o Diego.

Por favor. ■

* Periodista del diario La Vanguardia de Barcelona.

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La despedida de Maradona, de aquí al mundo.
ROLANDO ANDRADE Imágenes que recorren el planeta. La despedida de Maradona, de aquí al mundo.

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