Como una leyenda: “He visto a Maradona”
El autor de “Gomorra” describe el sentimiento napolitano: la idolatría por quien les ofrendó tanta felicidad.
Nunca pensé que él fuese mortal, pero hoy me doy cuenta de que era un hombre y no el Dios cuya adoración viví de niño (soy del 79; tenía 7 años cuando el Napoli ganó el primer campeonato italiano y 10 cuando llegó el segundo “scudetto”).
¿Cómo hago ahora para a explicar a los no-napolitanos lo que fue Diego Armando Maradona? La suma total de todo lo mejor y lo peor que ha generado mi tierra. ¿Cómo hago para explicar que, al igual que un Dios, los vicios, los errores, los delitos cometidos fueron sólo la sombra que hizo al Dios aún más brillante? Exactamente como los dioses, cuyos vicios los hicieron tan parecidos a nosotros, en su narración, sin embargo, en su crueldad, en sus errores, destacaron aún más su valía, su calidad.
Diego Armando Maradona está en ese chico que juega en el barro y cuando le preguntan qué le gustaría hacer, responde: jugar un Mundial y ganarlo.
¿Cómo puedo explicar que Maradona era la redención? La redención, sí. La redención porque un equipo del sur de Italia nunca había ganado un campeonato, un equipo del sur nunca había ganado una Copa de la UEFA, un equipo del sur nunca había sido centro de la atención mundial. Con Maradona nos temían por una habilidad, no por una amenaza o un prejuicio; con Maradona había alguien que no engañaba, estaba para cumplir una promesa de felicidad que todos habían traicionado. Diego estaba allí, no traicionaba, había decidido, el más grande futbolista de la tierra, no jugar en Juventus. Y eso ya era un vínculo indisoluble para nosotros. En efecto, en Turín, Maradona lleva a cabo la venganza que los napolitanos habían estado esperando toda su vida.
Es el 3 a 1 de la victoria como visitante en Turín contra la Juve (1986), es el castigo del 1 a 0 en el estadio San Paolo (1985), es ver a todos los trabajadores de Campania que se ganan la vida en el norte y a los emigrantes napolitanos sentir que en ese momento el equipo interpretaba sus deseos de victoria.
Diego era perfecto para el Napoli, era un argentino-napolitano, parecía hecho para enamorar a este pueblo. En el 84 corrió a jugar en un campo de papas de la localidad Acerra, en uno de sus continuos gestos de generosidad.
En el 85, el padre de un niño que necesitaba una operación para salvar su vida, le pide a Maradona que juegue para recaudar dinero en Acerra. Ferlaino, el presidente del Napoli, no accede a la petición y Maradona paga una cláusula de 12 millones de liras en ese año y juega en este campo de papas embarrado, diciendo: “A la mierda el seguro del Lloyd’s de Londres, yo juego lo mismo”. Diego era un inmortal y como los inmortales se veía obligado a vivir sistemáticamente por medio de artimañas.
Andoni Goicoetxea en España le da un golpe absurdo en las piernas y se las rompe. Lo consideran un jugador acabado. El Barcelona lo entrega al Nápoles; los otros equipos sospechan; el Nápoles paga una cantidad inmensa para la época y Maradona renace.
El doping, vicio en el que cayó, le sirvió para mejorar el rendimiento, pero, de hecho, la cocaína fue un tormento y una condena.
Inmediatamente se convierte en un Dios, un Dios porque gana contra
Diego Maradona era perfecto para el Napoli, parecía hecho para enamorar a este pueblo.
los equipos que siempre impedían ganar, un Dios porque no acepta el patrocinio de las empresas que en ese momento constituyen las marcas más grandes. Diego representa a Puma mientras que todos los demás son de Adidas y Nike.
Y después es imposible decir qué fue Maradona. Maradona era el fútbol y Maradona trascendía el fútbol, como todo lo que se convierte en símbolo; completamente aplastado por una vida en la que estaba asediado, donde todo el mundo pedía cosas, cosas, cosas... En ese mono, mento entra en el vórtice del ciclón. La Camorra comprende sus debilidades, ingresa en su ámbito, le proporciona el veneno, cocaína, acompañantes sexuales, lo extorsiona.
La cadena de chismes quiere cualquier información sobre él pero hay algo que siempre lo salva: el deseo de jugar al fútbol, un cuerpo incomprensiblemente único, que a pesar de los vicios y el poco entrenamiento, cuando entra en la cancha no cae nunca, no se detiene.
Maradona no tiene nada que ver con los jugadores del presente, frágiles, que al ser tocados se dejan caer, que buscan el castigo a la falta. Maradona no era un futbolista moderno, tenía el físico de los grandes futbolistas del pasado, de su compatriota Sívori. De joven, podría parecerse más a Garrincha que a Van Basten o a Gullit.
Maradona fue imperdonable en cuanto a ceder ante capos y traficantes, con agentes como Guillermo Coppola, pero también fue un hombre solo, el hombre más solo del mundo, aunque con ese talento que siempre lo salvó y siempre lo hizo reconciliarse con su gente.
¿Qué fue para mí Maradona? Buela primera respuesta es lo que debe estar sintiendo mi padre. Ni siquiera lo he llamado. El dolor que debe sentir mi padre es infinito, como si hubiera muerto su padre, como si hubiera muerto su hijo, como si hubiera muerto su mejor amigo. Maradona lo hacía sentir bien. Maradona fue finalmente todo lo que no lo hacía sentirse derrotado, ineficiente, como uno se sentía (y a menudo todavía se siente) cuando se nace en una de las provincias más difíciles del sur de Italia.
Eso es lo que Maradona es para mí. Ha sido formación. Habría que preguntarles a todos los chicos que faltaban a la escuela ver sus entrenamientos los miércoles. ¿Qué fue Maradona? Y quién lo olvida. Estadio San Paolo, Italia-Argentina.
Los tifosi napolitanos hinchan obviamente a favor de Italia, aplauden cuando el gol de Schillaci marca el 1 a 0. Pero después del empate de Caniggia, la parte no napolitana de la hinchada comienza a insultar a Maradona; todos son silbidos e insultos. Pero el tablón no podía permitir que Maradona se ofendiera y así deja de agitar la bandera tricolor. Sólo se entonaba una palabra: “Diego. Diego”.
Fue la Copa del Mundo que le quitaron, Italia ‘90, regalándole a Alemania una penalización inexistente. Era un campeonato mundial que estaba ganando él solo. Al igual que el que ganó solo en México y el de Estados Unidos cuando llevaba a Argentina a grandes resultados.
Se hinchaba a favor de Maradona, se defendía a Maradona porque en ese momento la nación era Maradona, la patria misma era Maradona. Ya no se trataba de límites geográficos, ni de camisetas, ni del idioma. Lo que importaba era que te identificabas con el hombre que te había hecho disfrutar, que te había hecho ganar y que también lo había hecho con justicia.
Sí, la mano de Dios: la mano de Dios vista como una gran falta de corrección deportiva... La gran provocación de Diego a la guerra inglesa de las Malvinas, pero sobre todo la burla.
“No podía perderme ese gol por unos centímetros que Dios no me daba.” En el mismo partido, la astucia del gol hecho con la mano y el genio absoluto del segundo gol magnífico, único.
Maradona no podía sino ser grande en Nápoles, no a pesar de Nápoles, sino precisamente en Nápoles y precisamente porque tenía ese espíritu de redención y de ímpetu, de melodrama, que hacía que se lo reconociera como hijo de esa tierra.
Maradona, que era indisciplinado en todas partes, en la cancha era muy disciplinado. Siempre respetó el juego del fútbol y por lo tanto a los adversarios. Siempre jugaba, no buscaba la lesión, no intentaba huir del partido, no buscaba el choque.
¿Pero cómo puedo explicar a los no napolitanos que Maradona se había casado completamente con el espíritu de la ciudad y sus habitantes...? Era una alianza natural, un reencuentro. Cuando llegó al estadio por primera vez, San Paolo estaba lleno, como si se tratara de una final. Eso no le pasará nunca a ningún jugador, en ningún otro lugar de Europa. Un estadio entero lleno.
Y ahora que no está más, realmente siento haber envejecido de repente. Maradona fue mi infancia. Tuve la suerte de tener un primo de la Juventus justo cuando Diego estaba en el Napoli. Imagínense el goce.
¿Pero cómo podré explicar a quienes no son de Nápoles lo que fue Maradona? No puedo explicarlo. Esta vez el dolor lo tenemos nosotros, sólo nosotros, y es muy grande... Porque sólo nosotros lo tuvimos a Diego tan cerca, tan único, tan herido, tan valiente, tan audaz, tan loco, capaz de interpretar la alegría de tantos en un juego, en un juego sencillo que todos pueden entender y todos pueden jugar.
Adiós Diego, ahora podré decir como una leyenda, “He visto a Maradona”. Te debo gran parte de los momentos felices de mi infancia junto a mi padre. ■
Especial “La Repubblica” / Traducción: Román García Azcárate.
Maradona tenía el físico de los grandes jugadores del pasado, como su compatriota Sívori.