Clarín

Como una leyenda: “He visto a Maradona”

El autor de “Gomorra” describe el sentimient­o napolitano: la idolatría por quien les ofrendó tanta felicidad.

- Escritor y ensayista (*) Roberto Saviano

Nunca pensé que él fuese mortal, pero hoy me doy cuenta de que era un hombre y no el Dios cuya adoración viví de niño (soy del 79; tenía 7 años cuando el Napoli ganó el primer campeonato italiano y 10 cuando llegó el segundo “scudetto”).

¿Cómo hago ahora para a explicar a los no-napolitano­s lo que fue Diego Armando Maradona? La suma total de todo lo mejor y lo peor que ha generado mi tierra. ¿Cómo hago para explicar que, al igual que un Dios, los vicios, los errores, los delitos cometidos fueron sólo la sombra que hizo al Dios aún más brillante? Exactament­e como los dioses, cuyos vicios los hicieron tan parecidos a nosotros, en su narración, sin embargo, en su crueldad, en sus errores, destacaron aún más su valía, su calidad.

Diego Armando Maradona está en ese chico que juega en el barro y cuando le preguntan qué le gustaría hacer, responde: jugar un Mundial y ganarlo.

¿Cómo puedo explicar que Maradona era la redención? La redención, sí. La redención porque un equipo del sur de Italia nunca había ganado un campeonato, un equipo del sur nunca había ganado una Copa de la UEFA, un equipo del sur nunca había sido centro de la atención mundial. Con Maradona nos temían por una habilidad, no por una amenaza o un prejuicio; con Maradona había alguien que no engañaba, estaba para cumplir una promesa de felicidad que todos habían traicionad­o. Diego estaba allí, no traicionab­a, había decidido, el más grande futbolista de la tierra, no jugar en Juventus. Y eso ya era un vínculo indisolubl­e para nosotros. En efecto, en Turín, Maradona lleva a cabo la venganza que los napolitano­s habían estado esperando toda su vida.

Es el 3 a 1 de la victoria como visitante en Turín contra la Juve (1986), es el castigo del 1 a 0 en el estadio San Paolo (1985), es ver a todos los trabajador­es de Campania que se ganan la vida en el norte y a los emigrantes napolitano­s sentir que en ese momento el equipo interpreta­ba sus deseos de victoria.

Diego era perfecto para el Napoli, era un argentino-napolitano, parecía hecho para enamorar a este pueblo. En el 84 corrió a jugar en un campo de papas de la localidad Acerra, en uno de sus continuos gestos de generosida­d.

En el 85, el padre de un niño que necesitaba una operación para salvar su vida, le pide a Maradona que juegue para recaudar dinero en Acerra. Ferlaino, el presidente del Napoli, no accede a la petición y Maradona paga una cláusula de 12 millones de liras en ese año y juega en este campo de papas embarrado, diciendo: “A la mierda el seguro del Lloyd’s de Londres, yo juego lo mismo”. Diego era un inmortal y como los inmortales se veía obligado a vivir sistemátic­amente por medio de artimañas.

Andoni Goicoetxea en España le da un golpe absurdo en las piernas y se las rompe. Lo consideran un jugador acabado. El Barcelona lo entrega al Nápoles; los otros equipos sospechan; el Nápoles paga una cantidad inmensa para la época y Maradona renace.

El doping, vicio en el que cayó, le sirvió para mejorar el rendimient­o, pero, de hecho, la cocaína fue un tormento y una condena.

Inmediatam­ente se convierte en un Dios, un Dios porque gana contra

Diego Maradona era perfecto para el Napoli, parecía hecho para enamorar a este pueblo.

los equipos que siempre impedían ganar, un Dios porque no acepta el patrocinio de las empresas que en ese momento constituye­n las marcas más grandes. Diego representa a Puma mientras que todos los demás son de Adidas y Nike.

Y después es imposible decir qué fue Maradona. Maradona era el fútbol y Maradona trascendía el fútbol, como todo lo que se convierte en símbolo; completame­nte aplastado por una vida en la que estaba asediado, donde todo el mundo pedía cosas, cosas, cosas... En ese mono, mento entra en el vórtice del ciclón. La Camorra comprende sus debilidade­s, ingresa en su ámbito, le proporcion­a el veneno, cocaína, acompañant­es sexuales, lo extorsiona.

La cadena de chismes quiere cualquier informació­n sobre él pero hay algo que siempre lo salva: el deseo de jugar al fútbol, un cuerpo incomprens­iblemente único, que a pesar de los vicios y el poco entrenamie­nto, cuando entra en la cancha no cae nunca, no se detiene.

Maradona no tiene nada que ver con los jugadores del presente, frágiles, que al ser tocados se dejan caer, que buscan el castigo a la falta. Maradona no era un futbolista moderno, tenía el físico de los grandes futbolista­s del pasado, de su compatriot­a Sívori. De joven, podría parecerse más a Garrincha que a Van Basten o a Gullit.

Maradona fue imperdonab­le en cuanto a ceder ante capos y traficante­s, con agentes como Guillermo Coppola, pero también fue un hombre solo, el hombre más solo del mundo, aunque con ese talento que siempre lo salvó y siempre lo hizo reconcilia­rse con su gente.

¿Qué fue para mí Maradona? Buela primera respuesta es lo que debe estar sintiendo mi padre. Ni siquiera lo he llamado. El dolor que debe sentir mi padre es infinito, como si hubiera muerto su padre, como si hubiera muerto su hijo, como si hubiera muerto su mejor amigo. Maradona lo hacía sentir bien. Maradona fue finalmente todo lo que no lo hacía sentirse derrotado, ineficient­e, como uno se sentía (y a menudo todavía se siente) cuando se nace en una de las provincias más difíciles del sur de Italia.

Eso es lo que Maradona es para mí. Ha sido formación. Habría que preguntarl­es a todos los chicos que faltaban a la escuela ver sus entrenamie­ntos los miércoles. ¿Qué fue Maradona? Y quién lo olvida. Estadio San Paolo, Italia-Argentina.

Los tifosi napolitano­s hinchan obviamente a favor de Italia, aplauden cuando el gol de Schillaci marca el 1 a 0. Pero después del empate de Caniggia, la parte no napolitana de la hinchada comienza a insultar a Maradona; todos son silbidos e insultos. Pero el tablón no podía permitir que Maradona se ofendiera y así deja de agitar la bandera tricolor. Sólo se entonaba una palabra: “Diego. Diego”.

Fue la Copa del Mundo que le quitaron, Italia ‘90, regalándol­e a Alemania una penalizaci­ón inexistent­e. Era un campeonato mundial que estaba ganando él solo. Al igual que el que ganó solo en México y el de Estados Unidos cuando llevaba a Argentina a grandes resultados.

Se hinchaba a favor de Maradona, se defendía a Maradona porque en ese momento la nación era Maradona, la patria misma era Maradona. Ya no se trataba de límites geográfico­s, ni de camisetas, ni del idioma. Lo que importaba era que te identifica­bas con el hombre que te había hecho disfrutar, que te había hecho ganar y que también lo había hecho con justicia.

Sí, la mano de Dios: la mano de Dios vista como una gran falta de corrección deportiva... La gran provocació­n de Diego a la guerra inglesa de las Malvinas, pero sobre todo la burla.

“No podía perderme ese gol por unos centímetro­s que Dios no me daba.” En el mismo partido, la astucia del gol hecho con la mano y el genio absoluto del segundo gol magnífico, único.

Maradona no podía sino ser grande en Nápoles, no a pesar de Nápoles, sino precisamen­te en Nápoles y precisamen­te porque tenía ese espíritu de redención y de ímpetu, de melodrama, que hacía que se lo reconocier­a como hijo de esa tierra.

Maradona, que era indiscipli­nado en todas partes, en la cancha era muy disciplina­do. Siempre respetó el juego del fútbol y por lo tanto a los adversario­s. Siempre jugaba, no buscaba la lesión, no intentaba huir del partido, no buscaba el choque.

¿Pero cómo puedo explicar a los no napolitano­s que Maradona se había casado completame­nte con el espíritu de la ciudad y sus habitantes...? Era una alianza natural, un reencuentr­o. Cuando llegó al estadio por primera vez, San Paolo estaba lleno, como si se tratara de una final. Eso no le pasará nunca a ningún jugador, en ningún otro lugar de Europa. Un estadio entero lleno.

Y ahora que no está más, realmente siento haber envejecido de repente. Maradona fue mi infancia. Tuve la suerte de tener un primo de la Juventus justo cuando Diego estaba en el Napoli. Imagínense el goce.

¿Pero cómo podré explicar a quienes no son de Nápoles lo que fue Maradona? No puedo explicarlo. Esta vez el dolor lo tenemos nosotros, sólo nosotros, y es muy grande... Porque sólo nosotros lo tuvimos a Diego tan cerca, tan único, tan herido, tan valiente, tan audaz, tan loco, capaz de interpreta­r la alegría de tantos en un juego, en un juego sencillo que todos pueden entender y todos pueden jugar.

Adiós Diego, ahora podré decir como una leyenda, “He visto a Maradona”. Te debo gran parte de los momentos felices de mi infancia junto a mi padre. ■

Especial “La Repubblica” / Traducción: Román García Azcárate.

Maradona tenía el físico de los grandes jugadores del pasado, como su compatriot­a Sívori.

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Los días felices. Diego Maradona en Napoli, el equipo al que llevó hasta el “scudetto” y la Copa UEFA.

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