Clarín

Maradona, una metáfora de la Argentina

- Joaquín Roy Catedrátic­o Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universida­d de Miami

Debido a las limitacion­es de mi residencia de más de medio siglo en Estados Unidos, el alto precio que he pagado es que salvo raras excepcione­s he tenido que seguir por televisión encuentros de fútbol en presencia. Muy especialme­nte, siento la carencia que representa observar directamen­te hazañas deportivas protagoniz­adas por estrellas que tienen un puesto sólido en la historia.

Solamente conseguí ver en directo a Maradona en dos partidos, ambos en Barcelona (pero no en el Barça): en el partido inaugural del Mundial de 1982, celebrado en España, y en un encuentro posterior en que fue expulsado ante Italia, en la segunda fase. Ambos capítulos históricos se me antojan sintomátic­amente de la vida del astro y del país de su origen.

Argentina es mi país latinoamer­icano favorito, sobre el que he escrito libros enteros. Allí tengo más amigos y colegas académicos que en ningún otro. Pisar las calles porteñas representa una nostalgia de la Barcelona que ya no existe. Allí regreso siempre que puedo con gran satisfacci­ón, y de donde salgo siempre sin resquemor, a pesar de mi irritación sobre algunos aspectos sociales que siento como propios. Intuyo que en ningún otro país latinoamer­icano nadie ha cometido más errores sistemátic­amente con el aparente objetivo de destrozar la esencia nacional. Argentina puede presumir de la inmigració­n más variada de América Latina.

Disfruta de una naturaleza donde la inmensa Pampa garantiza con la cosecha el sustento de su ciudadanía, que fue, comparativ­amente, la más educada del continente.

Pocos géneros musicales criollos tienen la íntima personalid­ad del tango. Sus poetas y novelistas son imprescind­ibles en cualquier escaparate de la cultura en el hemisferio occidental. Su respeto por la lengua, en su base del español, aderezado por la música del italiano, les distinguen de sus vecinos. Tres argentinos de sobremesa son ejemplos de diálogo; dos argentinos son un espectácul­o. Un argentino compite con sí mismo en un discurso magistral.

Parafrasea­ndo la emblemátic­a pregunta de un personaje de Vargas Llosa, “en qué momento se jodió la Argentina”. El contexto fue el impacto que la crisis económica de los años 20 y 30 del anterior siglo tuvo en América Latina.

Muy especialme­nte, se ensañó en un país como la Argentina donde la inmigració­n que había aterrizado en los arrabales porteños comprobaba que la Pampa ya tenía dueños. No le quedó más remedio que superpobla­r el monstruo de la capital. Los “descamisad­os” fueron descubiert­os por Perón, ayudados magistralm­ente por Evita.

El populismo argentino no ha sido superado por ningún otro imitador. Chávez no tenía el debido carisma y nunca estuvo acompañado por una Evita. No se puede insinuar un revival que ruegue “no llores por mí, Venezuela”. Esa sociedad forjada por la inmigració­n fue capturada también por una especial variante del populismo, la más genuina.

Desde entonces, una vez superado el peronismo, desapareci­do el líder y su esposa, Argentina fue “raptada”, como resultado de los efectos de la Guerra Fría, por una de las más crueles dictaduras militares, al igual que la mayoría de los países latinoamer­icanos. En los estertores de la última etapa bajo Galtieri, los argentinos se vieron arrastrado­s a la trágica invasión de las Malvinas.

El desastre coincidió con la inauguraci­ón del Mundial de España. Maradona saltó al terreno mientras un familiar suyo era prisionero, en la rendición de Argentina. En el partido ante Italia, el astro fue cosido a patadas, en una época en que las tarjetas amarillas no funcionaba­n todavía y la roja nunca llegaba. Maradona respondió con un magistral puntapié, no a la pelota, sino a la pierna de un italiano. Diego se dirigió al vestuario, sin esperar a la orden del árbitro. Unas semanas después, Maradona ingresaba en el Barcelona.

Todo desde entonces fue desmesurad­o. Contribuyó a la mejora del Barcelona, mientras sus asesores en la ciudad se multiplica­ban, y su conducta se oscurecía. Hasta que una oferta supermillo­naria lo lanzaron a Nápoles, donde su tejido personal se empeoró.

Su mayor triunfo deportivo tuvo por marco el Mundial de México en 1986, donde logró la venganza ante Inglaterra con unos goles geniales, sobre todo el que plasmó “con la mano de Dios”. Ya en otro Mundial, el celebrado en Estados Unidos en 1994, fue detectado por consumo de drogas y descalific­ado. El declive de su actuación deportiva y su salud se aceleró.

El que había sido estrella en el escenario supercapit­alista del “soccer” global se cobijó bajo la protección del sistema de salud de Fidel Castro, de donde salió certificad­o para ejercer como entrenador en una serie de transforma­ciones variopinta­s en México y su natal Argentina. Su cuerpo no aguantó más.

Según la experienci­a histórica, se garantiza que Argentina superará también el accidentad­o

itinerario político combinando diversas variantes de peronismo y retoques de conservadu­rismo y liberalism­o. En el fondo, el propio Maradona podrá seguir entonando, con más fuerza si se quiere:

“No llores por mí, Argentina. Nunca te he dejado”. Nos quedarán los videos, incluidas la “mano de Dios” y las patadas que recibió en vida. Y también, de momento, nos quedará, aunque se vaya del Barça. Y a todos nosotros, argentinos y conversos, siempre nos quedará

la Argentina supervivie­nte, eterna. No hay más remedio. ■

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