Clarín

Los excesos de Gildo y el silencio de Alberto F.

- Gonzalo Abascal gabascal@clarin.com

Pasaron ocho meses desde que Alberto Fernández definiera a Gildo Insfrán, gobernador de Formosa en los últimos 25 años, como “de los mejores políticos y de los mejores seres humanos que conozco”. Lo que vino después no le dio la razón al Presidente. “Su mayor obsesión es que sus comprovinc­ianos vivan cada vez mejor”, había completado.

Si es así, el “querido Gildo” lo disimula bien. A esta altura no hay dudas de que el modo en que su gobierno gestionó la cuarentena fue una suma de excesos, violacione­s a los derechos humanos y despropósi­tos autoritari­os. Un bochorno que sigue creciendo y cuya onda expansiva ya golpea la puerta de la Casa Rosada.

La secuencia es larga e incluyó a la mujer que manejó 3.000 km desde Chubut para visitar a su mamá enferma de cáncer, pero como fue retenida en el límite provincial, cuando pudo entrar su madre había muerto.

También a Mauro Ledesma (23), que se ahogó en el río Bermejo mientras intentaba cruzar a nado entre Chaco y Formosa. En El Colorado lo esperaban su mujer y su hija de 3 años. Había aplicado para entrar el 25 de agosto y su cuerpo fue encontrado el 11 de octubre.

Al drama se suman datos que certifican la escasa vocación de apertura. En octubre el gobierno formoseño se negó a autorizar los vuelos desde Buenos Aires, como sí lo hicieron las demás provincias; y este mes decretó el regreso a la estricta Fase 1 de la cuarentena, una excepción nacional.

La curva de excesos sumó el jueves las detencione­s de las concejalas Gabriela Neme y Celeste Ruiz Díaz, quienes denunciaba­n el aislamient­o de 22 días (único en el país) a que son obligados quienes llegan a la provincia, y las condicione­s de los centros sanitarios, en los que conviven pacientes con Covid con personas sanas, faltan camas y todos comparten un baño.

A los ejemplos fácticos se sumó el horror argumental aportado por Jorge González, ministro de Gobierno, Justicia, Seguridad y Trabajo (¿nada más?) de la provincia. Justificó en “las caracterís­ticas culturales” de los formoseños la necesidad de retenerlos y vigilarlos para su aislamient­o. “Porque si no salen de sus casas”, explicó. Más clasista y represivo no se consigue.

¿Por qué la suma de abusos no encontró un freno en más de diez meses? Una respuesta posible es que la única corrección llegó desde la Corte Suprema de Justicia, que a fines de noviembre ordenó que se habilitara el ingreso de 8.000 personas retenidas en la frontera.

Desde el Gobierno nacional, en cambio, el proceso fue acompañado por los elogios presidenci­ales del comienzo y luego la mirada distraída. Sólo Victoria Donda, una voz devaluada por su propia crisis, calificó las medidas como “poco simpáticas” y “de emergencia”. Si hasta ahora esa estrategia no planteaba costos, el reclamo de una intervenci­ón federal o del Poder Judicial en la provincia, las marchas en Buenos Aires y en Formosa y las denuncias en la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos sugieren un cambio de escenario. A esta altura el silencio es complicida­d. ■

El ministro de Gobierno justificó los excesos en las “caracterís­ticas culturales” de los formoseños.

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