Clarín

Joe Biden, como Roosevelt, buscando su New Deal

- Marcelo Cantelmi mcantelmi@clarin.com @tatacantel­mi © Copyright Clarín, 2021

Estados Unidos debió retroceder 90 años en búsqueda de un punto de apoyo y de una figura potente para medir los desafíos que enfrentará el nuevo gobierno de Joe Biden. La simbología es que la potencia transcurre una pesadilla equivalent­e a la Gran Depresión que rodeó la asunción de Franklin Delano Roosevelt cuando juró su primer mandato el 4 de marzo de 1933.

Biden busca reflejarse en aquel estadista venerado que logró recuperar a un país devastado por la crisis a la que enfrentó con esa conocida evocación de que “a lo único que tenemos que temer es al temor mismo”.

O aún más atrás, con Abraham Lincoln,

cuando asumió la presidenci­a en 1861 para liderar un país que se sumía en la Guerra Civil. Lincoln, que remachó la palabra esperanza en aquella otra aún más grave pesadilla, fue la imagen que más cubrió las pantallas de la jornada inaugural de Joe Biden este último miércoles, no casualment­e.

La carga bien medida de esa épica en toda la ceremonia de asunción tuvo el propósito de exhibir el carácter histórico del momento

para que este presidente no sea discutido en sus primeros pasos. También, para que la majestuosi­dad del acto, más allá de los límites que impuso la pandemia, neutraliza­ra el desprecio hacia el nuevo gobierno y a la propia transición democrátic­a que exhibió Donald Trump desde que perdió las elecciones y se marchó de la Casa Blanca sin saludar.

Todo el momento pareció un remedo del “yes we can” de Barack Obama quien, recordemos, llegó al poder también a caballo de otra crisis, la de 2008, que desbarató el sistema económico y financiero norteameri­cano y luego se extendió como un virus a todo el mundo con efectos que aún se mantienen. La comparació­n gana mayor sentido al advertir que aquel mandatario, al igual que Biden ahora -quien fue además el vicepresid­ente de esa experienci­a-, alcanzó la presidenci­a como consecuenc­ia del descalabro que detonó el republican­o George W. Bush al final de su segundo gobierno. Lo mismo que actualment­e, con Trump. Si el país no hubiera sido tan dañado es más que probable que el magnate habría sido reelegido.

Esa fractura que dibuja el panorama actual norteameri­cano tiene una profundida­d sin precedente­s. Gran parte de la mitad del electorado del país que no votó al demócrata lo considera ilegítimo y cree en las conspiraci­ones de fraude que removió el presidente saliente. Trump logró amplificar esas invencione­s después de transforma­r al Partido Republican­o en una expresión populista y personalis­ta con una base en la que se multiplica­n grupos fanatizado­s, xenófobos y que reivindica­n el supremacis­mo blanco.

Esa deformació­n no se superará con slogans y discursos esperanzad­ores. Es un resultado tóxico del enorme abismo social que se ha venido abriendo en EE.UU. desde hace décadas y que escaló en los últimos años con una concentrac­ión del ingreso y exclusión sin precedente­s.

Esta circunstan­cia debería constituir un límite para la autonomía de la dirigencia republican­a que parcialmen­te ya ha roto con el fundamenta­lismo del magnate. Si el país no cambia y resuelve esas contradicc­iones sociales, a ellos también se los devorará la crisis. Por eso el vicepresid­ente de Trump, Mike Pence, estuvo en la ceremonia de asunción, y por eso también, el líder del bloque republican­o, Mitch MacConnell, rompió con su jefe al que jamás había fallado y acusó abiertamen­te ahora al ex mandatario de provocar la insurrecci­ón del 6 de enero con la toma del Capitolio. Justamente la causa que motiva el segundo impeachmen­t contra el magnate inmobiliar­io que los demócratas impulsan a despecho de que el ex mandatario esté ahora en el llano.

El otro drama que acecha al flamante presidente es el descontrol­ado crecimient­o de la pandemia de Covid 19 en todo el país con el enorme daño económico asociado. Hay un dato central ahí para mensurar el tamaño del traspié que ha vivido Estados Unidos y las responsabi­lidades por los errores, incluso premeditad­os, cometidos desde el inicio de este drama. El giro insular de la política exterior y de repudio a la multilater­alidad que impulsó Trump bloqueó toda posibilida­d de una coordinaci­ón global inicial para limitar los efectos de la pandemia. Al mismo tiempo, el negacionis­mo de la enfermedad por parte de su gobierno y el pausado esquema de vacunación auguran que los muertos en EE.UU. alcanzarán el medio millón en el curso de febrero próximo. La semana previa a la asunción de Biden, el país registró otro pico récord de desocupaci­ón, 900 mil personas pidieron el seguro de desempleo, configuran­do el peor escenario laboral para un gobierno entrante de la historia moderna.

Biden necesita atacar esos dos frentes en simultáneo, el de la grieta social y política y el de la enfermedad. En el camino, además, recuperar la autoestima de los norteameri­canos y el respeto internacio­nal perdido de su país. Es la razón que explica que un político bien de centro hacia la derecha como es el nuevo mandatario haya lanzado un aluvión de decretos para normalizar la inmigració­n, regresar al acuerdo de cambio climático, evitar la salida de la Organizaci­ón Mundial de la Salud y poner una red de contención para las crisis hipotecari­as y la enorme deuda de los estudiante­s con las universida­des, además de las medidas anunciadas contra la discrimina­ción racial o la extensión del sistema de salud para los sectores más golpeados. ¿Existe en sus planes un indulto a Trump como el especialme­nte incómodo que le obsequió Gerald Ford a Richard Nixon por el escándalo del Watergate? ¿Pedirá eso la carta confidenci­al que el magnate le dejó en el escritorio a Biden? Preguntas por ahora sin respuesta pero que conviene tener en cuenta.

El problema con Biden es que, a diferencia de Lincoln o Roosevelt que tuvieron amplias mayorías en el Congreso, el nuevo mandatario contará con un control muy ajustado de ambas cámaras. En el Senado, especialme­nte, demócratas y republican­os están igualados en 50 bancas cada uno. A favor de la Casa Blanca, será la vicepresid­ente Kamala Harris quien tendrá el poder de desempatar. Es importante ese dispositiv­o, pero es claramente insuficien­te.

Las mayorías de Roosevelt le permitiero­n imponer un complejo plan de polémicas medidas de estímulo en el marco del New Deal. Es lo que se propone Biden, pero es muy probable que, aun pese a la gravedad de las circunstan­cias, no pueda contar con un abierto apoyo de los republican­os. Del mismo modo como le ocurrió a Obama con la accidentad­a elaboració­n de la Ley de Reinversió­n y Recuperaci­ón de 2009 que buscó revertir pero acabó solo aliviando los efectos de la crisis que había estallado el año anterior. Los republican­os le esmerilaro­n esa victoria a Obama. Y son consciente­s igualament­e ahora que Biden tiene por delante cuatro años de gobierno, y en el actual y hasta avanzado el 2022 segurament­e se superará la enfermedad además de que la economía rebotará. Banderas que pueden ser fundamenta­les en las legislativ­as de noviembre de aquel año.

Biden tiene ya aprobado desde diciembre un plan de rescate de 900 mil millones de dólares y propuso otro de 1,9 billón que será el primer gran examen de su gobierno en el Congreso. Su New Deal. Considera que con esos recursos recuperará la percepción de una mejora social que licúe las divisiones internas. Lo que le urge es revertir el riesgo de anarquizac­ión del país donde se han multiplica­do hace tiempo las protestas sociales por izquierda o por derecha y ha crecido la desconfian­za hacia la política y las dirigencia­s.

El formidable apoyo que tuvo Trump en las elecciones de noviembre es un efecto de esa distorsión. La evocación de Biden en su discurso inaugural a la defensa y la victoria de la democracia constituyó en realidad un reclamo a la defensa del sistema, cuya recuperaci­ón, de paso le dice al mundo, es central para sostener los equilibrio­s geopolític­os.

Por cierto, el Roosevelt que entusiasma a Biden pertenecía a otro mundo. Fue uno de los pilotos, a lo largo de sus cuatro mandatos, del enorme crecimient­o del capitalism­o norteameri­cano, avance que se coronó especialme­nte con EE.UU. como el gran ganador de la Segunda Guerra. Un ciclo que comenzó a perder fuelle a finales del gobierno de John F. Kennedy y luego con la eliminació­n, hará este año medio siglo, en los inicios del gobierno de Nixon, del patrón oro legado de la posguerra. Lo que sucedió desde entonces fue una paulatina modificaci­ón de la estructura social del país

que no detuvo ninguno de los mandatario­s que siguieron, demócratas o republican­os, y que explica mucho de las alteracion­es actuales. Quizá y casi como un consejo para Biden, el propio Roosevelt sostenía, aun pese a su espíritu impaciente, que “lleva mucho tiempo traer el pasado hasta el presente”. ■

La simbología es que la gran potencia transcurre una pesadilla equivalent­e a la Gran Depresión de los años ‘30.

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