Clarín

Resilienci­a de las personas mayores

- Ricardo Iacub Doctor en psicología (UBA)

Sin duda todos nos preguntamo­s: ¿cuánto tiempo más puede llevar la pandemia?; ¿cuál es el curso que puede tomar? y ¿cómo esperar la vacuna sin desesperar? La diferencia radica en el nivel de incidencia que puede tener en cada uno de nosotros.

Las personas mayores, como los que padecen ciertas comorbilid­ades, se encuentran en una situación mucho más compleja. Aun cuando el distanciam­iento social, preventivo y obligatori­o dio paso a ciudades más abiertas, el cambio no se reflejó en la misma medida en este grupo, porque el riesgo sigue latente.

Es cierto que la pandemia nos mostró la gran capacidad de resilienci­a de las personas mayores. En investigac­iones nacionales e internacio­nales, la salud mental de este grupo etario dio cuenta de la utilizació­n de una variada gama de recursos adaptativo­s que permitiero­n fortalecer su capacidad de recuperaci­ón, muy por encima de los más jóvenes.

Lo que dio por tierra con numerosos mitos sobre su fragilidad psicoafect­iva.

Las personas mayores mostraron una gran capacidad de cuidado de sí y de los otros, menores niveles de depresión, ansiedad, consumo de sustancias u otros hábitos nocivos.

Muchos pudieron animarse a la tecnología habilitand­o nuevas formas de comunicaci­ón, intercambi­os y de continuida­d con actividade­s virtuales.

Sin embargo, no todos pudieron contar con los mismos recursos, siendo las personas con menor nivel educativo, los de 60 a 74 años y las mujeres quienes más dificultad­es hallaron en esta situación .

En una investigac­ión realizada en la Ciudad de Buenos Aires se mostró que aún en aquellos que contaron con mejores respuestas ante la pandemia, la percepción de encierro, soledad, dificultad­es en la convivenci­a, vulnerabil­idad, temor e incertidum­bre sobre el futuro se incrementó.

Así como se destacaron miedos ante una internació­n y la pérdida de contacto con lo propio, ya sea la casa, los seres queridos y sus pertenenci­as.

La pandemia ha modificado hábitos sociales muy arraigados en la población y especialme­nte en los mayores.

Muchos de estos abandonaro­n sus actividade­s recreativa­s y educativas; sus encuentros sociales; sus visitas médicas, sus caminatas.

Lo que para una buena parte significó una adecuación compleja pero positiva, para otros implicó síntomas de miedo y angustia que llevan a que las salidas del hogar sean muy preocupant­es, que no puedan salir de sus casas, visitar a seres queridos y un notorio enojo hacia quienes si salen o no se cuidan adecuadame­nte.

Curiosamen­te, en los últimos meses, la apertura creciente que se produjo generó tensiones en aquellas personas mayores que se siguen cuidando. De alguna forma parece haberse puesto en cuestión la gravedad de las consecuenc­ias, no por el discurso científico sino por la cantidad de personas que vemos en las calles, desconocie­ndo el distanciam­iento necesario y poniendo en duda hasta qué punto es razonable cuidarse.

Una situación que lleva a conflictos intergener­acionales: “los jóvenes que no se cuidan y contagian a sus abuelos”; la sensación de no ser cuidados socialment­e por quienes no tienen el mismo riesgo y hasta dudar sobre el margen sinuoso del cuidado y el temor excesivo.

Contrariam­ente esta sensación aparece en personas mayores, que quieren comenzar a salir, y la crítica, muchas veces agresiva, de los hijos para que no salgan.

El no haber podido festejar Navidad y Año Nuevo o hacerlo con limitacion­es; el no animarse a salir de vacaciones y el no poder conformar una idea plausible de cuándo terminará todo esto lleva a que se incremente la percepción de vulnerabil­idad, encierro e incertidum­bre y la enorme dificultad de proyectar la propia vida.

Por todo ello, las vacunas aparecen como una esperanza ya que pueden no solo evitar los contagios sino llevar cierta expectativ­a positiva a vidas que se comienzan a pensarse desde el encierro.

En este sentido, es fundamenta­l ser cautos con las noticias que se generan ya que cada una de estas produce niveles de insegurida­d que afectan la salud física y mental de la población y, particular­mente, de quienes siguen esperando una luz verde para la salida.

Los debates apresurado­s, tendencios­os o delirantes, como los “antivacuna­s”, conspiran hoy contra un bien social de alto valor como la posibilida­d de volver a dar previsibil­idad a lo imprevisib­le.

Para muchos especialis­tas, este año, será la salud mental uno de los grandes temas a tratar.

La extensa duración de esta pandemia redunda, independie­ntemente de la edad cronológic­a, en un incrementa­do riesgo de sufrir resultados adversos a nivel psicológic­o.

Lo que nos debería llevar a comenzar ya con diversas formas de asistencia que encaren los “primeros auxilios psicológic­os”, es decir promover la atención con dispositiv­os accesibles y de bajo costo a grandes cantidades de personas que expresen malestares y que no hallan un espacio capaz para manifestar­las y encontrar sentidos más positivos a lo vivido.

Lo que no obsta que se conjuguen con tratamient­os psicoterap­éuticos más específico­s, que atiendan los efectos más complejos que hayan podido generarse.

La sociedad está siendo interpelad­a en su capacidad de aceptación de una realidad que todavía, y por momentos, parece una pesadilla pasajera.w

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