“Deberíamos agradecer que todavía haya productos en góndola”
a un periodista asombrado por el desabastecimiento que observa en las góndolas. Inclusive, si mal no entendí, se inician expedientes a empresas de primera línea, que fabrican los productos faltantes. Recién asumido el Gobierno, surgió la intención de expropiar una importante empresa privada, proyecto que, sobre la hora, quedó sin efecto. Surgió luego la idea de prohibir la exportación de maíz, lo que también fue abortado a último momento. Son permanentes las amenazas de retenciones a la producción primaria, sostén de la economía nacional. La sanción de impuestos a la riqueza (léase a la generación de capitales productivos) son vistos como grandes soluciones. El control de precios está a la orden del día, ahora con la novedad de hacerlo con el aporte de fuerzas piqueteras, enseñanzas seguramente traídas de Harvard por el Gobierno de “científicos”. A ello sumemos amenazas de sanciones punitivas.
Frente a este panorama creo que cada argentino a la hora de consumir cualquier producto debería agradecer el milagro que el mismo esté disponible, ya que va contra toda lógica que todavía haya frente a este panorama presente y futuro emprendedores dispuestos a aportar ahorros y energías en producir algo. Desde alimentos hasta cualquier tipo de bienes. Algún economista, de esos que escasean por su lucidez, definió al precio como un “número”, por el cual una cosa “hay”. Difícil
no entender esta clara enseñanza.
Por enésima vez cabe recordar a los funcionarios la lectura del Edicto de Diocleciano que data del año 301 y establecía la pena de muerte a quien violara los precios establecidos. Rotundo fracaso. Hágase la cuenta de los años transcurridos y tendremos la confirmación que el hombre es el único animal que tropieza, no dos veces sino muchas más, con la misma piedra.
Gustavo Oscar Colla gustavo.colla@yahoo.com