Clarín

Enfrentand­o al “ejército” de los mosquitos

- Ernesto Jackson ejackson@clarin.com

No se ría. En todo caso, imagínese a un tipo que, cómodament­e en el living de su casa en Pinamar y con la cabeza puesta “dentro” de la pantalla de su compu, ejerciendo su pasión de seguir las noticias y cada tanto escribir, cuando de pronto en una noche reciente empezó a sentir que algo revoloteab­a contra sus piernas, debajo de la mesa. Los manotazos suaves, de pronto debieron hacerse más repetidos y fuertes. Pensó que eran algunos mosquitos y lo asoció con que podría avecinarse una tormenta. Pero pronto, harto, se levantó. Iba por un salvador matamosqui­tos, cuando lo que vio, jura no exagerar, lo alarmó. Las paredes y el techo estaban casi negros. Todo cubierto por una nube de mosquitos. Dice que nunca vivió una situación así. En segundos, sacó fotos e hizo un videíto para parientes y amigos. Por milagro, en la cocina apareció un tubo en aerosol. Lleno. (¡Bendito sea quien lo compró y no lo usó!). Contó que daba placer visual ver cómo los malditos caían fulminados cubriendo el piso, mesa, repisas y cuanta superficie plana lo rodeaba. Todo negro. Cadáveres de mosquitos por todas partes, que por suerte fueron absorbidos por una milagrosa aspiradora.

En realidad, las nubes de mosquitos atacaron en toda la Costa. En las playas de Pinamar no alcanzaban remeras ni toallas para espantarlo­s. Autos con ventanilla­s cerradas. Mozos de restoranes sobre Bunge que se desvivían por imaginar algo que espantara a los bichos de las mesas al aire libre para no perder comensales. En horas, repelentes de mosquitos en crema o aerosol de primera marca desapareci­eron de las góndolas de los súper, dando lugar a la llegada de marcas “pirulo” que en lugar de repeler, pareciera que les dan de comer. De todas formas, los malditos mosquitos no pudieron torcer la buena onda de los veraneante­s para aprovechar hasta el último minuto de febrero. ■

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