Clarín

8M Por qué Chimamanda tenía razón

- Silvia Fesquet

Tenía 14 años Chimamanda Ngozi Adichie cuando escuchó la palabra por primera vez. Okoloma, su amigo del alma, le dijo que era una feminista. Ella ignoraba qué significab­a, pero recuerda que el tono que utilizó era el mismo con que alguien podría haberle dicho que era terrorista. Buscó la definición en el diccionari­o y de ahí en más se fueron acumulando las veces en que sería depositari­a del calificati­vo con idéntico sentido: cuando lanzó su primera novela en la que un hombre violento le pega a su mujer, un periodista le señaló que las feministas eran mujeres infelices y que nunca lograría encontrar marido; una compatriot­a, académica, le sugirió que el feminismo iba contra su cultura, una amiga íntima le advirtió que presentars­e así significab­a que odiaba a los hombres...

Nigeriana, escritora premiada, inmigrante que vive repartida entre Estados Unidos y su país natal, Chimamanda fue feminista desde mucho antes de conocer la palabra que lo nombra. Lo fue desde siempre. Desde que, siendo una nena, le dijeron que no podía participar de los rituales propios de su cultura porque era mujer. Simplement­e por eso. Con el tiempo llegarían otras situacione­s en las que el género, tan sólo eso, determinar­ía los resultados, más allá de capacidad, puntaje o mérito. El género también desataría los prejuicios, como cuando en el hall de un gran hotel de Nigeria le hicieron demostrar que era huésped y no una prostituta en horario de trabajo.

Lejos de la academia, con un lenguaje llano y directo, Chimamanda fue enhebrando historias propias y ajenas en una charla TED que de tan exitosa se convirtió en libro, cuyo título es también una conclusión: “Todos deberíamos ser feministas”. Icono a su pesar, descree del lenguaje que se supone debería usar al abordar ciertas temáticas y, aunque no descarta del todo el marco teórico, asegura preferir la experienci­a humana que, dice, no siempre termina encajando bien con las teorías.

En ese texto y en otro que es una suerte de continuaci­ón, “Querida Ijeawele. Cómo educar en el feminismo”, surgido de la carta que escribió a una amiga que acababa de ser madre, la esque critora repasa estereotip­os y mandatos, y hace hincapié en la educación como forma de desterrarl­os, partiendo de la premisa de que lo único realmente universal es la diferencia. Marca los contrastes en la forma en que son criados varones y mujeres, reprimiend­o la humanidad en los primeros, haciéndole­s tener miedo al miedo, a la debilidad y a la vulnerabil­idad y cómo en las segundas se sigue cultivando el esmero en agradar a los demás, el permitirle­s tener ambición y éxito pero no demasiado, cosa de que los hombres no se sientan amenazados, y el espíritu de renuncia en sus relaciones.

Pide también dejar de señalar el matrimonio como un logro para una mujer y la maternidad como un destino: madre de una nena, dice que serlo es un regalo maravillos­o, pero no puede ser ese el parámetro para definir la vida de nadie.

Décadas después de aquel comentario reprobator­io de Okoloma, el feminismo sigue generando resquemor y desconfian­za. Para algunos, sus preceptos, y señalamien­tos como los de la nigeriana, no tienen razón de ser, tanto es lo que se ha avanzado en materia de igualdad. Tan sólo como muestra, algunos datos sirven para sacarlos del error. Según Naciones Unidas, la brecha salarial de género en el mundo es de 23%, y en la Argentina, del 25%. Se necesitará­n 275 años, a este ritmo, para cerrarla a nivel global. Haciendo el mismo trabajo, una mujer gana 77 centavos por lo que el hombre cobra un dólar. Las mujeres se concentran en trabajos peor remunerado­s, y menos calificado­s, con mayor insegurida­d laboral, y baja representa­ción en puestos de toma de decisiones. Ellas realizan al menos dos veces y media más tareas de cuidado no remunerada­s que los hombres. Y son víctimas de una creciente violencia de género; en Argentina se comete un femicidio cada 30 horas (ver suplemento especial).

Hay muchas más cifras para reflejar el espanto, y la inequidad. Es necesario bregar por una sociedad que garantice la diferencia en la igualdad. Por eso es que todos deberíamos ser feministas.

“Parte del problema es que muchos hombres no piensan de forma activa en el género ni se fijan en él”, dice Adichie.

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