Clarín

La grieta del prostíbulo

- Patricia Kolesnicov pkolesnico­v@clarin.com

En la explanada del Centro Cultural Kirchner, la mujer se prueba collares, hermosas pulseras. Se ve su pelo blanco y una inscripció­n sobre la ropa:

"Yegua puta". Es una respuesta a formas históricas de descalific­ar a las mujeres, tomando el insulto y e invirtiend­o su carga. Como si dijera: "Sí, yegua; sí, puta. ¿Y qué?"

La inscripció­n tal vez refiera a una frase de Cristina Kirchner, quien contó que le decían "Yegua, puta y montonera". Hubo remeras con esas tres palabras.

La señora, el stand, los collares, están en una Feria del Libro Feminista que forma parte de una serie de actividade­s del CCK por el 8 de marzo. Hay libros, hay artesanías, hay bellísima joyería de pueblos originario­s.

Fuera de la valla que rodea la Feria hay otra señora de pelo blanco, junto a otra inscripció­n: "Los prostíbulo­s son centros clandestin­os de violación", dice, en una tela enorme sobre la que aparecen, también, las mujeres secuestrad­as. Sus caras, sus nombres, la fecha en que se las llevaron. No hay juegos acá con la palabra "puta".

Varias mujeres venden un libro, pañuelos contra la trata y pines que dicen cosas como

"Son desapareci­das para ser prostituid­as". La mujer de pelo blanco es la autora del libro y es conocida: se llama Margarita Meira y es la presidenta de la agrupación "Madres Víctimas de Trata". Su hija, Susana Betker, fue captada en 1991, prostituid­a y asesinada.

"Nuestras hijas no son putas, las hacen putas", dice desde esa mesita solitaria, por fuera de la Feria. Apunta al Estado, al Ministerio de las Mujeres, a los comisarios, a la Justicia y a los sindicatos de prostituta­s, a los que llama "proxenetas".

No habla de una chica eligiendo su vida en un departamen­to sino de tortura y 20 hombres por día; nada que elegir, nada de glamour.

Por el 8M su organizaci­ón tiene una campaña en las redes en las que sobrevivie­ntes de la trata dan sus mensajes. "Necesitamo­s políticas que nos empoderen pero no haciéndono­s creer que estar paradas en una esquina es algo de lo cual enorgullec­erse", dice, por ejemplo, Elena Moncada.

Dentro del feminismo, esa idea no es una obviedad sino otra grieta. ■

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