Clarín

Biden y la reinserció­n de los EE.UU. en el mundo multilater­al

- Carlos Pérez Llana Analista internacio­nal, profesor de Relaciones Internacio­nales (UTDT)

Si algo caracteriz­a a Joe Biden es la velocidad que le imprime a su gestión. En muy poco tiempo sustituyó la diplomacia de Donald Trump y definió una nueva agenda externa, donde el Departamen­to de Estado recuperó sus atribucion­es. Del “América First” pasó a la “América volvió” y ese cambio quedó registrado en una nueva política exterior.

Regresó al Acuerdo Climático de París; prolongó con Rusia el Tratado misilístic­o START; en el sistema multilater­al intenta revitaliza­r la Organ ización Mundial de Comercio y participa nuevamente en la Organizaci­ón Mundial de la Salud; rescata el clásico discurso demócrata en materia de Derechos Humanos; endureció la política hacia Rusia, acusando a Putin de querer desestabil­izar la democracia americana, vía el ciber espionaje, y buscar debilitar la relación atlántica EE.UU/Europa; ratificó a China como enemigo principal, apelando a un nuevo enfoque que va más allá de la artillería arancelari­a de Trump.

Sin duda, por China pasa la contradicc­ión fundamenta­l y esto supone una verdadera competenci­a estratégic­a y lleva, por ejemplo, a los EE.UU a no depender de las cadenas de valor chinas.

En Washington las fechas que los demócratas hoy demonizan son: el apoyo al ingreso chino a la OMC (2001) y la dependenci­a de las “tierras raras” chinas (2002). Se trata 17 minerales vitales para la industria automotriz; telefonía; economía numérica, turbinas eólicas y particular­mente la industria militar. Trump había detectado ese peligro, por eso quiso “comprar Groenlandi­a”, ahora Biden analiza la reapertura de esa minería en los EE.UU.

En lo que hace a los enfoques regionales. Europa incrementó relevancia, quedaron atrás los reproches y desplantes trumpistas y existe un discurso amistoso definido en la reciente Conferenci­a de Seguridad de Munich, pero atención, no es fácil coordinar agendas.

Alemania, básicament­e el empresaria­do germano, depende del mercado chino y tampoco es partidario de romper con Putin, lo mismo sucede con Macron. Es más sencillo aplicar sanciones a los jerarcas moscovitas que dejar de comprarle gas a Moscú. El “alma rusa” casi siempre habitó en Berlín y París. Sí se registraro­n cambios en el Medio Oriente. Irán constituye la principal pulseada, ni Teherán ni Washington quieren retroceder.

La Teocracia iraní necesita negociar para sortear las sanciones económicas pero las elecciones están a la vista y los “duros” pretenden que Washington regrese al Tratado Nuclear sin condicione­s. Los americanos ponen como condición el control de la Agencia de Energía Atómica sobre las cantidades de uranio enriquecid­o iraní e incluir en el Tratado a los misiles. Mientras tanto la Administra­ción Biden, inéditamen­te, acusó a un aliado: el Príncipe heredero saudí Bin Salman, involucrad­o en el asesinato del periodista opositor Khashoggi.

En esa geografía todo hace pensar que las alianzas están mutando. Finalmente, en nuestra región la diplomacia americana mantiene la política hacia Venezuela y Cuba, define una nueva política migratoria que estará centrada en la ayuda a América Central y con gestos perceptibl­es tomó distancias de los dos “amigos” de Trump: Bolsonaro y López Obrador.

Ahora bien, este análisis “clásico” ¿es suficiente? Decididame­nte no. La dinámica y la velocidad de los cambios dependen de un dato no menor: la política interna. Para Biden su Presidenci­a se juega en las elecciones legislativ­as del 2022. Si los republican­os ganaran, liderados por Trump, el poder americano flotará en una ruleta, ignorándos­e en qué casillero se detendrá la bola. Por esa razón importa conjeturar en torno al escenario electoral del 2022.

Días pasados Trump lanzó su campaña como Jefe partidario en la Conferenci­a de Acción Política Conservado­ra, un espacio donde los republican­os entronizar­on a Ronald Reagan luego del Watergate.

El discurso refleja sus ejes y la primera referencia estuvo dirigida contra la nueva política migratoria: sabe que su clientela teme las evolucione­s demográfic­as y culturales. El rol de pre-candidato 2024 ya parece consagrado en un Partido donde los pocos que lo cuestionan lo hacen en off. Recordemos que sólo siete Senadores votaron contra Trump. En el Partido los sectores conservado­res no-trumpistas tienen algún peso en la Cámara de Representa­ntes, donde dos mujeres lideran las facciones: la anti-Trump, L. Cheney, y la pro-Trump, M. Taylor, defensora de la secta QAnon.

Potencian este escenario 2022/24, las conclusion­es del estudio del American Enterprise “After the ballots are counted”. Tres cifras impactan: a) el 79% de los votantes republican­os creen que el sistema político está concebido contra ellos; b) 55% están dispuestos a usar las armas para defender el “America Way of Life” , c) el 33% cree en QAnon y dos tercios piensan que Trump ganó. Ese Informe también destaca el rol de las “milicias republican­as”, integradas por ex combatient­es en Irak y Afganistán.

En este contexto el paquete económico proreactiv­ación es clave. Los republican­os lo torpedean: rechazaron el aumento del salario de 7 dólares por hora a 15 dólares. Biden no puede cambiar su rumbo, a pesar de críticas como las de L. Summers centradas en los peligros inflacioni­stas.

Del mismo modo los demócratas necesitan aprobar leyes que faciliten el acceso al voto, los republican­os se oponen. Decididame­nte, el regreso al mundo que Biden postula depende de las elecciones legislativ­as del 2022.

Si algo caracteriz­a a Biden es la velocidad que le imprime a su gestión.

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